La campaña política recién comienza y CADE es su tradicional punto de partida, aunque la precariedad política que está implícita hace que sea todavía muy temprano con relación a los próximos cuatro meses, en los que se definirá la presidencia del Perú.
No obstante, da la impresión de que las ofertas electorales en materia tributaria podrían ser abundantes y eso no está mal, si es que son pensadas y reflexionadas. Al fin y al cabo, la política tributaria es y tiene que ser parte de la política y, como tal, tiene que ser parte de los planes de gobierno que nos propongan.
Lo terrible sería que un candidato no tenga ideas sobre el tema, pero eso es igual de peligroso que proponer audacias tributarias, como bajar el IGV. Eso suena bien, pero tal como está precariamente organizada la economía, una medida de ese tipo solo serviría para que el fisco pierda recaudación y esa reducción no se trasladará a los precios, o al menos, no hay forma de obligar a que esa rebaja del impuesto no quede solo en manos del comerciante sino que beneficie al consumidor. Menos aún, esa reducción convencerá de pagar el IGV al que no lo paga. Hoy, si es que no paga el 18%, no hay razón alguna para pagar el 15%, ni el 10% siquiera. Suponer que eso haría crecer la recaudación es un rezo, una plegaria, no una propuesta.
En CADE se escucharon pocas propuestas tributarias (de la señora Fujimori y del señor Kuczynski) para reducir la informalidad por la vía no de combatirla sino de asimilarla, de asumir un costo por propiciar una economía formal o cuando menos reducirla. Los otros candidatos solo comentaron el estado de cosas.
El tema tributario es muy técnico y aburrido, nada electorero, no atrae votos, menos todavía si quienes definen la elección no son precisamente importantes contribuyentes y no quisieran serlo, cuando menos no en el corto plazo. Pero sí es cierto que la situación de la caída de recaudación no da hoy ni el próximo año libertades para innovar. El riesgo de volver a un Estado precario es muy alto.