Lo que se vivió el 15 de noviembre de 2017 jamás ningún peruano lo olvidará. No importa dónde ni con quién. La noche de ese miércoles tan histórico como hermoso, que unió al Perú entero, la ‘Bicolor’ clasificó al Mundial después de 36 largos años. Fuimos felices. Por primera vez quizá el país lloró al mismo tiempo, pero de felicidad.
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Esa noche que nuestro sueño mundialista se hizo realidad quedará grabada en la memoria de todos. De los que estuvieron en sus casas viendo el partido ante Nueva Zelanda junto a sus familiares o amigos. De los que fueron al estadio. De los jugadores. Del profesor Ricardo Gareca y su comando técnico. Y, sobre todo, de los protagonistas de las siguientes cuatro historias.
A días de que Perú juegue un nuevo repechaje -esta vez ante Australia-, DT El Comercio conoció a fondo historias que hacen más mágico ese 15 del noviembre de 2017. Ellos recuerdan cada minuto de aquella jornada y lo cuentan con la misma emoción que se cuentan las hazañas. Porque ese día el Perú entero fue parte de una hazaña: llegar a una cita mundialista.
Los secretos detrás del éxito
La primera convocatoria a la selección mayor de José Miguel Manzaneda fue en mayo de 2017. “Es el sueño que siempre tuve”, dijo luego de ver su nombre en la lista para un par de amistosos. La rompía en Cantolao y Ricardo Gareca lo tenía en la mira. De hecho, jugó en esa fecha FIFA en la victoria por 1-0 ante Paraguay. Treinta y tres minutos es el tiempo que estuvo en su debut. Sin embargo, el partido que cambió su vida no sucedió ese día, sino el 15 de noviembre de ese mismo año. Sí, el repechaje.
José fue llamado por Gareca. De hecho, formó parte de la delegación que viajó hasta Nueva Zelanda para el partido de ida. “Fue un viaje muy largo, larguísimo”, recuerda ahora. “Pero el grupo estaba tan unido, como una familia, que no lo sentimos. Creo que esa es una de las claves del éxito de este grupo que nos pueden dar otra clasificación al Mundial: son una familia”, añade.
Manzaneda, hoy con 27 años y nuevamente en Cantolao tras pasar por otros clubes, aún sigue sorprendido de la hinchada peruana. “Tú levantas una piedra en cualquier parte del mundo y hay un peruano. Fue increíble cómo nos apoyaron en Nueva Zelanda”.
Para el partido de vuelta compartió habitación con Luis Abram. Aquel 15 de noviembre abrió sus ojos muy temprano, aunque aún vivía un sueño. “Obviamente había nervios, por ahí ansiedad. Pero el profesor, el mismo grupo, te trasladaba tranquilidad y uno sentía que las cosas iban a salir bien”, dice.
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No recuerda la charla en el camerino, ni las palabras del profesor Ricardo Gareca. Pero sí recuerda la paz que sentía cuando veía los rostros de sus compañeros. En los ojos de Jefferson Farfán y Christian Cueva se observaba hambre de gloria. Ellos dos nos dieron el primer gol, ese que desató la euforia de todo el Perú. Luego Christian Ramos nos daría tranquilidad.
“Desde antes del pitazo final todos estábamos en la línea esperando. No lo podíamos creer. Y ese abrazo del profe Gareca con Cueva es el de todo el país. Sinceramente no soy de llorar, pero sí estaba muy feliz. Ya luego al campo entraron mi novia, que hoy es mi esposa, y mis amigos. Eso sí, guardé mi camiseta, no podía darme el lujo de dársela a alguien. Me la quedé porque es un partido histórico, que aún lo recuerdo y ni siquiera puedo dimensionarlo. Cada vez que se cumple un año mis amigos me escriben y yo no lo puedo creer”.
Esa familia que formó Ricardo Gareca, la misma que nos llevó al Mundial en Rusia y a la final de la Copa América en Brasil, ahora irán a Qatar para asegurar el boleto a otra Copa del Mundo. Esa familia, la misma que sabe arropar a todo aquel que llega como Manzaneda, tiene una de las más grandes claves del éxito: la unión.
Diego Penny, parte de la historia
Diego Penny no fue a Rusia, pero se siente mundialista. Y con justa razón. Cuidó el arco peruano en dos partidos de Eliminatorias 2018, al inicio del camino, y fue a Quito como tercer arquero a presenciar una victoria histórica, épica, ante Ecuador en 2017. Para el repechaje frente a Nueva Zelanda no fue convocado, pero también jugó: esta vez como hincha.
“En ese tiempo yo jugaba en Melgar. Entrené en la mañana y me alisté rápidamente porque mi vuelo hacia acá, Lima, salía a las tres de la tarde. Me vine con Ysrael Zúñiga. Fuimos al aeropuerto con mucha expectativa, ansiedad, nervios. Estábamos a 90 minutos de volver a un Mundial en un proceso del que yo me sentía involucrado”, inicia el portero.
“Llegamos a Lima plan de cinco de la tarde. Salimos del aeropuerto y había un tráfico tremendo. En mi casa estuvimos a las 7, faltaban dos horas para el partido, así que saludé a mi esposa, mis hijos, me cambié rápido y salimos con Zúñiga al estadio. Nuevamente la congestión vehicular. Tuvimos que bajarnos como 15 cuadras antes del estadio y caminar, pero valió la pena. Así como nosotros, un montón de gente también caminó”, prosigue.
En medio de un ambiente festivo, con colores rojo y blanco pintando la ciudad limeña, haciendo más hermoso este lado del mundo, Diego y Zúñiga también sentían en el clima los nervios y la tensión que imprimía un partido de tal magnitud. “Ni siquiera cuando me tocó debutar como profesional o en la selección estuve tan nervioso. No comí nada desde el desayuno porque no me entraba la comida”, confiesa el arquero.
Diego llegó al estadio y dejó que Ysrael se marchara a la tribuna. Él necesitaba estar con el grupo, ver a sus compañeros, abrazarlos y desearles lo mejor. “Entré y los vi a todos callados, mirando el piso, había muchos nervios. El profesor Ricardo Gareca se paró y me agradeció por estar con ellos. Luego Alberto Rodríguez tomó la palabra como capitán y creo que todo el nerviosismo que podía haber se acabó cuando gritamos: ¡Arriba Perú!”.
Acomodado en uno de los palcos del Nacional, junto a Iván Bulos, Luis Abram y otros jugadores que no formaron parte de la lista final, Penny y los demás bajaron al campo a falta de cinco minutos. Todos ahí, angustiados, pidiendo la hora, y esperando el pitazo final para desatar su locura interna, desahogarse, gritar, reír, llorar.
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“Nunca viví algo parece como ese día. La hinchada fue espectacular, el estadio temblaba. En el final del partido entramos a festejar en el camerino. Metieron un cooler lleno de cervezas para celebrar, cargamos al profesor Ricardo Gareca, responsable directo de este logro, y no paramos de abrazarnos, reír, recordar”, señala.
Diego no viajó a Rusia con el plantel pero sí lo hizo por cuenta, como fanático. El amor por la Blanquirroja desde la cancha hasta las tribunas.
Un sueño premonitorio
Adolfo Quinteros es un hincha en peligro de extinción. Experto en eludir reuniones familiares o citas que se atrevan a cruzarse con un partido de la selección peruana, él es capaz de acampar una semana por una entrada. Hizo semejante locura de amor para el Perú vs. Colombia que nos dio el quinto lugar en la tabla de las Eliminatorias Rusia 2018, pero fue en vano. “Dormía ahí, en una carpa afuera del estadio, luego me iba a un hotel a bañarme y me iba a la universidad. Esa fue mi rutina por seis días, pero de la nada dijeron que cambiaron la forma de vender las entradas porque había muchos revendedores. A nosotros nos tildaron de revendedores cuando no era así, también estábamos hinchas”, nos cuenta con impotencia de solo recordar lo sucedido.
Del camino a Rusia se perdió solo dos partidos que Perú jugó en Lima: frente a Bolivia en el Monumental y ante el combinado colombiano. La vuelta del repechaje contra Nueva Zelanda iba a ser su revancha, la oportunidad perfecta de demostrar nuevamente su amor por la Bicolor. Pero volvió a perder. Las entradas nuevamente se vendieron por internet y no alcanzó a comprar.
“Me la pasé muy triste todo ese tiempo que falta para el partido de vuelta. Soy demasiado fanático de la selección. Desde muy chico siempre he ido al estadio, ya sea con un familiar o pidiéndole a alguien que me haga pasar porque era menor de edad. Vivo a pleno las Eliminatorias desde Alemania 2006 y cuando no clasificábamos me ponía mal, lloraba o no comía. Así estaba porque no conseguí la entrada. Se lo conté a mis amigos más cercanos, no sabía qué hacer realmente porque siempre acompañé a mi selección y ahora, para el partido más importante, no iba a estar”.
Pasado el trago amargo, llegó el turno de la aceptación. Adolfo decidió ir al estadio, aunque en principio no iba a alentar desde alguna tribuna. Fue por dos motivos. El primero, porque el jugador número 12, como lo es él, no puede faltar ni abandonar a su equipo. Segundo, por el instinto subconsciente de un sueño premonitorio.
“Un día antes soñé que llegué a conseguir la entrada. Estaba justo en la puerta de occidente, en la esquina donde venden arreglos florales para velorios, y veía la entrada en mis manos. Yo me decía que era solo un sueño, que no pasará. Fui a la universidad, entré a mis clases y luego fui al estadio. Llegué plan de 6:30 casi siete de la noche. Solamente llegué para comer, tenía 100 soles en un solo billete y algunos soles. Yo pensaba que la entrada iba a costar entre 500 soles a más”, recuerda.
“Llego al estadio y empiezo a ver que los revendedores en ese momento, a falta de dos horas, estaban vendiendo la entrada a 300 o 400 soles. Era un dinero que yo tenía y empecé a arrepentirme de no haber llevado toda la plata que tenía. Me paré en la esquina, en las rejas que dan hacia la zona de occidente, y empezaron a pasar las horas. Cuando eran las 9 de la noche le pregunté a un revendedor cuánto estaba la entrada y me dijo 150. Y lo que le dije fue que solo tenía cien soles y no me quiso aceptar. Al final me vendió la entrada”, agrega.
En medio de la emoción por tener en sus manos el pasaje hacia el paraíso y el apuro de saber que ya empezará el partido más importante de su corta vida, Adolfo no se dio cuenta que cogía la entrada equivocada. Se dirigió hacia la puerta de la tribuna Sur, pero el boleto era para el palco sur, según le vociferó el hombre de seguridad.
“Fui hacia Occidente y me hicieron ingresar al palco indicado. Ahí estaba una familia. Un joven se me acercó y me dijo que le habían robado tres entradas días antes y que seguramente me vendieron una de esas, mientras su mamá sí me culpó como si yo hubiera sido el ladrón. Yo estaba avergonzado por lo sucedido, pero también desesperado porque ya empezó a cantarse el himno nacional. El chico me llevó hacia otro palco donde estaban dos chicas, las que compraron los otros dos boletos, y desde ahí vi el partido”, señala.
Los goles, primero el de Jefferson Farfán y luego el de Ramos, aún generan una sonrisa en él. Y el grito, los cantos, las arengas aún retumban en sus oídos. Fue feliz. Lloró como un niño junto al seguridad de ese palco que tenía alrededor de 30 años y tampoco había visto a Perú en un Mundial. Los dos, desconocidos hasta el pitazo final del árbitro, vieron cómo se cumplía el sueño en común que tenían. Los dos se dieron el abrazo más sincero, más emotivo.
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“El regreso a casa fue increíble. Mi celular se había apagado y empecé a caminar hasta ir a buscar carro. Creo que tenía cuatro soles en el bolsillo. Por cada calle había grupos de hinchas cantando y yo me unía. Lloraba, abrazaba y me iba. Así fue todo el trayecto. Había perdido la noción del tiempo, incluso. Recuerdo que tomé un carro hasta mi casa, en Zapallal, y cuando bajé ya no tenía dinero así que decidí tomar un taxi y pagar en mi casa. Cuando veo la hora eran las cuatro de la mañana. Qué increíble cómo pasó todo tan rápido. Ahora ya pasaron cuatro años y yo me acuerdo todo como si hubiera sido ayer”, finaliza.
Son tres historias de las miles, millones, que se vivieron esa noche del 15 de noviembre del 2017. Solo han pasado cuatro años pero cuando las alegrías son tan grandes, da para dar unos pasos y abrazar a tu padre, a tu hermano o al amigo del fulbito de toda la vida, una y otra vez. Fue esa noche en el Estadio Nacional la que nos hizo sentir más orgullosos de ser peruanos, fue esa noche en la todo el Perú se pintó de blanquirrojo. Una noche que esperemos pronto podamos volver a vivir.
El partido que definió el futuro de una empresa
¿Es posible que una caminata de madrugada haga feliz a una persona? Sí. Daniel Kanashiro, reconocido periodista peruano, lo vivió el 16 de noviembre de 2017. Luego de una jornada laboral de más de 12 horas, casi sin poder celebrar la clasificación de Perú al Mundial, Daniel salió del Estadio Nacional cerca de la 1:30 de la mañana, hora en la que incluso los taxis estaban de fiesta.
“Es una gran anécdota -recuerda-. Fue la caminata más emocionante de toda mi vida. Me dio tiempo para hacer una catarsis, un recorrido mental por 34 años de fútbol, de recordar jugadores, situaciones, momentos emotivos. Y también sirvió para quitarme de encima todos los momentos de frustración futbolística que tuve”.
En medio de los bocinazos, los llantos de alegría, los cánticos y las calles festivas, el relator que derramó lágrimas en la cabina asignada a RPP junto a Eddie Fleischman antes de que el árbitro principal decrete el final se sintió triunfante. Él también había clasificado a Rusia 2018.
“DirecTV Sports estaba planificando lo que significaba la programación de la señal en Perú y la salida al aire de ese proyecto dependía muchísimo del resultado. En ese entonces DirecTV era la cadena dueña de los derechos de la Copa del Mundo. El hecho de que Perú clasificara significaba que la selección iba a ser transmitida por el canal y, más allá de eso, por un equipo de periodistas peruanos”, cuenta el hoy panelista del programa “De fútbol se habla así” de DTV.
“Si Perú no clasificaba y Nueva Zelanda daba la sorpresa, bueno, una frustración más, pero si Perú clasificaba era un hecho inédito. ¿Por qué? Mira, yo he vivido las dos clasificaciones al Mundial antes de esta. Para Argentina 78 estábamos más acostumbrados a victorias futbolísticas. Para España 82 mucho más. Teníamos una selección que realmente era un equipazo y acceder a una cita mundialista no era algo heroico. Pero ahora, en el 2017, donde teníamos un país partido por la mitad, lo que vivimos fue algo que nunca antes se había visto”.
“Tú salías ese día a la calle y todo el mundo estaba con algo de Perú encima: camiseta, gorro, chalina, casaca, bufanda, bandera...algo. Los medios hablando exclusivamente del partido. Todos estábamos ilusionados por su puesto con para algunos volver a vivir la experiencia de retornar a un Mundial y para la gran mayoría de gente futbolera del país, que no debe pasar los 40 años, es el hecho de vivir por primera vez en su vida lo que significa observar a Perú en un Mundial de fútbol”.
Pese a los kilates que le dan haber cubierto otros mundiales, Daniel no pudo contenerse de ver a Perú clasificar a una Copa del Mundo. Rompió en llanto en plena narración, aunque luego no tuvo espacio para el festejo. “Las labores periodísticas pudieron más que las emociones. Cuando acabó el partido tuve que sumarme a la transmisión de la señal internacional de DirecTV Sport, luego regresé a casa y descansé feliz, con una sonrisa. Fue el mejor día de mi vida futbolística y profesional”, finaliza Kanashiro. Lo dice por teléfono, pero sus emociones, a flor de piel pese a que ya han pasado cuatro años, se pueden sentir. Incluso contando y recordando es feliz.
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