En los horrorosos noventas, cuando el fútbol peruano acumulaba derrotas y humillaciones que ni el chispazo de Cristal en el 97 pudo atenuar, el grueso de los medios deportivos se farandulizó. La ausencia de triunfos hizo que ampayes entre vedettes y cracks de moda, de la mano de chismes de toda calaña, acapararan carátulas y páginas centrales. Un periodista que trabajaba en un tabloide contaba, con no poco pudor, que cuando las ventas andaban bajas tenían una fórmula que no fallaba: entrevistar a Magaly Medina o al presidente de la ‘U’, Alfredo González, otro maestro del escándalo.
Pero no matemos al mensajero. Aunque hay prensa que inventa y hasta roza la difamación, gran parte de su alimento proviene de los ‘caseritos’ que nunca fallan. Ayer eran Waldir y Kukín, hoy parecen ser Ascues y Deza.
La principal herramienta de trabajo del deportista es su cuerpo. Y en los tiempos hiperprofesionalizados que vivimos, no solo necesitan de buena preparación física, alimentación y las demás ayudas que ofrece la ciencia moderna. También requieren descanso y manejar los excesos. No obstante, cada club suele tener sus propios códigos y no faltan los entrenadores que, cuando los resultados los acompañan, prefieren hacerse la vista gorda ante los deslices de sus estrellas.
Pero volvamos a la dictadura del ampay. Uno de sus rasgos más perniciosos es su profunda pacatería, esa que convierte en un escándalo que una pareja decida pasar la noche en un hotel o un vaso de cerveza en un caso de intoxicación alcohólica.
Es la doble moral en su máxima expresión. Tan limeña, tan nuestra.