El tabaco es originario de América, por lo que podríamos decir que el hábito de fumarlo fue uno de los primeros comportamientos exportados al Viejo Continente, porque esta costumbre llegó a Europa gracias a —o por culpa de— la expedición de Cristobal Colón. Victoriano Guarnido Olmedo, investigador de la Universidad de Granada, cuenta en su texto “Orígenes, expansión, producción y mercado del tabaco en España” que, cuando los españoles desembarcan en la isla de Guanahani, quedaron asombrados por la costumbre que tenían los antillanos de conservar entre sus labios unos tubitos de hoja enrollada, a la par que lanzaban bocanadas de humo.
La planta del tabaco es originaria de América; el hombre la ha usado para inhalar el humo de sus hojas desde hace aproximadamente 2,000 años, como lo anota el artículo “Breves comentarios sobre la historia del tabaco y el tabaquismo”, escrito por los investigadores mexicanos Horacio y Alessandro Rubio. El mismo documento detalla que el componente químico principal de la hoja del tabaco, y que la hace adictiva, es la nicotina, sustancia que farmacológicamente tiene un efecto doble, pues resulta estimulante y sedante a la vez. Es adictiva porque produce una sensación placentera al activar la vía dopaminérgica y los receptores colinérgicos y nicotínicos del sistema nervioso central. El nombre de nicotina se debe al francés Jean Nicot (1530 - 1600). Entusiasta partidario del tabaco, fue él quien introdujo la planta en la corte francesa el año 1560.
Pero el primer europeo en probar el tabaco fue el español Rodrigo de Jerez, parte de la tripulación de la expedición encabezada por Colón. Y hay fecha: el 28 de octubre de 1492. Cuando regresó a su natal Huelva, llevó el vicio de fumar con él y llegó a ser encarcelado por la Inquisición bajo la acusación de estar poseído por el demonio, pues era para ellos una novedad ver a un ser humano expulsar humo por la boca. Hasta que los inquisidores aprendieron a fumar.
El botánico español Francisco Hernández de Boncalo escribió, en el siglo XVI, Cuatro libros de la naturaleza y virtudes de las plantas y animales de uso medicinal en la Nueva España, y en él leemos que pronto los foráneos descubrieron tanto sus virtudes como los efectos contraproducentes del uso del tabaco:“Aspirando el humo de la hierba del tabaco con boca y nariz cerradas, los haitianos provocan la expectoración, alivian el asma, se les embota el sentido de las penas y trabajos e invade el ánimo como un reposo que casi podría llamarse embriaguez. Además, no sienten los azotes ni otros suplicios e incrementan su vigor (...) El abuso deja el rostro descolorido, la lengua sucia, la garganta palpitante y el hígado con ardor”.
El poder de la publicidad
¿Cómo fue que un hábito medicinal indígena se convirtió en un gesto refinado, distinguido, cool y hasta de liberación femenina? La historia es larga. En el libro ¿Por qué la gente fuma?: Un reencuentro con el humo y el fuego, el académico argentino Gustavo Chiozza cita a los investigadores Linda y Michael Hutcheon, que dicen: “Tanto mujeres como hombres fumaban en el siglo XVI francés y el siglo XVII holandés, pero en el siglo siguiente perdió aceptación entre las mujeres burguesas respetables de toda Europa. Sin embargo, algunas mujeres siguieron fumando, sobre todo a las que se les pagaba para poner en escena su sexualidad: la actriz, la gitana, la puta”.
Así llegamos al siglo XX. Sostiene el investigador Diego Armus en el texto “Notas sobre la historia del hábito de fumar” que esta costumbre fue celebrada de modo sostenido y practicada con intensidad; alimentada por los intereses de la industria tabacalera y su sofisticada publicidad en diarios, revistas, radio y televisión; y romantizada por la literatura urbana y el cine. “En la perdurable presencia de esta subcultura, destacan las historias de los propios fumadores. Sus experiencias y sensibilidades con el hábito de fumar produjeron narrativas personales que apuntaban a dar cierta racionalidad a la decisión y elección de fumar. Las más recurrentes se articulaban en torno del control del estrés, la relajación, el placer, el autogobierno de los deseos y el cuerpo, la responsabilidad individual, la masculinidad, la independencia femenina, la reafirmación juvenil”, escribe.
Horacio y Alessandro Rubio afirman que durante la Segunda Guerra Mundial las mujeres contribuyeron al esfuerzo bélico-antibélico y se “ganaron” el derecho de fumar en público a la par que los hombres, afirmando su independencia, igualdad, emancipación y patriotismo. Sin embargo, en la historia del tabaquismo femenino hay un nombre que aparece de forma recurrente: Edward Bernays. Se trata de un publicista y sobrino de Sigmund Freud, famoso por aplicar las técnicas de su tío en las campañas publicitarias.
A él se le atribuye estar tras la campaña de las “Antorchas de la libertad”, realizada en 1929, poco antes de la crisis económica estadounidense. Ese año, durante la multitudinaria Easter Parade realizada en Nueva York, en la emblemática Quinta Avenida, un grupo de mujeres decidió empezar a fumar en público. Hasta entonces las mujeres que fumaban eran muy mal vistas por la sociedad, pero aquél día un grupo se atrevió a hacerlo en público. Pero no fue solo un gesto; pues según cuenta el libro Smoke: A Global History of Smoking (2004), entre esas mujeres estaba la escritora y periodista feminista Ruth Hale, quien, mientras fumaba un Lucky Strikes, hizo un llamado a todas las mujeres: “¡Mujeres! Enciendan otra antorcha de la libertad. Luchen contra otro tabú sexual” .
El mismo libro revela que esta performance fue impulsada por Edward Bernays, que vio en la forma de los cigarrillos, cilíndricos y alargados, reflejada la teoría freudiana que se defiende que la mujer siente envidia de no tener pene. En sus notas aparece que esta acción tenía como objetivo “incrementar el consumo de cigarrillos en las mujeres y ganar publicidad para Lucky Strikes”.
La romantización del tabaco
Fumar era ser adulto, exitoso y hasta sensual. ¿Cuándo se empezó a relacionar el tabaco y la creación artística? Parece que poco después de su llegada al viejo continente. El francés Jean-Baptiste Poquelin, sí, Moliere (París 1622 - 1673) dijo sobre la planta: “Digan lo que digan Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tabaco. Quien vive sin tabaco no merece vivir”. Igual de radical fue el alemán Thomas Mann al decir: “No comprendo que se pueda vivir sin fumar. Sin duda, es privarse de lo mejor de la vida y, en todo caso, de un placer sublime. Cuando me despierto, me alegro de pensar que podré fumar durante el día, y cuando como, tengo el mismo pensamiento (...) Un día sin tabaco sería para mí el colmo del aburrimiento, sería un día absolutamente vacío y sin alicientes, y si por la mañana tuviese que decirme ‘hoy no podré fumar’, creo que no tendría valor para levantarme”.
Fumaban Ernest Hemingway, Virginia Woolf, George Orwell, Albert Camus, Sartre, Cortázar, Simone de Beauvoir, Clarice Lispector, Julio Ramón Ribeyro, Lucia Berlin, Oscar Wilde...y fumaban también los personajes que nacieron de la pluma de estos y otros creadores. ¿Se imagina a Sherlock Holmes sin su pipa? Tal vez gracias al personaje de Benedict Cumberbatch sí, pero antes de esta adptación, era imposible. Y el cine contribuyó a perpetuar esa imagen: desde Cantinflas, Jorge Negrete y Pedro Infante hasta Humphrey Bogart, Rita Hayworth, Marcello Mastroianni, y Susan Sarandon y Geena Davis en Thelma y Louise, el cigarrillo fue parte de históricas escenas del séptimo arte. Los vaqueros encarnados por John Wayne o Clint Eastwood, fumaban, y Jim Jarmusch le dedicó una película a los dos más famosos vicios de los creativos: Café y cigarrillos (2003). Tome una película de 2010 hacia atrás y verá que no miento. Podríamos también evaluar cuántos de estos personajes sufrieron de cáncer al pulmón.
Aunque el cigarro se usaba en las películas para reforzar el perfil de ciertos personajes, también es cierto que era utilizado como herramienta de la publicidad de las tabacaleras. Al conocerse más detalladamente los efectos nocivos del tabaco sobre la salud de la gente se fueron dictando leyes para evitar la publicidad de cigarrillos en diversos medios. El cine fue uno de ellos.
En los últimos diez años, han aumentado las leyes que prohíben fumar en lugares públicos. La OMS estima que entre cinco y seis millones de personas mueren al año en todo el mundo a causa de enfermedades derivadas del consumo del tabaco, y estima que, para 2030, se alcanzará la cifra de siete millones. En julio de 2019, Netflix, aquella plataforma que nos hizo amar al publicista fumador compulsivo Don Draper (Jon Hamm) en Mad Men, anunció que sus nuevas series y películas estarán libres de tabaco excepto cuando se requiera precisión histórica. ¿Será esta la forma de decir adiós a una tóxica forma de ver el mundo?
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