Si los que piden la renuncia de Jorge Fossati hicieran una fila les aseguro que sería más larga que las que hacía mi madre hace 35 años para comprar leche Enci o pan popular.
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De ese esperanzador 71% de aprobación que lo alumbraba en abril, según Ipsos, conseguido luego de esas victorias mentirosas sobre Nicaragua y República Dominicana, no debe quedar ni rastro. El paupérrimo desempeño de la selección, en particular cada vez que le tocó jugar de visita, probablemente sitúe su popularidad en las profundidades del desprecio, más o menos por donde andan doña Dina, su gabinete y sus compinches del Congreso.
El problema con el Nonno es que no solo ha convertido a la selección en un equipo timorato, nulo con el balón y traidor a su esencia futbolística, sino que ha empezado a negar lo que alguna vez dijo. Ahora sostiene que nunca ofreció resultados, solo trabajo, cuando el 18 de diciembre del año pasado afirmó que estaba convencido que se podía clasificar. O peor aún, dejar la impresión que lo que ocurra con el equipo no le afecta. Su indiferente “yo no me juego nada”, previo al partido como Argentina, gatilló la indignación popular.
Los jugadores, que saben cuándo pegar, han empezado a lanzar señales de que la interna anda medio rebelde. Paolo Guerrero, tras la derrota en la Bombonera, dijo que “pudieron jugar un poco más, lanzar un poco más (…) ser más atrevidos, más conchudos”. Carlos Zambrano reconoció que “no había más jugadores” y coincidió con Paolo que a los veteranos solo les quedaba dar la cara hasta que el cuerpo se los permita.
La reciente revelación que hiciera el periodista Pedro García abonó a esa sensación de terreno minado en que parece transitar el plantel. El comentarista de Movistar señaló que la no convocatoria de André Carrillo tras la Copa América se debería a un acto de indisciplina (habría abandonado la concentración en Miami, contraviniendo una orden de Fossati) y a su famosa juerguita en una discoteca barranquina, solo horas después de aterrizar en Lima.
Quienes impulsan la partida del uruguayo lo hacen desde la convicción de que en la fecha doble que se viene en marzo, cuando recibamos a Bolivia y visitemos a Venezuela, podemos hacer lo que no hemos hecho en toda la eliminatoria: ganar dos partidos seguidos. Esos seis puntos podrían colocarnos otra vez en el disparador.
Pero en el hipotético caso que la federación resolviera el contrato del Nonno (habría que preguntarse si cuenta con los recursos para una eventual indemnización), ¿qué técnico con un mínimo de seriedad aceptaría el encargo en esas condiciones? ¿Qué panorama tendría para trabajar? ¿Acaso alguien cree que nuestros problemas para patear al arco contrario se resolverían cambiando el sistema?
Además, esta alternativa -propia de esa actitud cortoplacista tan peruana que tenemos en el plano futbolero- se topa con el problema principal: don Agustín, quien ha salido de la carceleta más envalentonado que nunca. Tras señalar que el trabajo de las selecciones será evaluado por una comisión de expertos cuyas identidades se darán a conocer próximamente (¡qué miedo!), hizo lo que más le gusta: hacer sus maletas para visitar su segunda casa -el aeropuerto Jorge Chávez- y partir rumbo a la final de la Copa Sudamericana.
La terquedad del Nonno, sus contradicciones y decisiones equivocadas por supuesto que indignan y merezcan su salida del cargo. Pero la clave de nuestras desgracias no es él. El verdadero responsable anda de viaje en Asunción, codo a codo con sus hermanitos de la Conmebol, como si el bochorno de su apresamiento hubiese sido un espejismo. Porque en la Videna, queridos amigos, no ha pasado nada.