Lo confieso: soy cachivachera. Y no soy la única. Quien esté libre de cachivaches que tire la primera piedra y abandone el artículo. Los demás, tomen asiento, que hablaremos de un tema muy serio: qué hacer con todos esos montones de adorables objetos acumulados en rincones, repisas y demás que ya no tienen un lugar en nuestras vidas y piden a gritos un nuevo dueño.
Sigue a Portafolio también en Facebook
Son lindos, monísimos es cierto, y fueron quedándose porque asumimos que podían tener alguna utilidad, pero pasado el tiempo queda claro que el espacio reducido y la llegada de nuevos objetos hace imposible mantenerlos. Su hora de irse ha llegado y, felizmente, existen muchas formas de hacerlo de una manera rentable.
1. A LA ANTIGUA
En tiempos de mi abuela, la gran alternativa para los cachivaches era llamar al ropavejero. O tenías un teléfono -como el del Negro Pepito- o estabas al tanto del momento en el que pasaba por la calle. Entonces lo parabas, le mostrabas lo que tenías y te daba el precio. Él luego se encargaba de llevarlo a los mercados de pulgas típicos de cada distrito.
Hoy en muchos distritos está hasta prohibido el paso de esos triciclos que a grito de pulmón compraban periódicos viejos y botellas por centavos que alcanzaban para 2 kg de papas. Hoy varios distritos ofrecen recojo de basura clasificada (papeles, botellas, cargadores, etc.) con solo llamar y solicitarlo, razón por la cual, si quieres un ropavejero en el sentido estricto de la palabra, tienes que llamar a un conocido.
Felizmente, si no tienes uno, las señoras del mercado siempre te pueden recomendar a alguien dedicado a la venta de segunda. Eso sí, no todos los artículos son bien recibidos por esta vía ni obtendrán su mejor recompensa económica en “La Cachina”, centro principal de distribución del mercado de segunda.
Por ejemplo, según nos explicaron quienes están en el negocio, hoy lo que más sale es ropa de varón usada, juguetes en buen estado y cuentos infantiles; no los libros de colegio ni los colchones ni todo aquello que ya se consigue nuevo, aunque no de marca, importado de China a muy bajo precio. La ropa de mujer tendrá que ser de marca y en muy buen estado para que tenga oportunidades y los objetos de lujo serán malbarateados. Las películas o música o buenos libros también pueden ser poco valorados en estos mercados. El 5% de su valor real es mucho pedir.
2. LAS TIENDAS
Acá no se estilan las ventas de garaje, ni hay permiso legal alguno para ponerse de buenas a primeras a vender cosas en tu casa sin ser considerada evasora de impuestos, pero felizmente todavía subsisten las tiendas de segunda mano.
Además de “La Cachina”, tenemos a la espalda del mercado N°2 de Surquillo una tira de tiendas de antigüedades donde puedes encontrar –o vender– variedad de cosas que para otros serían cachivaches. Si buscas un poco más de precio y confías en la alcurnia de las tasas de té u otras chucherías preciosas guardadas por décadas, puedes acudir a las tiendas que están en las primeras cuadras de la Av. La Paz en Miraflores.
En este tipo de establecimientos puedes encontrar buenos precios (digamos un 30% del valor original, y eso es bastante) y tener la tranquilidad de que serán adquiridos por alguien que apreciará su valor. Yo conseguí colocar así un ropero centenario por casi S/.500.
3. EL MUNDO WEB
La gran verdad es que la mejor salida para vender muchos de nuestros cachivaches son los ropavejeros online, es decir, las páginas de remates de productos de segunda.
La más conocida es Deremate.com, pero tenemos otras versiones locales de menor movimiento, pero de igual utilidad. Tenemos desde el Ropavejero Catrebotellas que encontramos en Facebook hasta Mercado libre, Locanto, Olx y Wiju. En todos estos sitios, sin costo la mayoría de veces, uno puede inscribirse –o escribirles– y publicar un anuncio.
La mejor parte es que uno decide a cuánto quiere vender algo y los interesados lo buscarán ahí y lo comprarán a un precio razonable. Es una buena salida para cosas como ese disco de boleros que uno valora pero que en “La Cachina” no lo harán, hasta esa lamparita de Toy Story que el niño adoraba cuando llegó de Miami, pero que ahora detesta porque es un adolescente que anda “en la onda manga”.
Además de que uno propone el precio, juega a su favor que el producto estará en venta por buen tiempo sin la prisa de cuando estamos a punto de mudarnos o remodelar o con apuros económicos de por medio. Cuando la prisa entra en juego -me ha pasado-, uno termina vendiendo en el mercado por menos de S/.50 algo por lo que tranquilamente habría recaudado el triple si se hubiera expuesto el tiempo apropiado en Internet. Y lo mejor de todo es que prácticamente es como si se vendiera solo.