Los de mi generación recordarán al conocido Roberto “pecoso” Ramírez. Su presencia era sinónimo de triunfos y su figura está asociada a grandes momentos de felicidad que unieron a los peruanos en los 70s y tempranos 80s. La estrella del “pecoso”, sin embargo, se fue apagando, a medida que las otrora victorias de la “blaquiroja” iban dando paso a las derrotas, goleadas y eliminaciones, ello a pesar de que el “pecoso” gritaba y arengaba como nunca. ¿Qué sucedió? ¿Fue acaso que su famoso ¡Arriba Perú! perdió la magia? ¿O fue, simplemente, que la selección empezó a jugar muy mal? Sin duda fue lo segundo. Y traigo este hecho a colación porque de un tiempo a esta parte el gobierno parece creer que los problemas económicos que enfrentamos se solucionarán a punta de entusiasmo y slogans motivadores. Lamentablemente, este “síndrome del pecoso” que ya vimos el 2023, parece que repetirá el 2024. Y la verdad es que mientras no se aborde la agenda pendiente de productividad, poco o nada va a mejorar.
Desde hace 15 años, la economía peruana ha ido describiendo una clara senda de debilitamiento productivo reflejada en la pérdida de PBI potencial; indicador que da cuenta de nuestra capacidad de producir en condiciones normales. Esta, luego de encontrarse en 5,8% en 2002, se ha reducido de forma sustancial a 2,2% en 2023.
Una disección detenida de este baremo nos muestra que el aporte de la productividad pasó de representar el 50% del crecimiento a un vergonzoso 0%.
Es decir, el bajo crecimiento del PBI que hemos venido observando en los últimos años, la recesión del 2023 y el mini-rebote que podría darse el 2024 no tendrá ningún aporte desde la productividad.
Lo que nos dice la evidencia es que las mejoras del bienestar se encuentran en relación directa a las mejoras en productividad, es decir, la capacidad que tenemos como país de producir más con las horas dedicadas por los factores de producción existentes, como el trabajo y el capital. Es cierto, que el bienestar puede aumentar también por cambios demográficos así como los aportes de los factores productivos, aunque no sostenidamente, pues estos están sometidos a límites naturales.
La productividad, en cambio, es la única capaz de generar crecimiento sostenido. Y este es el ingrediente que, coloca la frontera entre países que han transitado al desarrollo de los que no.
Hay diferentes aproximaciones a la productividad, las mismas que son recogidas por el Tablero de Productividad del Consejo Privado de Competitividad. Además del cálculo macroeconómico mencionado en párrafos arriba, una visión más micro nos lo da la medida del PIB por hora trabajada. Al utilizarla para compararnos con los países de la Alianza del Pacífico -nuestro benchmark inmediato- observamos no sólo como este ratio se mantiene consistentemente por debajo sino también como nos rezagamos respecto a Chile, el líder de la región, cuya productividad es ahora 2,6 veces mayor que la nuestra.
Es cierto que la responsabilidad de esta larga tendencia de debilitamiento responde a las inacciones de varios gobernantes desde hace más de una década. Pero el gobierno de turno no puede seguir cayendo en esta terrible inercia de improductividad que finalmente se refleja en hechos tan evidentes como la creciente tasa de pobreza que estima superó el 30% en 2023; a una tasa de criminalidad que se ha duplicado desde el inicio del gobierno de Castillo hasta hoy; tramitología asfixiante; tasas de anemia que superan el 40% y que marcan un futuro económico infausto para nuestra niñez; la economía ilegal que se desborda y que amenaza junto al crimen a la minería formal, la agro exportación y a los pequeños negocios; mercados paralizados por la creciente regulación y burocracia que impide crear empleos y que las pequeñas empresas nazcan y crezcan.
Enfrentamos un tsunami espantoso de crudo realismo que no se solucionará inaugurando primeras piedras, regalando caramelos o con mensajes optimistas sin sustento. Sin productividad no habrá nada.