Conversamos esta semana con Andrés Oppenheimer, columnista del Miami Herald (cuya columna se publica en El Comercio), y conductor del programa de CNN en español “Oppenheimer presenta”. Autor y conferencista, Oppenheimer es hace mucho una de las voces más autorizadas en cuanto a Latinoamérica, sus principales desafíos y metas.
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—A partir de la crisis del COVID-19, ¿cuáles serán los principales cambios que veremos en la forma de trabajar, de interactuar y –básicamente– de vivir en el futuro próximo?
Yo creo que se van a acelerar todas las tendencias de las que hablaba en “Sálvese quien pueda”, mi libro sobre la automatización del trabajo, porque esto ya venía ocurriendo. Yo citaba un estudio de la Universidad de Oxford del 2013 que decía que para el año 2030 el 47% de todos nuestros trabajos van a ser automatizados. Pero me quedé corto. Esto ha ocurrido muchísimo antes. Fíjate, por ejemplo, que hace pocos días, el presidente de Microsoft dijo que hemos visto una transformación digital de dos años en los últimos dos meses. Y eso se está viendo en todas partes: en el aumento del teletrabajo, de la telemedicina y de la educación en línea, del comercio electrónico. Fíjate que el número [de usuarios en un programa] de videoconferencias se disparó de 10 millones por día hace un año, a 300 millones por día en los últimos dos meses, según Sony y otras empresas. Entonces, puede ser que esta cifra caiga algo cuando pase la pandemia, pero no va a caer mucho. O sea que esto no hay quien lo pare y esto se va a acelerar con esta tendencia que ya venía. Se va a acelerar porque el miedo a futuras pandemias va a aumentar la automatización de muchos trabajos. Por ejemplo, porque hará que muchas fábricas manufactureras no quieran tener a sus trabajadores sentados uno al lado del otro, arriesgándose a contagiarse de un virus de estos.
—Esto entonces acelerará la robotización, la automatización de los procesos, el uso de inteligencia artificial…
Por supuesto, y lo mismo que pasa en las fábricas manufactureras pasará en los supermercados y el comercio. Los supermercados no van a querer que sus cajeros estén ahí toqueteando paquetes de comida uno tras otro durante ocho horas, tocando dinero con las manos. Se arriesgan a contagiarse y contagiar a los clientes. Entonces los van a reemplazar por cajeros automáticos. Esto ya había empezado en Estados Unidos, a decir de Amazon, hace dos o tres años. Pero esto se va a disparar ahora. Entonces vamos a ser un mundo todavía más automatizado y mucho más rápido de lo que advertí en el libro.
—En esa línea, la convergencia que venía produciéndose, digamos, entre América Latina y el mundo desarrollado, va a tener una brecha tecnológica muy importante. ¿Cómo crees que diferirá la trayectoria de los países desarrollados y la de América Latina?
Yo creo que va a haber una brecha tecnológica cada vez mayor, pero no solo entre los países, sino dentro de los países, porque todo este fenómeno de la aceleración tecnológica va a estar buena para muchos y mala para muchos otros, incluso dentro de cada país. Ejemplo: si tú vives en Lima, estudiaste en la universidad, hablas algo de inglés, tus posibilidades se van a multiplicar muchísimo.
En el libro yo citaba algunas plataformas de Internet que hoy día te permiten, si eres un diseñador de páginas web en Lima, ofrecer tus servicios en Estados Unidos, en Tailandia, en Sudáfrica, donde quieras y viceversa. O si eres un contador, ofrecer tus servicios en cualquier país del mundo. Entonces, tú dices “yo soy un contador, un graduado de la universidad en el Perú, cobro tantos por hora, esta es mi experiencia” y compites con un contador en Tailandia, Sudáfrica y se incrementa enormemente tu visibilidad laboral.
Dicho sea de paso, hace un año y medio, cuando salió el libro, yo citaba varias de estas plataformas y una de ellas, por ejemplo, tenía en ese momento 8 millones de personas que estaban ofreciendo sus servicios. Hoy día tiene 12 millones. Entonces, si tú eres ese diseñador de páginas web, ese programador, ese contador en el Perú, la economía digital aumenta enormemente tus posibilidades. Tu mercado laboral dejó de ser Lima, dejó de ser el Perú. Pero si tú vives en el Amazonas, no tuviste una educación privilegiada, no tienes una buena conexión a Internet, corres el riesgo de quedarte cada vez más atrás.
Por eso es tan importante que los países impulsen la educación de calidad, porque la economía mundial va a ser cada vez más digital, va a requerir más conocimientos y va a requerir cada vez más habilidades distintas a las que están impartiendo muchas de nuestras escuelas.
—Los países latinoamericanos, en promedio, son países de alta informalidad, de bajo capital humano y de pobre infraestructura; encima, con Estados bastante ineficientes, ¿Por dónde deberíamos de empezar los cambios?
Yo creo que hay tres prioridades que son: la educación, la educación y la educación. Pero la educación entendida como educación de calidad, no simplemente como la expansión de la educación o la repartija de títulos que no significan mucho. La educación en la que vas a la escuela primaria y la secundaria, con suerte vas a la universidad, recibes tu título, lo cuelgas en la pared y trabajas con eso el resto de tu vida… esto, en la nueva economía, se acabó, porque para el día que tú sales de la universidad ya la mitad o más de las cosas que aprendiste están obsoletas porque ya salió una aplicación o un robot que las puede hacer. Entonces tienes que reinventarte o actualizarte constantemente.
—¿Qué país fuera de América Latina sería un buen ejemplo de lo que los países latinoamericanos deberíamos adoptar como modelo educativo, con miras a lo que viene?
Bueno, yo hace varios años escribí un libro sobre educación que se llamaba “Basta de historias” y ahí recorrí el mundo. Fui a Singapur, a Japón, a China, a Finlandia, a Israel, a varios países, y [una de] las conclusiones que saqué en ese libro es que tenemos que crear una cultura de obsesión con la educación. Porque el motivo por el que los países asiáticos, empezando por Hong Kong, China y Shanghai, salen primeros en todas las pruebas Pisa, es porque los chinos y muchos asiáticos tienen una cultura de obsesión por la educación. Entonces, qué pasa, en China la mayoría de familias tienen un hijo. Entonces tú tienes un sistema triangular en el que tienes en cada familia dos padres, cuatro abuelos, ocho bisabuelos, todos invirtiendo todo su dinero en la educación del pequeño príncipe o de la pequeña princesa. Es un triángulo invertido.
En América Latina no tenemos esa obsesión familiar por la educación. Tenemos que crear una obsesión familiar por la educación. En América Latina esperamos que el Gobierno o el ministro de Educación mejoren la educación y eso es una fantasía. Eso no va a ocurrir. La mejora educativa tiene que ser un proceso que venga de abajo para arriba. Tiene que haber una presión social por la mejora de la educación. Por eso yo cito mucho el caso de Brasil. En Brasil se creó una ONG que se llama Todos por la Educación, en que los 50 empresarios más poderosos de Brasil se juntaron, pusieron dinero, contrataron equipos académicos para que hagan un plan a 15 años para mejorar la calidad educativa con metas muy concretas y medir tiempo. Y a partir de ahí se contactaron con todos los medios de comunicación, con los artistas más conocidos, hicieron una campaña impresionante en los medios para transmitir el mensaje de que la educación es el mejor pasaporte para la prosperidad personal, familiar y nacional. Lo hicieron con tal éxito que la educación pasó de ser la prioridad número doce o trece de los brasileros a la prioridad número dos, después de la economía. Entonces, qué pasa cuando pasa eso: los políticos escuchan y se ponen las pilas, porque el problema con la educación en el Perú, en Argentina, México y otros países, es que la educación no sale en la foto… un político antes de gastar dinero en calidad educativa va a gastar dinero en un puente, en un camino, en algo que sale en la foto. La calidad educativa no sale en la foto. Entonces, para que ese político, ese presidente, invierta en calidad educativa, tiene que tener un pueblo que se lo exige. Tiene que tener un pueblo que mida en test internacionales cómo sale ese país. Y para eso es importante la presión.
Entonces, resumiendo, tenemos que crear una cultura familiar y nacional de la educación de calidad para presionar a los gobiernos a que inviertan en eso, en aquellas cosas que no salen en la foto, como perfeccionamiento de maestros, perfeccionamiento de la escuela, todo lo que hace la calidad educativa.
—¿Qué tan importante sería para un país latinoamericano como el Perú digitalizar a su ciudadanía, como lo esta haciendo la India? ¿Qué tan útil sería?
Yo creo que ahí vamos todos. Hay muchas preocupaciones por la privacidad, pero después de esta pandemia, que como decíamos, lo acelera todo, va a ser muy difícil evitar que digitalicemos todo para preservar vidas, para no contagiarnos, para que la próxima vez esto nos agarre un poco mejor preparados.
—Probablemente vamos a tener el mismo problema que mencionabas con la educación, es algo que “no se ve”, recién se ven los frutos y las ventajas uno o dos gobiernos después. Porque digitalizar toma mucho tiempo.
Sí, pero creo que nosotros en América Latina estamos demasiado acostumbrados a esperar que las cosas nos vengan de los gobiernos y demasiado poco acostumbrados a que las cosas vengan de la ciudadanía.
Yo creo que las ONG, las empresas, tienen una enorme responsabilidad que no siempre están cumpliendo para impulsar y arreglar esos procesos… porque mira los gobiernos… van y vienen, los gobiernos hacen planes en función de plazos electorales…Y como tú bien decías, la calidad educativa es un proyecto a diez años, doce años. Entonces, los países que mejor funcionan son los países que tienen una cultura detrás de esos proyectos. En Asia, si seguimos hablando de educación, tienen la suerte de tener la cultura confucionista que promueve la educación; pero yo no creo que eso sea una cuestión insalvable, ni mucho menos.
Yo no creo que ningún país latinoamericano esté biológicamente condenado al atraso en este aspecto ni en ningún otro. Las culturas se pueden cambiar, pueden cambiar con una rapidez impresionante. Si no, mira el caso de Irlanda, el caso de Australia, un país que era una colonia de expresidiarios. No hay ningún motivo por el que los países latinoamericanos no podamos dar una vuelta igual o más allá.
—Y dentro de esa esperanza de mejoras. ¿Cuáles crees que son los países en América Latina que están mejor preparados para poder asumir esos cambios?
Bueno, te diría que entre los primeros está el Perú. Si tú te fijas en el ranking que acaba de sacar “The Economist”, de los países mejor preparados económicamente para salir adelante de esta crisis, el Perú está en el número uno en América Latina.
Creo que Chile sigue siendo un país promisorio, pero obviamente ha sido golpeado por estas protestas, en parte legítimas y en parte impulsadas por granjas de noticias falsas de Venezuela, Rusia y otros países. Pero el Perú ha tenido la suerte de no estar sacudido por esta ola que sacudió a Colombia, Ecuador y a Chile. Entonces el Perú, de nuevo, a riesgo de que me veas un poco ingenuo, está en términos relativos mejor posicionado que la mayoría de los países latinoamericanos para no sufrir un nocaut con esta crisis del coronavirus.
Entre los países peor posicionados, obviamente esta Venezuela, desde todo punto de vista. Como me dijo Juan Guaidó en una entrevista reciente en CNN, en todo el país tiene 300 respiradores… o sea, nada. Y la cifra de 12 muertos que da el gobierno de Venezuela, no se la cree nadie; y peor económicamente, porque Venezuela ha perdido más del 60% de su Producto Bruto Interno durante los últimos seis años, 15% de caída en su IRTF [impuesto a la renta] el año pasado y si esta crisis está pegándole a América Latina seis semanas después de Europa, como dice la Organización Panamericana de la Salud, si llega a prender esta crisis, esta pandemia, en serio en Venezuela será un desastre humanitario como no hemos visto en muchísimo tiempo.
Pero aparte de Venezuela, yo diría que definitivamente Argentina está muy mal parada, al borde del default, con un gobierno populista que no entiende cómo funciona la economía mundial, que en lugar de tratar de atraer capitales, ahuyenta capitales, en fin, con un gobierno que no termina de entender cómo funciona el mundo.
—¿Crees que esta crisis va a despertar nuevos afanes populistas en la región?
Definitivamente, y no solo en América Latina, en Estados Unidos también. Trump es un nacionalista populista con enormes tentaciones autoritarias que muchas veces suena y actúa como un populista de alguna república bananera. Y las crisis como esta, lamentablemente, reavivan las tentaciones autoritarias en muchos presidentes.
Claro que existe un riesgo, no solo en América Latina, sino en todo el mundo. Lo vemos en Estados Unidos, en Brasil, en Hungría, lo vemos en muchas partes del mundo. Ojalá que en las elecciones de noviembre en Estados Unidos gane un gobierno que vuelva a pregonar la democracia en lugar de abrazarse con el líder de Corea [del Norte] y Putin, en lugar de abandonar la causa los derechos humanos, en lugar de abandonar la causa de libre comercio, en lugar de abandonar la causa del tratado del cambio climático en París, y se vuelva a integrar al mundo y apoye las causas en las que creemos muchos de nosotros.
—¿Cómo crees que va a cambiar el coronavirus la geopolítica global?
No comparto la creencia de muchos de que China va a salir más fortalecida de esto. Yo creo que antes estábamos en un mundo del G7, y creo que después de la crisis vamos a tener un mundo del G0 en que ningún país va a ser la gran superpotencia.
China no creo que lo sea porque va a salir bastante golpeada de esto. No solo Trump está acusando a China de haber causado esta crisis (por supuesto que lo hace por motivos electorales), pero ya Alemania, Australia, varios otros países están exigiéndole a China que rinda cuentas, cuanto menos por su tardanza en haberle avisado en mundo de esta pandemia se estaba gestando.
China trató de arreglarlo los últimos meses mandando mascarillas y otros equipos médicos al mundo y no le salió muy bien la jugada porque muchos de esas mascarillas estaban agujereadas. Muchos de esos ventiladores no funcionaban. Y al mismo tiempo, económicamente, creo que China no va a ser una gran superpotencia como algunos creen, por lo menos a corto plazo, porque después de lo que pasó con el coronavirus muchas multinacionales no van a querer que sus cadenas de valor dependan tanto de China como antes de la pandemia.
Muchas multinacionales se quedaron aterrorizadas en enero, cuando China se paralizó y no pudieron importar piezas e insumos de China para sus fábricas en Estados Unidos. Entonces ahora van a tratar de diversificar sus fuentes de partes y piezas, y eso va a perjudicar en cierta manera a China.
Estados Unidos tampoco va a ser la gran superpotencia que era antes, porque (por lo menos mientras siga Trump en el poder) es un país que se está retirando del mundo, está replegándose de su liderazgo en temas como la defensa de los derechos humanos, el medio ambiente, la defensa de libre comercio. Tiene un gobierno que se autodefine como nacionalista, que en muchos casos es xenófobo y que en todo caso es irracional.
De manera que estamos yendo de un mundo del G7 a un mundo [del] G0. Y en un tema relacionado, pero no directamente, cuando hablaba de que muchas multinacionales van a cambiar su cadena de valor y van a tratar de diversificar, eso es una gran oportunidad para América Latina, eso es una gran oportunidad para países como el Perú, porque las empresas manufactureras multinacionales van a querer diversificar sus fuentes, su cadena de valor, su fuente de insumos.
—Hablando de Trump, ¿crees que su reelección está en riesgo? ¿Crees que será reelegido a fin de año?
No lo sé; no lo sé porque pueden pasar muchísimas cosas. Si las elecciones fueran hoy, las pierde. Hoy está perdiendo en los cinco estados clave, incluyendo los estados bisagra como Michigan, Wisconsin y Florida.
Pero eso no significa nada, porque de aquí a noviembre es una eternidad, pueden pasar 20 mil cosas. Trump seguramente va a subirle el tono a su confrontación con China para presentarse como el líder de una causa, digamos, y para esconder su terrible metida de pata en esta crisis del coronavirus, ya que se quedó dormido durante todo el mes de febrero en lugar de prepararse para comprar [medicinas] y mascarillas y todo eso; no hizo prácticamente nada y tiene una enorme responsabilidad por este número récord de muertes por coronavirus que se están dando en Estados Unidos. Entonces Trump, para desviar la atención de sus propios errores, diligencias de su propia ineptitud cuando empezó esta pandemia, va a tratar de culpar a China y vaya a saber, puede ganar.
—Hablabas de la enorme oportunidad que tenían países como el Perú ahora que las grandes multinacionales iban a comenzar a replegarse un poco del Asia. ¿Cómo se podría integrar ese profesional, pequeña o mediana empresa peruana en la cadena de valor global?
Esto es una enorme oportunidad para un país como el Perú, pero no es una garantía de nada porque la tendencia hacia la diversificación de las importaciones de China ya había empezado. Hace dos, tres años levemente, no mucho, habían caído las importaciones de China , de las multinacionales, un 10% a 15% pero, interesantemente, esa diversificación no benefició a América Latina, sino a Taiwán y otros países sudeste asiático que son mucho más competitivos, pero ofrecen más ventajas a los empresarios, ofrecen más garantías, entonces esa es una gran oportunidad para el Perú pero de ninguna manera es una garantía.
En América Latina tenemos que competir contra esos países asiáticos y dejar al lado ideologías del siglo XIX porque sí Vietnam es un país comunista ofrece suficientes garantías a los empresarios para que muchas multinacionales de Estados Unidos vayan a poner fábricas a Vietnam, con qué excusa no lo va a hacer el Perú.
—¿Pesará mucho nuestra precariedad institucional en la decisión de comerciar con países como el Perú?
Si y no. Fíjate que el Perú es una democracia muy ruidosa. Cada vez que llego al Perú siempre hay un escándalo político, siempre hay un titular en los periódicos con algún escándalo político; pero, si tú miras, das un paso atrás y miras objetivamente, lo que pasados en los últimos 20 o 30 años por lo menos… hay una relativa estabilidad, ¿o me equivoco?
—Bueno, sí, en medio de la bulla ha habido estabilidad, pero también hemos ido micro-regulando el ambiente de negocios, perdiendo puestos en competitividad…
… y están siempre al borde de un salto al populismo, cosa que inhibe a los inversionistas. Eso es absolutamente cierto, pero hasta ahora eso no ha pasado. Entonces lo que yo veo de lejos que le falta al Perú es una marca país como la que supo construir Chile. Y proyectar esa estabilidad endeble para aprovechar esa diversificación de las cadenas de valor que se viene en el mundo por coronavirus… Por eso, deben acelerar la tendencia a la automatización (de lo que hablo en “Sálvese quien pueda”), primero porque es una tendencia que viene. Los robots ya venían siendo cada vez más baratos, cada vez más inteligentes… un robot industrial en China costaba el equivalente a 5,3 años del equivalente de un trabajador humano en el 2015. Hoy día un robot industrial vale menos del equivalente a un año de lo que cuesta un trabajador humano en una fábrica automotriz en China y el robot industrial trabaja 24 horas por día, no se toma vacaciones, no pide aumento de sueldos, no chatea en horas de trabajo.
Entonces, por un lado, eso ya venía sucediendo, pero por otro lado ahora con esta crisis, va a ocurrir lo que te decía recientemente. La fábrica, que tiene una línea de producción con una trabajadora sentada al lado de la otra, no va a querer tenerlas sentadas así. Y probablemente automaticen muchos de esos trabajos. Y tampoco va a querer alquilar o comprar una fábrica grande. Y los supermercados probablemente tampoco querrán tener a una persona tocando con la mano un paquete tras otro todo el día y tocando billetes y probablemente también los empiecen a sustituir…
—Lo cual creará una presión social muy fuerte en pocos años…
Sí. Ahora, yo no soy apocalíptico, no soy un pesimista, porque hasta ahora la tecnología siempre ha terminado creando más trabajos de los que ha destruido. O sea, la revolución industrial, los fabricantes de ropa quemaban las máquinas a vapor porque decían que las máquinas de ropa tejedora iban a destruir miles de empleos y dejar a mucha gente [sin trabajo]. Bueno, al final de la historia, la industria textil terminó con más trabajadores que antes.
¿Por qué? Porque la ropa se hizo mucho más barata. Eso ayudó a la gente [con] muchos más ingresos disponibles para comprar más ropa y al final del día hubo más trabajadores de ropa que antes. Lo mismo pasó cuando surgió el automóvil. Los dueños de las carretas empezaron incendiar autos diciendo que el auto iba a dejar sin trabajo a los fabricantes de carretas, a los alimentadores de caballos, etcétera. Al final del día, el automóvil produjo muchísimo más trabajo que las carretas, hicieron falta millones de personas para construir puentes, caminos, fábricas de autos, talleres mecánicos, etcétera. O sea, hasta ahora la tecnología siempre ha creado más empleo de los que ha destruido.
Eso puede cambiar, porque los tiempos se están acelerando muchísimo, pero yo confío en que debamos encontrar la vuelta. En el libro hablo de varios ejemplos como [esas que] pueden ocurrir, ideas como ingreso básico, universal, vinculado al trabajo social. Hay muchas ideas interesantes dando vueltas.
Yo creo que, a la larga, los cambios tecnológicos que se van a hacer ahora van a ser para bien, el problema va a ser la transición, que va a ser un sálvese quien pueda.
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