Alguna vez tenía que pasar. No se puede vivir sin juego, sin generar, pasando valla tras valla por oficio, por más zorro, con polémicas y azares, no siempre por mejor. Un día viene un equipo como el Ajax, de jóvenes que tocan la pelota como ángeles y te pinta la cara. Fueron los peores siete días en los 117 años de vida del Real Madrid. El Barcelona le arrebató la final de la Copa del Rey el 27 de febrero, otra vez el Barsa lo apeó de la Liga el 2 de marzo y el Ajax lo fulminó en la Champions el martes 5 con un 4 a 1 que no alcanza a reflejar el baño de fútbol que le dio el equipo holandés; pudieron ser siete. Fuera de todo y ante un invierno tan largo… La próxima temporada arrancaría el 18 de agosto, cinco meses y medio en un limbo competitivo, un desierto deportivo difícil de atravesar para un club que vive en medio de millones de rumores, con hinchas impacientes y cientos de periodistas cuya sopa se cocina en esa casa, el Bernabéu. Duro.
En una institución que viene de ganar cuatro de las últimas cinco copas de Europa no debería ser traumático; la victoria cambia de novio seguido y no se casa con nadie. Pero es justamente porque esas conquistas no tuvieron el respaldo indiscutible que da la épica, no estuvieron debidamente sustentadas por el juego. Hubo más astucia que merecimientos. No se habla de legitimidad sino de mérito. Por eso las sonrisas se tornan efímeras y hay que renovarlas permanentemente.
Esas cuatro Champions sirvieron al Madrid para tapar muchas pobres participaciones en el ámbito español, donde siempre fue amo y señor. Agravado por el ascenso irresistible del Barcelona, durante décadas opacado por el brillo merengue. Porque el Barsa-Madrid es un combate entre dos pesos pesado. Uno saca la derecha, el otro levanta la guardia. Los últimos diez años son un cuadro sinóptico muy elocuente. Si corona en esta Liga -y está muy bien encaminado- el Barsa habrá ganado 8 de las últimas 11, contra 2 del Madrid y 1 del Atlético. Y si vence en la final ante el Valencia, el club catalán cosechará 7 Copas del Rey contra una del Madrid. La suma daría 15 a 3. Feo. La maquinaria mediática partidaria -incansable- ha instalado la idea de que lo único que importa es la Champions. Naturalmente, para alivio de los hinchas, que son quienes compran el diario y consumen radio y televisión. No obstante, en el lapso aludido el Madrid levantó 4 Champions, pero el Barsa también obtuvo 3 (2009-2011-2015).
Paralelamente a ello, y después de casi 88 años, el Barcelona pasó al frente en el historial clásico con 96 victorias a 95. Antes, vale puntualizarlo, la supremacía blanca era ostensible. En todo: fútbol, títulos, resultados. Pero por encima de cualquier estadística, el Barcelona se ha convertido en el símbolo del fútbol espectáculo, del tiqui taca, de las goleadas y el juego bonito. Que no siempre, pero bastante seguido. Ello le ha dado gran reputación internacional y lo ha consagrado una marca mundial, que no lo era; el Madrid sí. Tenemos una prueba cotidiana en nuestros países: hace quince años no se veía un solo niño o muchacho por la calle con la camiseta del Barsa, ni uno, sí muchos con la del Madrid; hoy, por cada uno con la blanca van tres con la azulgrana. Esto empezó con la llegada de Ronaldinho a Cataluña y se profundizó con Messi, Xavi, Iniesta, Suárez, Neymar…
También está el daño colateral que la prensa partidaria le hace al Real Madrid en imagen, con su incesante tachín tachín: “Sois los mejores”, “¡Isco, vaya crack…!”, “El mundo a sus pies” “Cuando Asensio gane sus primeros Balones de Oro…”, “A su edad, Vinicius tiene mejores registros que Messi” (pobre Vinicius…) “Reguilón se ha doctorado tras sus dos primeros clásicos (perdió los dos). “El mejor equipo de la década”. “El campeón de los 1.000 días”… No ayuda, produce rechazo.
Alfredo Di Stéfano refundó al club madrileño en 1953 con una consigna breve: GANAR. “En su mente no entraba la palabra empate”, lo definió alguna vez el uruguayo José Emilio Santamaría, su compañero y amigo durante años. Fue como una inyección intravenosa que inoculó a todo el madridismo. Y se convirtió en Sportivo Ganar Siempre, el club más vencedor y popular de la tierra. Pero ahora tal vez haya llegado la hora de agregar otra consigna también concisa: GUSTAR. Florentino Pérez, fenomenal a la hora de conseguir recursos y tan amante de lo galáctico, debería invertir en ESPECTÁCULO. Posiblemente dé alguna vuelta olímpica menos, pero los aficionados del mundo simpatizarán más con su institución.
“Lo que busca el Madrid: un central, un lateral, dos centrocampistas y un 9”, dice un titular del diario Marca, el mejor ubicado en los pasillos del Bernabéu. Desde luego, debe renovar su plantel y esta debacle lo torna ahora perentorio. También saldrá Solari y vendrá un técnico de renombre. No le será sencillo como en años anteriores. La salida de Neymar hacia el PSG en 222 millones de euros desató una espiral inflacionaria en el mercado del fútbol. El Barcelona debió desembolsar 160 millones en un correcto volante como Coutinho, que es suplente. El Madrid tanteó a Eriksen y el Tottenham le contestó que vale 300 millones (aunque el Tottenham lo está esperando con el cuchillo desde que le llevó a la brava a Modric y Bale). Hazard es una joya que debería cotizarse también en 300, pero sucede que el Chelsea, sancionado por la FIFA, no podrá fichar por dos mercados y necesita retener lo que tiene. Mourinho lo sabe bien, él gastó 492 millones de euros en el Manchester United y no captó ninguna estrella, apenas lo que quedaba en flacos estantes. Encima, el Real Madrid inició la remodelación de su estadio, que le insumirá 700 millones, más de lo que invirtieron -juntos- el Atlético de Madrid y el Athletic de Bilbao en sus nuevos y despampanantes coliseos.
Puede que con otro DT (¿Zidane o Mourinho…?) y con cinco nuevos cracks el equipo se recomponga y retome la senda triunfal. Igual, no alcanza con eso. Más que técnico y jugadores, el Real Madrid debería rever su proyecto deportivo, su imagen. Su líder no puede ser un tipo que va por la vida tirando codazos (y salvándose siempre de la roja…) Tiene que volver a enamorar a la gente, jugar buen fútbol, recuperar la humildad, el señorío, la generosidad en el juego. Pensar que es un club global y debe ser espejo. Ganar no es todo. En la tunda del Ajax está el paradigma: ¡Qué hermoso es cuando la victoria llega por ese camino…! Cuando la estética y el mérito están incluso por sobre los goles. Genera orgullo. Y admiración. Por supuesto, hay gustos para todo. Muchos adoran ganar defendiendo con diez, con un gol con la mano, o con un penal que no fue. Pero el sabor es incomparable.
Si contrata a Mourinho en lugar de a Zidane, sabremos qué clase de club quiere ser.