En pocos meses nuestros mercados de trabajo están ajustándose de manera acelerada. Algunos cambios van en la línea de lo advertido por diversos especialistas; otros, no. Tanto el empleo formal como el informal cayeron fuertemente en los meses de cuarentena estricta, pero se vienen recuperando. En cambio, la tasa de informalidad, contraviniendo las expectativas, no ha aumentado tanto: tres puntos porcentuales.
Pero una desagregación de la tasa de informalidad revela dinámicas muy interesantes. El componente de la informalidad que más ha aumentado es el de los trabajadores familiares no remunerados (TFNR). Se trata de trabajadores que, si bien desde su condición reducen la tasa de desempleo, engrosan la de informalidad. Pero lo más preocupante de ellos es que no devengan salarios en efectivo. Se trata de una forma sutil de precarización laboral, dentro de casa.
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Según datos de la Encuesta Nacional de Hogares (ENAHO) el componente de trabajadores familiares no remunerados se ha duplicado. En el segundo trimestre de 2019 ellos representaban 9 de los 70 puntos porcentuales de la tasa de informalidad. Los datos del primer trimestre 2020 indican que ahora son 18 de los 73 puntos de la informalidad actual.
Otro segmento de la informalidad que ha aumentado es el de los trabajadores independientes, de 32 a 36 puntos porcentuales. Hoy este segmento representa la mitad de la informalidad laboral del país. Lo que para unos es “el sueño de ser su propio jefe”, para el país es la pesadilla de la informalidad y la consecuente desprotección laboral.
El empleo asalariado, en contraste, redujo su participación en el empleo informal. Esto ha sucedido en las empresas de todos los tamaños: micro, pequeña, mediana y grande. En total, si en 2019 estas empresas sumaban 24 puntos a la tasa de informalidad, este 2020 están sumando 17.
Esto parece indicar que, en el segmento asalariado del mercado de trabajo, los empleos que se perdieron fueron mayoritariamente los informales y precarios. O visto desde el ángulo opuesto, los que se lograron preservar fueron los más formales y productivos. Entender bien este fenómeno es tarea pendiente para llegar a mejores prescripciones que nos lleven a mayor creación de empleo formal. Ahí el reto de los meses que vienen.
Pero volvamos al componente que más ha crecido de la informalidad, que es preocupante. Hoy, que en muchos hogares se ha apelado a la creatividad para hacer nacer emprendimientos, se está utilizando más la obra familiar no remunerada. Son varias las imágenes que nos vienen a la mente: aquí están quienes preparan recetas en casa, ayudan con la publicidad, empacan los productos y hasta quienes los reparten.
Estas imágenes, si bien son acertadas, no representan la gran mayoría del trabajo familiar no remunerado. Lo que sigue seguramente no estaba dentro de los registros mentales de la lectoría: los TFNR son en una gran mayoría rurales y agrarios. De hecho, 1,4 millones de los 1,9 millones de TFNR viven hoy en zonas rurales. En un marco en el que la empleabilidad del país se desplomaba, este tipo de empleo ha aumentado 43% entre el segundo trimestre 2019 y el segundo trimestre 2020.
Los TFRN son también predominantemente mujeres, algo que podría discutirse en otra columna. Pero en estos tiempos de pandemia ha aumentado mucho más entre los hombres que entre las mujeres (53% vs. 11% respectivamente). Además, ha aumentado más entre los jóvenes que entre los adultos. Muy probablemente son varios los hombres y jóvenes que perdieron empleo remunerado y pasaron a trabajar en las chacras de sus familias.
Pero queda aún un misterio por resolver para entender estas dinámicas en el TFNR rural. ¿Dónde estaban todos estos trabajadores antes? ¿Cómo ha podido crecer tanto el número de TFNR entre un año y otro?
La respuesta está en las imágenes de familias caminantes el inicio de la cuarentena. El flujo migratorio de las ciudades a zonas rurales fue grande. Tanto que ya está reflejado en las estadificas oficiales.
En las últimas dos décadas (o más) veníamos viendo un decrecimiento monótono en la población peruana viviendo en zonas rurales. Este año, o más precisamente, en el primer trimestre de la pandemia, la tendencia se ha revertido.
Así, la imagen que mejor se ajusta a estas estadísticas es la de jóvenes hombres que habiendo perdido empleo en las ciudades migraron a zonas rurales (probablemente, regresando a sus lugares de origen). Ahí han sido acogidos por sus familiares y, en ausencia de empleo asalariado, han pasado a ayudar en las economías familiares con trabajo (pero sin salario).
Es necesario prestar atención a estos flujos migratorios porque seguramente, más allá de la demanda por empleos, vendrán acompañados de mayores demandas por servicios públicos. Para ello tomemos en cuenta que quienes han migrado no son solo hombres jóvenes, han migrado familias. Entonces, las demandas por matrícula escolar en estas zonas rurales probablemente aumentarán, al menos mientras dure la pandemia. Es decir, varios meses más todavía.
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