“No toque nada más; descanse, Bartomeu…” Ese fue el título, el pasado 3 de julio, de la columna del prestigioso periodista Ramón Besa, de El País, de Madrid, dedicada al presidente del FC Barcelona. Una fina ironía para calificar la desastrosa gestión de Josep María Bartomeu, quien con persistencia fue llevando al que fuera el mejor equipo de la historia a su decadencia actual. En la vereda de enfrente, un tigre de los llanos: Florentino Pérez. El Tío Floren, con humanos defectos y virtudes, es la extraordinaria cabeza del madridismo. Hace todo lo que esté a su alcance (y un poquito más…) por el éxito de su club. Cuyo ADN, insuflado por Di Stéfano, se traduce en “Ganar, ganar y ganar”. Allí, el cómo no es tan relevante. En los presidentes radica una de las razones primordiales del 34° título de liga logrado por el Real Madrid (que cuando lo gana el Barsa no sirve, cuando corona el Madrid es un baño de gloria).
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Barcelona llegó al pandémico receso con dos puntos más, pero jugando cada vez peor. Y en tanto el club catalán se autoincendiaba en denuncias y malestares, el Madrid calladito, tranqui, cualquier problemita se arregla en casa. A entrenar bien, a intentar descontar esos dos puntos y ganar la liga. Zidane y los jugadores debían hacer el resto. Lo hicieron. Mientras el cuadro azulgrana se reflejó ante el Osasuna en el patético espejo de su autodestrucción, el blanco fue d’artagnanesco, todos para uno y uno para todos.
Empecemos por Zidane. Nunca ganará el Balón de Oro al estratega del año, el juego de su equipo es de una simpleza básica, pero es el técnico perfecto para ese club. Habla lo mínimo, odia el lleva y trae, quiere implicación máxima, sus futbolistas muestran temperamento y un estado físico excepcional. El jefe que domina la tropa con pocas palabras y en tono bajito es un líder notable. La actitud la transmite el comandante: no hay equipos valientes con técnicos pusilánimes. Serena aguas, maneja bien el vestuario y las ruedas de prensa. “Yo de eso no voy a hablar, estamos bien, estamos juntos, todos pueden jugar”. Usa el mismo discurso en la fecha 2 y en la 31. Descomprime.
De los jugadores, además de un torneo redondo, exquisito de Benzema (un acierto rotundo del Madrid, que siempre supo comprar bien) merece resaltarse la fuerza mental y física de Sergio Ramos, otro fichaje fabuloso visto su rendimiento en estos quince años. Si volviera a filmarse Doce del Patíbulo, Ramos debiera integrar el elenco. Y Mendy, que se quedará con el puesto de Marcelo. La exuberancia atlética del francés impresiona: una locomotora. El resto, a tono. No obstante, salvo el ponderado Mendy, los últimos refuerzos no rindieron lo esperado. Desilusionó Hazard. Acaso Vinicius y Rodrygo aprobaron. El éxito volvió a cimentarse en las columnas históricas: Varane, Carvajal, Casemiro, Kroos, Modric y los nombrados Benzema y Ramos. Mención para Valverde.
El título es un premio a la unidad, al deseo, a la ambición, a la lucha. Está en las mejores manos. El Madrid jugó para ser campeón, se lo trazó como objetivo y tuvo un rigor tremendo en su cometido, para sí mismo y en la cancha con los rivales. Quiso ganar todos los partidos, lo buscó y como equipo fue el más consistente.
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No soslayaremos el tema de los jueces, muy parciales a favor del Madrid. Ningún equipo del mundo, ni la Juventus, recibe las ventajas arbitrales del Madrid, y a veces indigna, enfurece. Desde la invención de este juego, en todo partido de fútbol hay dos, tres acciones polémicas. En un torneo de 38 fechas, un club puede verse involucrado en 60, 70 jugadas discutibles, las 70 se saldan siempre a favor del Madrid. Es un promedio demasiado afortunado. Y el fútbol no es como el rugby, donde los partidos terminan 43 a 7, 29 a 8. Ahí no se puede culpar al referí. Acá es 1-0, 1-1, 2-1… Un penal mal sancionado cambia el resultado. Y fueron demasiados penales y goles dudosos. Sin contar las agresiones de Ramos que pasan de largo o la segunda amarilla para Casemiro que nunca llega. Fue tan flagrante a veces que los arbitrajes le mancharon el traje de campeón. Los jueces están para fallar, pero al Madrid no le fallan nunca.
Luego está James Rodríguez, tema nacional en Colombia, donde mucha gente considera que Zidane lo discrimina. James fue la única nota discordante del campeón desde el momento en que pidió no ser convocado para jugar en Bilbao. Un desacato que Zidane no perdona, como no tolera la vergonzosa displicencia de Gareth Bale, durmiendo en una butaca mientras el equipo dejaba todo en pos del objetivo. No los reprenderá en público ni en privado, son grandes, saben lo que hacen. Pero Bale no juega más. Y James fue enviado a Siberia. Es un tema futbolístico, no personal. Ni como jugador ni como entrenador Zidane ha mostrado nunca anteponer un capricho suyo al bien grupal. Y no existe técnico que vaya contra sus propios intereses: si un jugador rinde, juega.
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El Madrid posee un plantel amplísimo y calificado de 23 jugadores de campo utilizables. Si sacamos los 7 defensas, quedan 16 para el mediocampo y el ataque, las dos posiciones en las que podría jugar James, o como volante por izquierda o como mediapunta. Hay 6 en la línea media: Kroos, Casemiro, Modric, Valverde, Isco y James. Ése es el orden. Los cuatro primeros son indiscutibles en su función, y no ha demostrado ser más que Isco.
En ofensiva son 10: Benzema, Hazard, Bale, Vinicius, Asensio, Rodrygo, Lucas Vázquez, Mariano, Brahim y Jovic. Si lo incluyéramos en esta grilla estaría séptimo. El análisis frío determina que no es alineado porque no tiene cómo entrar en el once. Ni por esquema ni por superioridad individual frente a sus compañeros. James tiene tres déficits muy limitantes para el fútbol actual de alta competencia: no es veloz, carece de uno contra uno y le falta dinámica natural. Los DT europeos prefieren gente con permanente movilidad. El único que juega paradito es Kroos, porque lo reemplaza con inteligencia. Al mismo tiempo, el juego de James parece haber involucionado desde aquella tarde gloriosa ante Uruguay en Brasil 2014 a hoy. Perdió explosión, se ha tornado invisible cada vez que le tocó entrar. Y el día que se vaya no podrá decir que le faltaron oportunidades: 125 entradas al campo ha tenido en toda su aventura madridista. Son 125 oportunidades.
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Mucha gente habla de indisciplina, de vida disipada. Error. La vida privada es eso: privada. No le compete al periodismo. El periodista debe remitirse a lo que ve del protagonista en el campo. Y en el campo se le ve poquito. James acaba de cumplir 29 años, una edad todavía buena para el fútbol, pero los años no lo mejoraron futbolísticamente. No es más sabio ahora. Y en lo físico, a los 29 -con casi 14 de carrera- la parábola ya no es ascendente, apunta hacia abajo.
Su etapa en el Madrid está terminada. James tiene al representante número uno del mundo, el más influyente, Jorge Mendes. Él debiera poder encontrarle un buen destino donde juegue y retome confianza. Sucede que, en su caso, deben confluir demasiadas variantes: un club dispuesto a pagar una millonada por el pase (costó 80 millones), que además quiera afrontar su alto contrato y un técnico que lo ponga. No es fácil.
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