JUAN AURELIO ARÉVALO @aremirju
Nadie se acuerda quién escribió el artículo, pero ahí está. Existe. Y es un deleite leer el titular una y otra vez: “Manuel Burga dejó el timón del fútbol”. Fue el 8 de febrero de 1992, para ser exactos. DT daba cuenta de la renuncia irrevocable de Burga a la presidencia de la FPF por intromisiones del ministro de Educación, Augusto Antonioli. Llevaba apenas 35 días en el cargo, pero ya había sumado su primer fracaso: la eliminación de la Sub 23 del preolímpico de Asunción, con goleada guaraní 7-1 incluida. Sí, ese era el Paraguay de Markarián.
“Empezaba a evidenciarse que el buen porvenir no contaba con su nombre y que, bajo su influjo, el no jugar hubiera significado la única forma de no perder”, escribió años después Carlos Univazo.
Cuesta creerlo, pero la renuncia de Burga no fue bien recibida en este suplemento. Al contrario, Carlos de la Puente, el editor de entonces, lamentó el alejamiento de “un elemento de renovación”. Incluso, vaticinó que con él “podíamos confiar en que el deporte, el fútbol en particular, entraría en una etapa de sensatez y cordura. Con campeonatos ordenados, selecciones preparadas con tiempo y por las personas más indicadas, y apoyo a las divisiones inferiores”.
No se ría y tampoco lo juzgue. Eran otros tiempos. “Y también pudo ser otra la historia”, advierte el periodista Mario Fernández. “Me río cada vez que escucho a Burga invocar a la FIFA por injerencias del Estado. ¡Si él llegó por primera vez a la presidencia de la FPF luego del autogolpe de Fujimori y fue nombrado a dedo por el gobierno!”, apunta el ‘Tigre’.
PUDO SER CLAUX Dos días después de rastrear en su escritorio, entre papeles y grabadoras de caset que solo él sabe cómo prenden, el ‘Tigre’ encontró la historia que nunca publicó. “Corría 1991, el jefe del IPD era Miguel Daneri Pérez, quien, por pedido de Fujimori, le encomendó a Francisco Lombardi que forme la directiva de la FPF. Pancho habló con Augusto Claux, que en un primer momento aceptó ser presidente; y luego llamó a Luis Pérez Costa, quien ya había sido gerente, para que ocupe la vicepresidencia. Él aceptó porque iba Claux”.
Según el propio Pérez Costa, al día siguiente llegó a la casa de Lombardi en Miraflores, pero ahí nomás, en la puerta, se enteró de que Claux había declinado por sus “múltiples ocupaciones”. “¿Y entonces quién va a ser el presidente?”, preguntó. “Está por llegar”, dijo Pancho y sonó el timbre. Era Burga.
Ni bien le vio la cara, Pérez Costa dijo no. “Una cosa es saber de Adecore y otra es conocer el fútbol en el país”, señaló ante la incomodidad de Lombardi y la incredulidad de Burga que insinuó que tanto malestar tal vez se debía a que en el fondo quería la presidencia. “¡No me faltes el respeto! No tengo dinero para vivir sin trabajar”, le increpó Pérez Costa y se retiró del lugar. Y así, Burga llegó a la cima pero solo por esos 35 días. De presidente se convirtió en secretario de Walter Indacoechea, quien asumió la presidencia de la FPF pese a ser dirigente de vóley y no de fútbol. Luego llegaría Nicolás Delfino y el resto ya lo sabemos.
ANIMAL POLÍTICO Burga retomó la presidencia de la FPF en el 2002. Desde entonces, el 65% de los partidos jugados por Perú ha terminado en derrotas y su popularidad, año a año, ha caído más bajo que la del Congreso y el Poder Judicial . ¿Y entonces por qué se queda? Porque en el fondo Burga es un político. Todas sus jugadas tienen ese sello. Torea presiones a costa de agravios, promete y no cumple, y no tiene reparos en acomodarse con informales para sumar adhesiones y ganar cuatro años más.
Tanto tiene Burga de político que hasta se lanzó al Congreso en 1995 en la lista de Renovación con el número 96. Y para variar, no tuvo suerte. Consta en la ONPE que de los 12’280.538 electores hábiles para esos comicios, solo 330 personas votaron por él. ¿Hoy cuántos votarían por Burga?