Leyenda de River, campeón del mundo en 1978, Nolberto Alonso jugó su último partido oficial el 14 de diciembre de 1986, en Tokio, el día que el Millonario venció al Steaua de Bucarest y alzó la Copa Intercontinental. Seis meses después le organizaron su despedida y pudo sentir el aplauso del hincha en el Monumental, la cancha donde tantas alegrías dio y recibió. Entre el tumulto jubiloso, adornado de sonrisas y manos enrojecidas, el Beto no fue completamente feliz. “Corrió tanto frío por mi cuerpo que parecía que estaba muerto”. Sabía que nada volvería a ser igual.
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Hace unos años, en el Congreso Mundial del Fútbol, Jorge Valdano comentaba que el día después es un tema del que poco se habla en los vestuarios. “Uno está quince años jugando con un grupo de futbolistas con los que termina siendo amigo y con los que habla de lo divino y lo humano, pero nunca se toca el final de la carrera. Es un tema tabú, le tenemos tanto miedo a ese precipicio que no hablamos de ello”, decía.
El 12 de noviembre del año pasado, Paolo Guerrero pudo haber dado la vuelta en Matute abrazado de Farfán, Barcos y el ‘Zorrito’ Aguirre. Pudo ser el final perfecto de una carrera brillante, no exenta de altibajos, del gran símbolo de una generación.
Paolo ha sido un delantero gigantesco. Sin embargo, pocos recuerdan que hubo un tiempo en que era resistido, que sumaba tantos goles como arrebatos adolescentes. Que el 16 de junio del 2008, la vergonzosa noche del 0-6 ante Uruguay, se graduó de patancito cuando vio la roja en el Centenario de Montevideo.
A pesar de ese episodio, el doping y las malditas lesiones, su lugar en el corazón de la gente se ha mantenido incólume. Y el año pasado le llegó la oportunidad de darle el sí al equipo que tanto dice querer. Pero Paolo — ay, Paolo — olvidó su condición terrenal y eligió la camiseta del humilde Avaí para un retorno más fantástico que posible. No encontró cariño. Solo halló pena y el oprobio del descenso.
Hoy, con 39 años, el interés de Racing de Avellaneda se ha estrellado con la reacción de sus hinchas, que lo ven viejo y acabado. ¿Habrá un club que se arriesgue a contratarlo? Porque contratarlo es eso: un riesgo. Es apostar por el pasado, es aguardar con dudas el presente.
“El día que dejé el fútbol empecé a morir un poco”, dijo José Yudica a “El Gráfico”. Cerrar ciclos, olvidar el sobre ancho de cada mes, decirle adiós a las copas, a los gritos, hasta a los llamados de los fastidiosos periodistas, es una de las decisiones más difíciles que puede tomar un deportista. Pero hay que tomarla. Paolo, es hora de decir adiós.