RUDY JORDÁN ESPEJO
A la hora de almuerzo, a pocas horas del partido ante Bolivia, la entrada a la Villa Deportiva Nacional (VIDENA) parece un funeral. A diferencia de los anteriores partidos de la selección, hoy no hay hinchas, ni escolares que se tiran la pera, ni cánticos, ni juegos artificiales, ni quinceañeras escandalosas, ni curiosos, ni banderas, ni ambulantes. Solamente un tipo flaco, barbudo y enfundado en una bandera rojiblanca ha colocado un par de pancartas y, de cuando en cuando, hace sonar una apática corneta que en medio de ese silencio fúnebre parece un último grito de esperanza.
“Te amo Perú, fiel al castigo…”, dice uno de las carteles pintados con plumón negro. “Gracias por todo Perú, la esperanza no da vergüenza. Rusia 2018”, anuncia el otro. David Chauca, más conocido como el Israelita, es el autor de este conmovedor y solitario acto de fe. Él es devoto de la Asociación Evangélica Israelita del Pacto Universal (FREPAP) fundada por el recordado Ezequiel Ataucusi.
Chauca asegura haber seguido a la selección a cada partido de las Eliminatorias y junto al señor Meza –un ambulante que solo logró rematarle un polo de Paolo Guerrero a un niño y por diez soles– conforman la debilitada hinchada que alentaba a la selección el día de su despedida.
–Hola Israelita, ¿qué haces acá?– le pregunto haciéndome el loco. –Estoy aquí por fe, para mostrar el sufrimiento del hincha– me responde con firmeza.
Dice que lleva dos días y dos noches en este lugar y que, gracias al Señor, una persona le ha sacado una frazada. Dice que el Caminante –un hincha que, igual que él, ha ofrendado su vida al noble propósito de seguir a la selección a todas partes– se ha quedado en Buenos Aires haciendo (quién sabe qué) después del partido con Argentina. Dice que el árbitro en el partido ante Uruguay fue el punto de quiebre para nuestra eliminación y que solo Dios sabe. Acto seguido se da vuelta y toca la corneta que suena ahora como un gallo agripado.
Voy a recoger mi credencial para al partido de la noche y ante el agrio trato que recibo “No hay nadie. No sé a qué hora regresan. Yo no soy de prensa”, recuerdo las proféticas advertencias que el Israelita me hizo antes de irse: “la gente está molesta, están amargos”, me dijo en voz baja y con la calma de quien profiere una sentencia.
Es ante esta negativa que me quedé afuera de la Videna, sin credencial, y pasé (sin quererlo) a engrosar el minúsculo séquito de fanáticos que encabezaba el Israelita.
ESTADIO NACIONAL DEL SILENCIO De noche, con el impase de la credencial superado y poco antes de entrar al silencioso Estadio Nacional; las calles cerradas, los policías en caballos y las tanquetas parecían un innecesario derroche de energías para un partido que –-por un castigo de la FIFA y la apática defensa del presidente FPF Manuel Burga–- se jugaría sin ningún hincha en la tribuna.
Todavía en las inmediaciones veo con una mezcla de sorpresa y alegría que el Israelita ha conseguido un nuevo devoto que carga una de sus pancartas. Este adepto lleva una gorra negra con el estampado de un pájaro sicodélico y me dice con orgullo: “Yo soy seguidor del Israelita. Vengo a acompañarlo”. Atrás de ellos, los tímidos cánticos de un aislado grupito de hinchas se apagan con los insultos y burlas de los peatones y conductores que transitaban por la avenida Petit Thouars.
La noche de ayer, ni las gigantescas banderolas de una marca de cervezas y otra de gaseosas podían tapar el vacío de 60 mil personas ausentes en las tribunas del Estadio Nacional. Es más, encima de las tribunas desnudas, el mensaje de la banderola de cerveza parece especialmente cachaciento: “Tierra de hinchas”. Sin tribuna, sin cánticos y sin nada por disputar más que el penúltimo puesto; en los primeros minutos lo más emocionante del partido fueron las notables jugadas de Cristian Benavente y las arengas de Diego Penny a sus compañeros. “Dale Yoshi (a Yotún)”. “Tírate ‘ps’ Loco (a Vargas)”. “Bien los dos abajo (a Zambrano y Advíncula)”.
Y pese a que Perú llevaba la iniciativa y que Yotún nos adelantó con un buen gol a los 19 minutos, al estadio le faltaba el nervio de un partido eliminatorio. Ni siquiera se asemejaba el amical clima de un amistoso. Con la tribuna llena de fantasmas, los policías quietos como maniquíes y con la eliminación asegurada para ambos, estábamos ante un partido de entrenamiento.
En un momento, como dijo un comentarista de radio en la zona de periodistas, quizás hubiese sido más entretenido quedarse en casa viendo la recién estrenada serie Los Amores de Polo. En la última jugada del primer tiempo, Perú sacó a relucir su archiconocida falta de concentración –una de las principales causas por las que hace 31 años no vamos al mundial– y se dejó empatar.
La engañosa alegría que hubiese significado el triunfo ante Bolivia –ganar el último partido de locales y salvar el poquito honor que quedaba– se apagó en ese momento. Con Benavente lesionado se fue el escaso fútbol que poseía Perú. En el segundo tiempo Bolivia emparejó el partido y los jóvenes ingresantes Yordy Reyna y André Carrillo demostraron que, con urgencia, deberán matriculase a un curso de intensivo de definición. ¡De alta definición!
Después del partido el capitán Claudio Pizarro agradeció al público por el apoyo durante el proceso, Markarián pidió a la prensa que lo dejarán en paz y de Burga, como siempre, nada se supo. Sin embargo, no hay que ser un profeta para suponer que –salvo un milagro- seguirá atornillado a su sillón de presidente de la federación durante los años que le faltan para adquirir su tan anhelado puesto vitalicio en la FIFA.
El tiempo, la natural ilusión de un nuevo proceso eliminatorio y un nuevo técnico extranjero reanimarán la hoy maltrecha fe del hincha peruano. Y seguramente, usted que lee esta triste crónica y yo que la escribo, nos volveremos otra vez medio fanáticos. Quizás creamos que Benavente es el Salvador o el quinto Beattle, el fantástico que le faltaba al cuarteto (Pizarro, Farfán, Vargas y Guerrero) y olvidaremos que no tenemos formación en menores, que la indisciplina sigue imperando en el fútbol peruano, que no tenemos plantel para soportar una eliminatoria, que Burga sigue siendo nuestro presidente; y alentaremos y gritaremos ciegamente –con la misma fe del Israelita– esperando como él dice que “en el 2018, en Rusia, Dios al fin haga justicia”.