Milton Von Hesse

Una de las características principales del discurso político de la izquierda en los últimos años ha sido su ataque sistemático hacia la agricultura moderna; en particular, hacia la agricultura agroexportadora cuyo punto más importante fue la modificación hacia fines del 2020 del marco legal que fomentó el despegue y auge de esta actividad. Dicho discurso negativo se ha sustentado en una idea equivocada de que existiría una contradicción entre la agricultura empresarial y la agricultura familiar en la que el auge de una significaría el declive de la otra. Si bien no existe ninguna evidencia que sustente lo anterior, dicho discurso anti agricultura empresarial muchas veces se ha sustentado en aquellos argumentos que se utilizaban previos a la reforma agraria en la década del sesenta. En aquel entonces, ambas formas de producción competían para su expansión por los mismos recursos: tierra, agua y mano de obra. La reforma agraria, sin embargo, se encargó de eliminar ese antagonismo desapareciendo a la hacienda latifundista como una forma de producción en la agricultura peruana y fue reemplazada por minifundios y cooperativas que se desarrollaron en las siguientes décadas sin contar con capacidad empresarial para enfrentar a los mercados.

Las reformas estructurales que se inician en la década del 90 que retoman el equilibrio fiscal y macroeconómico, que reestablece el mercado de tierras, que confía en la iniciativa privada y restringe la actividad empresarial del estado, que elimina los controles de precios y las intervenciones en la comercialización de insumos y productos, que simplifica los aranceles y minimiza la medidas paraarancelarias, que abre la economía al comercio exterior, que simplifica el marco tributario y conforme al artículo 88 de la Constitución Política de 1993 desarrolla un marco legal consistente con el “apoyo preferente al desarrollo agrario” y que empieza a desarrollar un programa de inversiones en infraestructura con los ahorros públicos parte del cual permite el desarrollo de carreteras y trasvases de agua de la cuenca del atlántico hacia la del pacífico, permiten la aparición y crecimiento continuo de una agricultura empresarial que se desarrollará principalmente en la costa.

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Dicha agricultura moderna y empresarial pondrá la mirada en el exterior y se sustentará en la conquista del desierto empezando por Ica utilizando sobretodo aguas del subsuelo y luego se expandirá a La Libertad (proyectos Chavimochic 1 y 2), Lambayeque (proyectos Olmos 1 y 2), la costa de Ancash y también Piura y el resto de las regiones en menor escala. Esta agricultura, a diferencia del latifundio de antaño, al desarrollarse sobre el desierto y no competir por el agua superficial de los valles viejos, puede desarrollarse a un ritmo impresionante que se refleja en un extraordinario incremento de las exportaciones desde alrededor de los 500 millones de dólares al año a principios de los 90 hasta los 10 mil millones de dólares en la actualidad. La mano de obra que es utilizada en este proceso productivo es asalariada y formal por lo que se ha constituido en la fuente principal de sustento de casi un millón de peruanos que están articulados a esta cadena productiva de manera directa e indirecta. Un indicador que refleja no solo el incremento de la producción y el empleo en este sector, sino también de su productividad, es que el valor exportado por trabajador más que se triplicó entre principios del 2000 y la actualidad pasando de 100 dólares a más de 300 según cálculos de un reporte del BBV Research.

La agricultura familiar que se caracteriza por explotaciones principalmente de tamaño pequeño y fragmentado, por la utilización predominante de mano de obra familiar no remunerada, por el todavía alto porcentaje de su producción que se destina al autoconsumo y al trueque, por su bajo utilización de tecnologías como, por ejemplo, el riego, los fertilizantes y las semillas mejoradas, se ha venido beneficiando del auge agroexportador. Ello, debido a que, en primer lugar, ha sido fuente de provisión de mano de obra temporal y permanente para los predios de la agricultura moderna. En segundo lugar, se ha podido notar que la productividad en cultivos tradicionales en comunidades campesinas que aportan mano de obra a los campos de la costa también se ha incrementado como consecuencia de la imitación en predios propios de las prácticas modernas. Finalmente, pero no menos importante, es que muchos agricultores familiares de la costa, y en bastante menor medida en la sierra, se han podido articular a las cadenas agroexportadoras y a la formalidad como sus proveedores luego de aliarse con ellas y acceder a tecnología y financiamiento para tal fin. Es evidente que la política agraria debe centrase a futuro a seguir promoviendo el desarrollo de la agricultura empresarial y su vinculación con la agricultura familiar más tradicional. Eso puede significar que una hectárea de un cultivo tradicional como la papa, que hoy produce un valor de venta de aproximadamente 3 mil dólares al año, pueda transitar hacia una producción de cultivos orientados al mercado externo que generen ventas anuales que pueden fluctuar entre los 40 mil dólares (palta) y los 80 mil dólares (arándanos).

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