Imagínese que el fiscal general de Suiza le pidiera al Departamento de Policía de Nueva York que detuviera a varios funcionarios de alto rango de las Grandes Ligas del Béisbol. Los policías probablemente lo harían – si la documentación estaba correcta – pero algunos neoyorquinos podrían exigir saber por qué los suizos interferirían en un tradicional pasatiempo deportivo estadounidense.
Lo más llamativo de la redada de la policía de Zúrich en el hotel Baur au Lac a las 6 de la mañana del miércoles es quién la ordenó. Loretta Lynch, la nueva fiscal general de EE.UU., le había pedido detener a siete funcionarios de la FIFA, la organización internacional de fútbol, y extraditarlos a EE.UU. para que enfrentaran cargos. Una vez más, EE.UU. ha mostrado el brazo más largo en el derecho internacional.
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“Gracias a Dios” fue mi reacción. Alguien tiene que mostrar la determinación y voluntad de limpiar a la FIFA, a pesar de los esfuerzos de Joseph Blatter, su atrincherado presidente, de atravesar el creciente escándalo.
A menudo la tradición de los agentes de la ley y los tribunales estadounidenses de llegar hasta el extranjero para capturar a los que buscan es irritante. Sin embargo, en el caso de la FIFA, y en el de medidas enérgicas más amplias en materia de corrupción, EE.UU. tiene razón.
Cuando las organizaciones globales se convierten en refugios para el soborno y las comisiones ilegales, no pueden dejarse pudrir simplemente porque la aplicación de la justicia es demasiado difícil.
Según su propia admisión, ha habido mucho comportamiento inmoral dentro de la FIFA. La CONCACAF, confederación de miembros de la FIFA que abarca a EE.UU., Canadá, México, América Central y el Caribe, llegó a la conclusión hace dos años de que tanto Chuck Blazer, su ex secretario general (quien desde entonces se volvió informante del FBI), y Jack Warner, su ex presidente, habían recibido millones de dólares en pagos ilícitos de sus arcas.
Sin embargo, el Sr. Blatter, de 79 años de edad, sigue adelante, negando todo conocimiento y alineando a sus partidarios para ser reelegido para un quinto mandato de cuatro años el viernes.
El Sr. Blatter no debe eludir su responsabilidad. Dirige una organización que ha alentado el clientelismo mediante la canalización de millones de dólares de sus ingresos cada año hacia sus federaciones de 209 miembros y seis confederaciones. Ha fracasado en garantizar que se administren correctamente y en evitar que a los representantes nacionales se les ofrezca dinero para emitir votos a favor de los países que desean ser sedes de las Copas Mundiales.
Hasta hace poco, el Sr. Blatter ha estado en un buen lugar para ignorar esta desgracia. Como le dijo Mark Pieth, profesor de la Universidad de Basilea a quien la FIFA le pidió proponer reformas en 2012, al Financial Times en aquel momento: “Suiza tiene este legado de ser una especie de puerto de piratas; es un país atractivo para las 60 organizaciones deportivas internacionales con sede allí porque hay poca regulación”.
Desde entonces Suiza ha endurecido la ley para evitar la corrupción en los organismos internacionales, y está llevando a cabo una segunda investigación – separada de la estadounidense – acerca de la forma en que se les otorgaron a Rusia y Qatar las Copas Mundiales de 2018 y 2022 respectivamente. Las redadas en Zúrich incluyeron la incautación de documentos por parte de la oficina del fiscal general suizo como parte de esta investigación.
Aun así, EE.UU. tiene una mayor tradición detrás, y muestra mucho mayor vigor en, perseguir el crimen internacional, incluyendo la piratería. La ley más poderosa del país es la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de 1977, que hace que sea un delito para una compañía estadounidense – o, crucialmente, una compañía con operaciones en EE.UU. – pagarles sobornos a funcionarios.
Por ejemplo, BHP Billiton pagó una multa de 25 millones de dólares la semana pasada por financiar la asistencia de 176 funcionarios gubernamentales a los Juegos Olímpicos de 2008 en Beijing.
Durante mucho tiempo, las compañías y otros países se quejaban acerca del hecho de que EE.UU. hiciera valer sus derechos como ejecutor mundial, pero gradualmente se han dado cuenta no solo de que se justifica una postura agresiva sino de que ellos mismos deberían hacer más para evitar la corrupción. Los estándares globales se han elevado porque otros se han integrado, tanto a las leyes como a la ejecución de ellas.
En el caso de la FIFA, la ley estadounidense se extendió hasta donde fue necesario. El Sr. Blazer tenía su sede en Nueva York, y los acusados de la FIFA y de los órganos de mercadotecnia deportiva estaban de paso por la ciudad. Después de convertirse en informante del FBI, según el New York Daily News, llevaba un llavero con un micrófono a Londres para grabar las conversaciones con los funcionarios que estaban visitando los Juegos Olímpicos de 2012.
Suiza está mostrando más iniciativa que en el pasado, pero la oficina del fiscal general suizo ha adoptado la narrativa de que la FIFA es “la parte perjudicada” en el asunto, en lugar de ser la culpable. Esto podría ser formalmente cierto bajo la ley suiza, pero no ayuda a disipar la impresión de que el Sr. Blatter hace con el país lo que desea.
Por suerte, EE.UU. no ofrece tanta comodidad. “Permítanme ser clara: este no es el último capítulo de nuestra investigación”, declaró la Sra. Lynch después de revelar los cargos de asociación delictuosa y lavado de dinero. El fútbol puede no ser un deporte estadounidense, pero por favor, no se detengan ahora.