La escasa disponibilidad de tiempo y el diferencial de ingresos se acentúan en el sector rural como las principales barreras a la hora de diseñar políticas específicas enfocadas en reducir las desigualdades entre hombres y mujeres.
Siendo el agro una de las principales actividades económicas en ese ámbito –con casi el 50% de participación en los ingresos–, un 30% de mujeres que tiene directamente una parcela a cargo corre en desventaja, por ejemplo, en cuanto a la asociatividad para incrementar la productividad de sus tierras, su carente presencia en puestos de liderazgo y en el aprendizaje a través de capacitaciones.
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Con motivo de propiciar el terreno para otorgarles mayores oportunidades, días atrás se oficializó la Ley que promueve el empoderamiento de las mujeres rurales e indígenas (Ley 31168), mediante la cual tanto el Ministerio de Desarrollo Agrario (Midagri) y el Ministerio de la Producción (Produce) desarrollarán programas específicos sobre planes de negocio, proyectos productivos, asistencia técnica y manejo de tecnologías agrícolas.
Las iniciativas caen como semillas en campo fértil al considerar que, parte del diagnóstico realizado sobre la situación de las mujeres en el ámbito agrario muestra que existe una menor presencia femenina en las capacitaciones técnicas realizadas para mejorar la eficiencia y productividad en el campo.
“Los varones dedican mucho más tiempo a actividades de capacitación y mejoras de sus habilidades que las mujeres. Entre trabajo doméstico y productivo, a las mujeres ya no les queda tiempo para tomar un curso. Esto hace a que tiendan a bajar sus ingresos”, comenta a Día1 María Isabel Remy, viceministra de Políticas y Supervisión del Desarrollo Agrario del Midagri.
En efecto, la preocupación por el incremento de la presencia femenina responde además al bajo acceso a la educación: del 30% de mujeres que cuenta actualmente con una parcela, el 28% nunca había asistido al colegio –a diferencia de un 9,3% de hombres que no lo hizo–.
“Cuando ingresan a la adolescencia, en el ámbito rural, hay algunos problemas [para las mujeres]; sobre todo cuando hay que caminar distancias largas para llegar del centro poblado a la escuela. La gente tienen mucho temor de que puedan ser violadas o maltratadas”, refiere Remy.
Ante este panorama al que se enfrentan día a día, emprender iniciativas para desarrollar actividades de capacitación impactaría positivamente en la apertura de espacios para la participación más activa de las mujeres en puestos de liderazgo en el ámbito rural –la cual aún avanza a paso lento–.
“Todos los lugares de toma de decisiones son masculinos en las organizaciones agrarias. La Autoridad Nacional de Agua (ANA) ha empezado a implementar una estrategia de igualdad de oportunidades para tratar de ver que las mujeres tomen cargos directivos en las organizaciones”, comenta.
Esta presencia clave en puestos de liderazgo, a decir del presidente de la Convención Nacional del Agro Peruano (Conveagro), Clímaco Cárdenas, también le es ajena a las mujeres al momento de reconocerlas, por ejemplo, como jefas de familia –ello considerando el dato anterior en donde un 30% está a cargo de las unidades productivas–.
“Lamentablemente, no son reconocidas en muchos de los casos por sus comunidades. [Están] imposibilitadas de lograr financiamiento y reconocimientos dentro de las mismas organizaciones agrarias –como asociaciones, cooperativas y juntas–”, anota.
En aras de avanzar hacia la equidad, Cárdenas coincide con la opinión del investigador principal de Grade, Hugo Ñopo, quien durante su participación en un webinar desarrollado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señaló que el principal desafío es el cambio cultural: aquel que se propicia desde el hogar.
“La mayor parte de nosotros, los agricultores, tenemos un índice de edad de más de 70 años. Entonces, estas personas han [registrado] en el tema educativo una falta de poder reconocer a la mujer no solo como una compañera del hogar, sino de que tiene la capacidad de hacer lo mismo que el hombre”, afirma Cárdenas.
Desde el Instituto Nacional de Investigación Agraria (INIA) precisaron también que otra de las actividades en las que distribuyen su tiempo las mujeres en el ámbito rural –además de las actividades relacionadas al campo– es la crianza de especies animales como los cuyes, por ejemplo, que hace un décadas atrás era una actividad realizada al interior de los hogares rurales –principalmente, los de la sierra peruana–.
“La crianza de cuyes solo era una crianza doméstica, manejada por mujeres por sus viviendas. La tecnología transferida hizo que esa actividad se haga productiva”, explica Lilia Chauca, coordinadora del Programa de Cuyes de la institución. “Dejó de ser una actividad de mujeres e hijos menores y pasó a ser una actividad familiar, porque ya necesitaban más pasto [para alimentar a los cuyes] y este era producido por los esposos”, agrega.
Ante este notable crecimiento registrado en el sector agropecuario, los especialistas consultados concuerdan con Chauca al señalar que el verdadero mérito detrás de las iniciativas es el fortalecimiento de la autoestima de la mujer rural.
Y aunque ya se está avanzando en razón de ello –por ejemplo, con la creación de la Dirección de Promoción de la mujer Productora Agraria– hace falta sumar más esfuerzos y políticas orientadas a garantizar no solo su acceso a la educación y seguridad, sino también a su participación activa en puestos de liderazgo.
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