La elección presidencial del 2021 será emblemática por varias razones. La primera, y más obvia, corresponde al calendario: el próximo será el año del bicentenario. Asimismo, la que viene será la primera elección después del terremoto político ocasionado por las investigaciones del Caso Lava Jato. Y como si esto no bastara, la votación tendrá lugar en un contexto de profunda convulsión social en la región, con países como Chile iniciando procesos para replantear el rol del Estado en la economía.
En este contexto, es muy probable que el Perú llegue a abril del 2021 con un crecimiento por debajo de 5% por casi siete años consecutivos. La tasa de 5% no es ningún número mágico y por sí sola no significa mucho, pero sirve para ilustrar que la economía claramente se ha enfriado tras el fin del superciclo de materias primas.
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Esta última observación no responde a ninguna preferencia política de izquierda o derecha, por cierto. La actual fase de menor crecimiento empezó tras un choque externo que tuvo lugar durante la segunda mitad de un gobierno que se identificaba como de izquierda; no obstante, el crecimiento se mantuvo débil (y hasta empeoró) durante dos años en los que el Perú fue liderado por una derecha de perfil tecnócrata.
Existe amplio espacio para discutir los aciertos y desaciertos de los gobiernos humalista, ppkausa y vizcarrista, y tasas de crecimiento tan magras como el probable 2% del 2019 ciertamente pudieron ser mayores. No obstante, es difícil imaginar escenarios en los que una economía pequeña, abierta y poco productiva como la nuestra puede sostener tasas de 6% o más en ausencia de un contexto externo de vacas gordas.
Por eso mismo, quien asuma el próximo gobierno tendrá que tomar medidas ambiciosas para elevar la capacidad de crecimiento peruano. La economía peruana, por su tamaño y características, siempre será sensible a los vientos externos (sean estos a favor o en contra), pero existen formas de incrementar su resiliencia. Para esto, es clave añadir nuevos motores al crecimiento.
La elección presidencial del próximo año es una oportunidad para la agenda de desarrollo productivo. Va a ser muy importante que los candidatos presidenciales articulen ideas claras sobre la necesidad de diversificar la economía y elevar su productividad. Hago hincapié en que estas ideas deben ser claras porque el debate actual se encuentra polarizado entre quienes quieren hacer ajustes cosméticos (‘destrabe’, incentivos tributarios a la formalización que no funcionan) y aquellos que buscan patear el tablero (cambiar la Constitución, regreso del Estado empresario), pero ninguna de estas dos actitudes maniqueas es la solución.
¿Podremos evitar esta falsa dicotomía? La elección congresal de enero muestra que la demanda de cambio es fuerte, pero no es clara en señalar la dirección en la que sopla el viento. Seguimos corriendo el riesgo de caer en el reformismo superficial o la irracionalidad revolucionaria. A estar atentos.