Y vaya que cuesta. Ya todos lo estamos sintiendo en el bolsillo. Pero hay un costo que solo lo perciben algunos empresarios. Se trata de aquellos que estaban en la etapa de vender su empresa o que, debido a la especial coyuntura, saben que lo más conveniente es vender su empresa ahora.
Y es que las empresas peruanas cada día valen menos. Y esta pérdida de valor no tiene nada que ver con el desempeño comercial de los negocios ni con sus utilidades o proyecciones para el futuro. Las empresas valen menos simplemente porque ahora el riesgo en general es mayor.
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Al haber menos certeza acerca del futuro, los inversionistas se cubren las espaldas ofreciendo menores precios por las empresas que compran. De esta manera, si las cosas no salen tan bien en los próximos meses y años, igual obtendrán algo de rentabilidad o, en el peor de los casos, no perderán tanto.
La pregunta que atormenta al empresario que desea vender su empresa es: ¿vendo ahora a pesar de que me pueden ofrecer un precio bajo o mejor espero un poco a que las cosas mejoren y así sacar más precio con la venta? Duda válida pero paralizante.
La pregunta que se debe hacer el empresario en verdad es: ¿qué es más probable que ocurra en el país en los próximos meses: mejorará el panorama político y con ello el valor de las empresas? Si usted, señor empresario, piensa que las cosas van a mejorar y que el gobierno prontamente se volverá pro-empresa, probablemente le convenga esperar un poco. Pero si, como la mayoría de los peruanos, piensa que ni en el corto ni en el mediano plazo veremos a un gobierno que dé tranquilidad a los inversionistas, quizás le convenga vender su empresa de una vez.
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Y es que en este segundo caso, con un gobierno que no inspira confianza a los inversionistas, su empresa valdrá cada vez menos. Cada día que pasa la incertidumbre va causando estragos más profundos en el ambiente de negocios y eso se refleja en los valores que el mercado está dispuesto a pagar por un negocio en marcha.
Estoy seguro que vender a precios castigados –que, dicho sea de paso, no es el caso de todas las empresas que se venden– no hace feliz a ningún empresario. Pero peor sería vender después a un precio mucho más bajo o, en un extremo, no poder vender porque no habrá compradores en una economía colapsada. Si decidió vender, al toro por las astas y de una vez.
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