Coincido con Jorge Luis Borges cuando decía que “el futuro no es lo que va a pasar, sino lo que vamos a hacer”. En economía, podríamos además decir que esto dependerá del procesamiento de información diversa que realicen los agentes económicos respecto a lo que se conoce y lo que se cree sucederá. Esta dinámica, conocida como expectativa, tiene efectos de primer orden según la teoría económica moderna, que asume que las decisiones de consumo, ahorro, inversión, producción, contratación, precios, entre otras, se realizan de manera prospectiva, dando forma a la dinámica de los ciclos económicos y sus resultados. Es más, esta literatura encuentra que el factor político explica, en gran medida, el mayor o menor sentimiento de confianza.
En relación con lo anterior, el recientemente publicado Marco Macroeconómico Multianual 2023-2026 (MMM) subraya la necesidad de la “recuperación de confianza” como uno de los ejes de la política económica. Al respecto, se listan un conjunto de acciones que el MEF buscará liderar, sugiriendo un mayor impulso fiscal. Este objetivo, sin embargo, tiene una alta probabilidad de no alcanzar su cometido, dada la extrema desconfianza que hoy habita en el Perú, luego de casi una década de creciente volatilidad política a la que hoy se le suman las peligrosas decisiones y mensajes del presidente Castillo y sus huestes, cargados de ideas trasnochadas, que nos enrumban a un mayor atraso. Bajo esta nube espesa de incertidumbre, poco puede hacer la solitaria cartera de Economía, más aún con el enemigo en casa.
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Siendo así, es poco realista pensar que la economía pueda transitar por “cuerdas separadas” a la política, como se ha sugerido recientemente. Los datos confirman que esas cuerdas separadas son inexistentes, y que, por el contrario, desde hace bastante tiempo estamos discurriendo por un escenario de desaceleración económica acorde con el menoscabo de la política, que no solo dificulta la posibilidad de hacer reformas, sino que ha propiciado el desarme de aquellas realizadas en el pasado.
Así, seguimos creciendo, pero cada vez con menos ritmo y limitadas capacidades para continuar reduciendo las desigualdades y la pobreza. Y si la economía no ha terminado de desplomarse se debe en gran medida a la construcción de sólidas –y quizá únicas– institucionalidades económicas en el ámbito fiscal y monetario que han sorteado lo peor, pero que no han sido suficientes para evitar que perdamos la oportunidad de trascender. De hecho, el PBI per cápita venía creciendo con alto dinamismo hasta el 2012, para luego entrar en un período de estancamiento, coincidente con el enrarecimiento del escenario político [ver infografía]. Los datos también ilustran lo que fue una oportunidad perdida. En efecto, si se hubiera logrado mantener la fuerte tendencia de la primera etapa, hoy el Perú tendría un PBI per cápita 40% más alto, lo que habría permitido, por ejemplo, que la tasa de pobreza no estuviese en 25%, sino que fuera menor que 15%.
Como decíamos, esta ralentización económica observada ha venido de la mano del deterioro de las expectativas del consumidor y de los empresarios, que se resumen en los indicadores de confianza del consumidor y empresarial. En el segundo gráfico que acompaña este artículo, se consignan no solo los datos promedios de las últimas dos décadas, sino también las proyecciones de actividad para el 2022-2026 del MMM. Al ver esto, nos preguntamos si es creíble proyectar un mayor crecimiento económico en un contexto de expectativas pesimistas y con sesgo a empeorar. ¿Se puede pensar en cuerdas separadas?
Pensar que la economía y la política puedan transitar por senderos que se bifurcan solo es posible en las ficciones del mundo borgiano. Es más, preocuparía enormemente que se estuviese considerando darles elevado protagonismo a algunos de los lineamientos de política mencionados en el MMM tales como subsidios, alivios tributarios, financiamiento productivo y medidas sectoriales. Con un crecimiento potencial alrededor del 3,0% –y probablemente corrigiéndose a la baja– se podría terminar complicando la labor del Banco Central en la lucha contra la inflación y, paradójicamente, perdiendo aún más la confianza que se quiere recuperar.
Hay cosas valiosas en el MMM, en lo referido a la intención de destrabar proyectos de inversión y poner en marcha las obras paralizadas. Es sin duda ahí donde se deben desplegar los esfuerzos, articulando a los actores públicos y privados. Acciones en esta línea –harto difíciles, por cierto, con este gobierno– sí que podrían ayudar en el margen a mejorar el perfil de crecimiento. Pero es necesario pisar tierra y reconocer la alta incertidumbre política que produce día a día el gobierno de Castillo que, más que una piedra en el zapato, hoy se ha convertido en una pesada roca que hunde las esperanzas de los peruanos.