Vista área de una de las zonas de la reserva estatal de Balam-Kú. Foto: Cortesía Secretaría de Medio Ambiente, Biodiversidad, Cambio Climático y Energía del estado de Campeche.
Vista área de una de las zonas de la reserva estatal de Balam-Kú. Foto: Cortesía Secretaría de Medio Ambiente, Biodiversidad, Cambio Climático y Energía del estado de Campeche.
Dario Valdizán

Luchar contra el calentamiento global es complejo. Y es que las realidades más obvias, difundidas e importantes son a menudo las más difíciles de ver y cambiar. Particularmente cuando forman parte de nuestra rutina, de nuestra vida cotidiana. Son los problemas minúsculos que solo en el agregado percibimos la magnitud del daño que causan, los que son más difíciles de resolver. Principalmente si lo que genera el problema se ha vuelto una parte integral y mecánica de nuestra rutina diaria.

Para hacer una analogía, hay dos peces jóvenes nadando y se encuentran con un pez mayor nadando en la otra dirección, que asiente con la cabeza y dice: “Buenos días, muchachos, ¿cómo está el agua?” Y los dos peces jóvenes nadan un poco, y luego, finalmente, uno de ellos mira al otro y dice: “¿Qué diablos es el agua?” Así de difícil es percibir el impacto que genera en agregado al medioambiente los materiales que forman parte de nuestra rutina diaria. Partiendo de la fibra que hilan nuestras sabanas, el proceso de fabricación de nuestro colchón, seguido por el cepillo y la pasta de dientes, el vaso de plástico, la ropa de poliéster que utilizamos, todo contiene derivados de petróleo. Desde los años treinta hemos ido construyendo una infraestructura industrial de alcance global alrededor del petróleo y sus productos derivados. En décadas su extracción, accesibilidad y procesamiento se ha ido abaratando a través de ganancias de escala y eficiencias.

Su accesibilidad se refleja en un bajo costo que permite su amplia presencia en casi toda actividad del planeta. Por ejemplo, ¿qué es más barato, un litro de petróleo o un litro de Inka Cola? Un barril de petróleo contiene 42 galones o 159 litros. Asumiendo un precio de US$80 por barril, da alrededor de 50 centavos de dólar o S/1,90 el litro. Un litro de Inka Cola cuesta S/4,20, es decir 2,2 veces más que un litro de petróleo. No debería sorprendernos, ya que hemos desarrollado por décadas una infraestructura global alrededor del uso de esta fuente de energía y sus derivados. Su impacto se extiende a toda la cadena de valor que permite nuestro día a día. Por ejemplo, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO sus siglas en inglés) la malnutrición global alcanzaba al 65% de la población en 1950, cuando la población era de alrededor de 2,5 billones de personas. Para el 2019 el porcentaje había caído a 8,9%, mientras que la población mundial había crecido a alrededor de 7,7 billones. ¿Cómo conseguimos reducir la malnutrición en 58%, mientras crecimos la población total en 208%? La respuesta en gran parte es incrementando la productividad por hectárea a través del uso de fertilizantes, principalmente del amoníaco un derivado petroquímico. En Estados Unidos, en 1920 una hectárea producía 2 toneladas de maíz, para el 2020 la producción subió a 11 toneladas por hectárea.

En el 2019 el mundo produjo alrededor de 4,5 billones de toneladas de cemento, 1,8 billones de toneladas de acero, 370 millones de toneladas de plástico y 150 millones de toneladas de amoníaco. Estos cuatro materiales forman los pilares de nuestra civilización y no hay un material que los remplace en el corto plazo ni en la escala de la demanda global. Por eso, pensar que podemos desmantelar una simbiosis construida en décadas, es irreal. Y a su vez da la impresión de que el problema es la emisión de carbono, cuando el problema es el desbalance entre la producción de estos gases y la capacidad de absorción del planeta.

¿Cuáles son los principales emisores de gases de efecto invernadero? El primer lugar lo ocupa los materiales de construcción (i.e., cemento, acero, plástico) 31%, seguido por la generación eléctrica 27%, tercero están la producción de alimentos (i.e., plantas y animales) 19%, luego los medios de transporte (i.e., aviones, camiones, barcos de carga) 16%, y finalmente están las fuentes de calefacción y refrigeración (i.e., aire acondicionado, calentadores, refrigeradores) con 7%. Las tres primeras son responsable por el 77% de las emisiones que generamos.

Energía limpia ayuda a otras industrias a alejarse del uso de hidrocarburos como fuente de combustible, pero problemas como la intermitencia limitan su impacto. Por ejemplo, a pesar de que Alemania incremento entre el 2000 y el 2020 en más de 10x su capacidad de generación renovable (eólica, hidro, y solar) de 11% al 40% del total, el 48% de la generación proviene de fuentes no renovables debido a que su capacidad fotovoltaica solo genera en promedio 11-12% del tiempo debido al clima. Una solución real y a nuestro alcance es la energía nuclear. Es importante desmitificar los sesgos negativos a una alternativa real y limpia. Francia, por ejemplo, genera 75% de su energía vía nuclear y la vende a países como España y Alemania. Necesitamos hacer que la energía nuclear sea más segura. No hacerlo en base a tragedias del pasado es como si contempláramos prohibir la industria aeronáutica cada vez que se cae un avión. Lo que hicimos es construir aviones más seguros, y eso es lo que debemos hacer con la energía nuclear.

Como cuando uno quiere perder peso y escoge hacerse una cirugía bariátrica, el médico le indicara que de no cambiar sus hábitos de alimentación recuperara el peso en breve. La solución al problema es una combinación entre un gradual cambio de nuestros hábitos de consumo, donde la concientización y la disponibilidad de fuentes alternativas es clave, junto con innovación en el uso de fuentes de generación de energía. Es en el desbalance donde se encuentra la raíz del problema, soluciones que actúan como cirugías bariátricas, sin un cambio real en nuestros hábitos, no resolverán el problema. La tragedia está en que continuemos sin percibir como incrementamos esa dificultad a través de la simplificación del problema y/o distorsionando el rol que cumplimos.

Dario Valdizán es director Ejecutivo de Buyside Research de Credicorp Capital Asset Management

Contenido sugerido

Contenido GEC