A Roberto lo recuerdo sonriente y resignado. Tranquilamente resignado. Estábamos en Rosario, una pegajosa tarde de febrero del 2001, poco antes de que el equipo del tricampeonato jugara por la Libertadores. En la cafetería del hotel donde se alojaba la U, Roberto pronosticaba su destino con palabras simples. A esa crema que había maravillado al país solo semanas atrás, le habían arrancado un pulmón (Ciurlizza) y 54 goles, esos que habían anotado Esidio y Piero Alva. El club ardía en llamas, tenía un presidente aterrorizado y unos refuerzos con aroma a estafa. Roberto sabía que si no salían vivos de ese horno al pie del Paraná, en Lima le esperaba la guillotina. El miércoles 21 de febrero, Rosario Central salió a arrollar. Fueron seis puñaladas en el corazón.
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Dos años antes, nos habíamos encontrado en un cementerio. Eran los primeros días de agosto, la U estaba por cumplir otro aniversario y con el periodista Rubén Marruffo ideamos un reportaje especial con él, Alberto Terry, Germán Leguía y el Puma Carranza, las más grandes figuras vivas del club. Les propusimos dejar flores en la tumba de Lolo, en Lurín. Varios imprevistos -incluido un policía faltoso en el peaje de Villa- hicieron que encontráramos el camposanto cerrado. “Somos de El Comercio, venimos a visitar a Lolo…”. Y los guachimanes, sin salir de su asombro, abrieron el Parque del Recuerdo solo para nosotros. Dejamos las flores, tomamos las fotos y al salir fuimos a comer unos chicharrones. Había que apurarse porque el tiempo apremiaba. Devorados los sánguches, al momento de pagar la cuenta Roberto notó que unas enormes lonjas de carne aún sobrevivían en los platos. “¿No me podrán dar una bolsita?”, preguntó con su sonrisa pícara. Y así, el hombre que humilló a Basile y Perfumo en Avellaneda, le plantó un pelotazo a Ruli, anotó un gol en un Mundial y mandó a borrar a Maradona como nadie lo imaginó, volvió a su casa feliz. Con su bolsita de chicharrones para el lonche.
Quince días después, Alfredo González le ofreció la U y Roberto, el jugador genial que se quedó a nueve minutos de llevar a Perú a su cuarto mundial, aceptó el encargo. De esa etapa recuerdo un equipo ultraofensivo que dio la vuelta en Matute, ganó el tricampeonato y, claro, la penosa humillación en Rosario.
En el 2016, cuando muchos le habíamos extendido el acta de jubilación, armó el Universitario más electrizante y vistoso del siglo XXI. No ganó un título, pero con Orejitas, Raúl, Polo, Guastavino, Trauco y Manicero le dio forma a un cuadrazo que solo generaba felicidad.
Lo recuerdo, finalmente, en el Parque Kennedy, observándose con cara de niño en la muestra fotográfica de El Comercio antes del Mundial de Rusia y disculpándose, meses después, por una broma infeliz contra la periodista Talía Azcárate.
Niño terrible, le decían. También maestro, viejo terrible o Roberto, simplemente Roberto. Así recuerdo al siempre querido Roberto Chale Olarte.
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