Como es conocido, nuestro PBI creció oficialmente 2,2% el año pasado. La cifra no es alentadora en la medida que, en algún momento, la expectativa de crecimiento para el mismo año fue 4,2%, dos puntos porcentuales por encima de lo alcanzado. Aunque nuestra economía viene mostrando una excelente capacidad de resiliencia frente a choques externos e internos, y nuestra tasa de crecimiento sigue siendo una de las más altas de la región, preocupa lo acentuado de la desaceleración peruana.
En el contexto reseñado, somos testigos de cómo se han venido dando diferentes explicaciones en torno al resultado poco aleccionador del Perú. Los analistas han señalado como causal lo que todos los peruanos sabemos. Ya sabemos de la inestabilidad internacional en materia comercial, financiera, geopolítica. Ya sabemos que a la minería y pesca no les fue bien. Ya sabemos que la inversión pública no se destraba aún y que la privada es en extremo sensible a cualquier ruido político o mediático.
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Lamentablemente, todas esas explicaciones carecen de profundidad. Hoy en día el análisis del lento crecimiento de nuestro PBI es parcial, sesgado al muy corto plazo, sin visión de futuro. Ello arrastra lo que hemos venido haciendo por años. Por ejemplo, nuestros ministros de Economía se han concentrado en buscar mayor recaudación, pero no en solucionar el problema de la insuficiente base tributaria. Por años la meta externa se asocia al incremento de exportaciones, no a su necesaria diversificación. Por años se busca reducir el desempleo, sin atender las inflexibilidades del mercado laboral. Por años se ha buscado propiciar mercados más competitivos, permitiendo, paralelamente, una creciente posición de dominio de algunos grupos. Todo esto es sustancial para empezar a entender por qué en la fase de desaceleración de los ciclos económicos en el Perú esta se acentúa más de lo debido.
No todo queda allí. ¿Podemos acelerar el crecimiento de manera sólida y confiable con un frente político desorganizado, vinculado a la corrupción, defensor de intereses particulares? ¿Podemos disponer de justicia, salud, educación, seguridad con un sector público que requiere a gritos una reingeniería integral? ¿Podemos construir transparencia, equidad y eficiencia con mercados alejados de una verdadera competencia? ¿Podemos ofrecer justicia en el marco de la presencia de organizaciones criminales? ¿Podemos ofrecer democracia y estabilidad política con una Carta Magna nacida de la misma violación a un mandato constitucional? Todo esto representa un lastre para la sostenibilidad del crecimiento.
Si los diagnósticos son efectistas e insuficientes, las recetas también lo serán. Las aceleraciones del crecimiento serán menores a las esperadas y las desaceleraciones, mayores. Eso es lo que, lamentablemente, pasa en nuestro país.
¿Nos queremos seguir engañando? La desaceleración extrema de nuestro PBI va mucho más allá de la explicación coyuntural, tiene causales estructurales. Para emprender una solución a esta limitación, no debemos continuar analizando nuestra coyuntura económica con la visión de un miope.