El nuevo coronavirus o COVID-19 es una crisis de salud global. Esa es su dimensión principal y más importante.
Ni el desplome de los mercados bursátiles la semana pasada (los índices S&P 500 en EE.UU. y Euro Stoxx 50 en la Eurozona cayeron 11,4% y 12,4%, respectivamente) ni la disrupción de las cadenas de suministro globales se comparan con el costo humano de la epidemia, con 89.000 casos reportados y más de 3.000 víctimas a nivel global.
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Tras el brote inicial en la provincia china de Hubei, se instalaron dos líneas de defensa: la primera buscaba contener el contagio de Hubei a toda China, mientras que la segunda consistía en evitar que el virus se propagara de China al resto del mundo. Hasta hace poco, la atención estaba principalmente concentrada en la primera línea. La controversial cuarentena de más de 11 millones de personas en la ciudad de Wuhan parecía estar teniendo éxito en contener la enfermedad: el 4 de febrero, los nuevos casos llegaron a un pico de casi 4.000 personas, la amplia mayoría registrada en China.
No obstante, la sorpresa fue el absoluto colapso de la segunda línea de defensa, con Corea del Sur (>4.200) e Italia (>1.700) que reportaron brotes significativos hace aproximadamente una semana. En Irán (>900), la crisis de salud parece ser tan seria que incluso el ministro de Salud ha sido infectado. En pocos días, la mayoría de nuevos casos comenzó a registrarse fuera de China.
Sin embargo, el impacto económico no corresponde tanto al virus en sí mismo, sino al miedo que este suscita. La tasa de mortalidad del COVID-19 hasta la fecha (alrededor de 3%) es mucho menor que la de otras enfermedades respiratorias como SARS (10%), pero su tasa de transmisión es más alta. Se estima que, en la ausencia de medidas de contención, entre tres y cuatro personas pueden ser infectadas por cada nuevo caso. La tendencia de la enfermedad a ser altamente contagiosa ha motivado fuertes medidas de prevención por parte de autoridades, empresas y personas, las cuales inevitablemente se tornan disruptivas para la actividad económica.
Desde cierres de fronteras hasta cierres de fábricas, el mundo enfrenta un choque de oferta severo que los instrumentos de política monetaria o fiscal tradicional no pueden resolver. Los bancos centrales pueden recortar tasas de interés y los gobiernos incrementar el gasto público, pero eso no hará que las líneas de ensamblaje vuelvan a entrar en funcionamiento. Al mismo tiempo, algunos sectores como transporte o turismo también enfrentan un choque de demanda significativo, aunque su efecto sobre el gasto agregado es más incierto.
Los datos macroeconómicos en China ya empezaron a dar señales de la paralización económica, con el Índice de Producción Manufacturera (PMI) de Caixin/Markit que cayó a un mínimo histórico. Aun así, la probabilidad de una crisis financiera es baja dadas las medidas de emergencia implementadas por Beijing para evitar la quiebra de medianas y pequeñas empresas golpeadas por el virus, alargando el repago de deudas por vencer.
¿Y el Perú? Nuevamente, el miedo al COVID-19 parece tener un impacto igual de disruptivo que el virus mismo. Con países vecinos como Brasil y Ecuador confirmando sus primeros casos, la pregunta no es si este llegará a nuestro país, sino cuándo. Estemos alertas, pero no nos angustiemos.
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