CHRIS MELZER / DPA
Es el hombre más rico del mundo, pero también uno de los más generosos: Bill Gates ha donado ya miles de millones de dólares para combatir la necesidad en los países más pobres.
¿Misión imposible? En absoluto. En entrevista con DPA, el fundador de Microsoft sostiene que el mundo está viviendo avances enormes, pone como ejemplo a Latinoamérica y afirma que lo mejor podría estar aún por venir.
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Usted espera para los próximos 15 años una mejora clara del nivel de vida de millones, incluso miles de millones de personas. ¿En qué basa sus pronósticos?Hace 15 años se formularon los Objetivos del Milenio de Naciones Unidas y creamos nuestra fundación. Por eso, es un buen momento de mirar 15 años atrás y, sobre todo, 15 años hacia el futuro. Centrarnos en lo que hemos aprendido y lo que podemos esperar. También Naciones Unidas presentará en septiembre su programa para continuar con sus Objetivos del Milenio. Y yo quiero aprovechar cualquier ocasión para explicar a la gente los increíbles éxitos que hemos logrado pese a catástrofes como el ébola, terremotos e inundaciones. Aunque eso domine los titulares, día a día, destino a destino, la vida de millones de personas ha mejorado notablemente.
¿Por ejemplo?
En 1990 aún morían 13 millones de niños antes de que hubieran cumplido cinco años. Ahora mueren menos de 6,5 millones. ¡Hemos logrado reducir la cifra a la mitad! No hay duda de que cada vez que leemos en el diario que tal inundación o tal terremoto ha matado a 3.000 personas es una tragedia. Pero hemos podido salvar las vidas de 6,5 millones de niños. ¡6,5 millones!
¿Y cómo lo logramos?
Se debe especialmente a que hay nuevas vacunas y, sobre todo, a que éstas no son sólo para el mundo rico. Hemos conseguido aplicarlas allá donde con más urgencia se necesitan. La semana que viene hay al respecto una conferencia importante en Berlín y estoy orgulloso de que nuestra fundación haya contribuido. Hemos logrado que los fabricantes apliquen precios absolutamente bajos y que así, las personas más pobres puedan recibirlas, sobre todo los niños. Y en esa conferencia, en la que participará la canciller Angela Merkel, queremos garantizar la financiación para los próximos cinco años. Esperamos 7.500 millones de dólares, con los que se podría vacunar a los más pobres del mundo. Y así, reducir otra vez a la mitad el número de niños que no superan su quinto cumpleaños.
Suena muy ambicioso, ¿cómo piensan lograrlo?
Es una mezcla de ideas. Necesitamos más recursos, espero que los países ricos sean algo más generosos y que el desarrollo económico contribuya. Todos los países deberían destinar el 0,7 por ciento de su producto interior bruto a la ayuda al desarrollo, como hace ya por ejemplo Reino Unido. De los gobiernos que reciben espero que mejoren la eficiencia de su sistema fiscal. Y piense en China, México, Brasil o Corea del Sur. Todos eran países que dependían de la ayuda y en no demasiado tiempo ya no la necesitan. Las donaciones de particulares, de filántropos, seguirán siendo importantes, pero su significado no puede compararse con los otros factores.
¿Qué función desempeñan la educación y la investigación?
Una función enorme, quizá la principal. Incluso en los países pobres las tecnologías de la comunicación crecen de forma exponencial y suponen posibilidades enormes para su población. Nuestra fundación es la que más apoya financieramente software para la educación, porque creemos que será clave. Y eso va desde aprender el abecedario a la formación de enfermeras o ingenieros. La experiencia en muchos países demuestra que la mejora del sistema educativo puede contribuir enormemente al crecimiento de todo el país.
Pero sigue pareciendo que los países que reciben ayuda están condenados a la pasividad. Las decisiones de dónde o en qué se invierte no se toman allí.
No, si considera pasivos a estos países, se equivoca enormemente. Los sistemas de educación o sanidad son todos africanos. Sí, es cierto que muchos de estos países tiene que esperar para poder actuar. Pero por ejemplo los hombres y mujeres que van a vacunar a sus hijos son africanos. A una catástrofe como el ébola acuden cubanos, americanos, alemanes y de otros lugares. Pero el trabajo del día a día es africano. Sólo tenemos que proporcionarles la posibilidad de actuar. Y Ruanda lo demuestra: aunque es uno de los países más pobres, ha construido un sistema sanitario excelente. Espero que otros lo copien, por supuesto adaptado a sus necesidades.
Pero queda el factor político. Hay que cambiar viejas tradiciones y costumbres religiosas. ¿No augura mucha resistencia a esos cambios?
No creo que haya una cultura en que la gente ponga en riesgo ni acepte que sus hijos enfermen de polio. Si crece el bienestar, todas las experiencias demuestran que crece también la calidad de los gobiernos y administraciones y la autoridad del Estado. La corrupción disminuye y las infraestructuras y la educación mejoran. Por eso hay que ayudar a esos países a seguir ese camino. Ha funcionado sensacionalmente en Asia y Latinoamérica. No se trata de aquí y ahora, pero es un avance constante. Y en algún momento, los países que reciben ayuda pasarán a darla. El ejemplo más extremo es Corea del Sur, que hoy en día es uno de los países con ingresos más altos.
Hablando de Latinoamérica, ¿cómo ve su evolución?
Es una historia de éxito, aunque el año pasado no fuera tan bueno para Brasil y otros países. Pero ahora, salvo pocas excepciones como quizá Uruguay o Bolivia, la mayoría se valen por sí mismos. Brasil, por ejemplo, tiene programas muy eficaces para combatir la infraalimentación en su país. Y también México ha podido reforzar claramente su economía y su sistema social. Ambos han tomado una serie de decisiones inteligentes. Ninguno de estos países es perfecto, pero la tendencia general, también hacia una democracia que funciona de verdad, es fascinante. África está 20, quizá 30 años por detrás de Latinoamérica, pero las lecciones que hemos aprendido en Latinoamérica las podemos aplicar en parte en África. Y en este sentido, cuento con la solidaridad de los latinoamericanos con los más pobres de este mundo.
Usted emplea mucha de su fortuna en ayudar a los demás, pero es un hombre rico. ¿Qué pueden hacer quienes tienen ingresos normales?
Eso tiene que decidirlo cada uno. Está el mandato religioso de donar el diez por ciento de los ingresos, pero sinceramente, para mi no se trata tanto de dinero, sino de actividad. Queremos personas despiertas que se interesen por el mundo. Y en algún momento, se darán cuenta de que pueden ayudar en un ámbito determinado, sea la medicina o la educación. Y quizá se impliquen en una organización humanitaria o viajen a esos países y se convenzan de los avances que realizan. Después, uno llega a un pueblo donde no hay mosquiteras para las camas. Eso cuesta cinco dólares, pero puede salvar vidas. Y quizá entonces uno gaste una pequeña suma que puede tener consecuencias enormes.
Bill Gates es el fundador de Microsoft, de 59 años, es según "Forbes" el hombre más rico del mundo, con un patrimonio de 80.000 millones de dólares. Junto a su mujer, Melinda, y su amigo e inversor Warren Buffett, se propone regalar casi toda su fortuna, centrándose en la ayuda al desarrollo en África.
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