En medio de las aguas tropicales, tras arenas bordeadas de palmeras y puertas cerradas, se levanta Baha Mar – el centro vacacional más grande y costoso (US$3.500 millones) de El Caribe.
En él, nadie retoza junto a la piscina con una piña colada en la mano ni usa sus palos en el campo de golf de Jack Nicklaus. Ninguna máquina tragamonedas deja oír su tintineo en el casino. El Bar Flamingo, la Brasserie des Arts y la boutique Cartier están a oscuras. En esta luminosa mañana de octubre en las Bahamas, las 2.200 habitaciones para huéspedes están vacías. El silencio es casi espeluznante en este lugar de las afueras de Nassau, donde el paisaje marino de Paradise Island cede su lugar al enorme resort fantasmal de Baha Mar.
Cómo fue que el sitio terminó así –en una quiebra tan colosal que pone en peligro la calificación crediticia de las Bahamas- es una de las historias comerciales más impresionantes que haya vivido esta nación caribeña desde que se tiene memoria. Va mucho más allá de las playas de arena blanca y atraviesa varias zonas horarias, nada menos que hasta el Consejo de Estado de China.
‘MANDAMASES’
Resulta que hasta en el paraíso, las aspiraciones locales pueden chocar con las ambiciones mundiales de China. Puede que Baha Mar haya sido soñada en la tierra del ocio de las Bahamas pero el gobierno central de Pekín controla al banco de desarrollo y el coloso de la construcción que determinarán su destino. Y China, dicen en Bahamas, juega rudo en momentos en que sus empresas estatales proyectan dinero e influencia en todo el mundo.
“Su actitud es: ‘Somos los mandamases, la plata es nuestra, así que ustedes tienen que hacer lo que nosotros decimos’”, explica Dionisio D’Aguilar, destacado hombre de negocios y ex director de Baha Mar Ltd.
Para entender los problemas de la isla hay que remontarse a 2005, cuando el primer ministro Perry Christie llegó a un acuerdo con Sarkis Izmirlian, hombre de negocios local que ayudó a revitalizar Cable Beach, la playa más popular de la isla de Nueva Providencia. Cuando en 2008 se produjo la crisis financiera, Izmirlian aceptó la propuesta de construcción de China State Construction Engineering Corp., el segundo mayor contratista del mundo. La compañía lo puso en contacto con Export-Import Bank of China, o Exim, que promueve el comercio y la inversión bajo la dirección de Pekín.
Pero enseguida se produjeron interminables regateos complicados por la barrera del idioma con motivo de los pagos, las facturas, la calidad de las obras, etc. Se fijaron plazos y no se cumplieron. Los correos electrónicos iban y venían de Pekín.
Finalmente, Baha Mar Ltd. se presentó en quiebra en Delaware el 29 de junio… y se desató una batalla campal en la que China State Construction acusó a Izmirlian de entorpecer el proyecto con infinitos cambios de diseño.
Cómo terminará el asunto es una incógnita. Fernando Menéndez, miembro sénior del think tank de Washington Center for a Secure Free Society, dice que el episodio dice menos sobre las Bahamas e Izmirlian que sobre China y sus empresas estatales.
“Las empresas estatales no funcionan como entidades competitivas”, señala Menéndez. “Están protegidas de la quiebra”.
En Nassau, a la gente le preocupa que, aun cuando se consiguieran nuevos inversores, el impulso económico que prometía el proyecto lleve tiempo. Puede que sólo en 2018 Baha Mar haga un aporte significativo a la economía de las Bahamas, según Standard Poor’s, que rebajó la calificación de las islas a BBB- y advirtió que esta podría llegar a la categoría de basura.