Es mucho más que el clásico de un país, y no es apenas un partido de fútbol, es un duelo con aires políticos en España, un choque de valores, dos formas de entender el juego. También allí hay una grieta. Como esa zanja social abierta entre los pueblos de América Latina, una abismal rajadura separa al Real Madrid del Barcelona. Dos estilos convertidos en antípodas, el empuje frente al buen gusto, el ganar y ganar contra el ganar y gustar, el Madrid es sexo, el Barza es sexo con amor… Y en ese permanente contrapunto han puesto al mundo en pugna. No hay neutrales en esto, todos elegimos al Madrid o al Barza. Ambos representan tópicos que adoramos o aborrecemos. Sin tanto marketing como la Premier ni tanta organización como la Bundesliga, el fútbol español ha entronizado un producto de consumo masivo universal, como el café o la gasolina. En Asia, en África, en América, cientos de millones seguirán nerviosamente por TV las incidencias, se ubicarán en uno de los bandos, gritarán los goles. Y todas las veces que se puedan enfrentar, bienvenidas: por Liga, por Copa del Rey, por Champions.
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En todo clásico hay rivalidad, en este además hay encono, viralizado desde el 2000 hacia acá, se percibe en las redes sociales. De modo que hoy, ni helado ni natilla ni arroz con leche, el postre lo pone la Liga Española: Real Madrid-Barcelona, una sobremesa imperdible.
Imperdible aunque lleguen ambos en el peor momento de sus últimos quince o veinte años. El Madrid, con un plantel amplísimo y costoso, está lejos del conjunto ganador de las tres copas de Europa. Quedan muchos sobrevivientes del triplete: Marcelo, Carvajal, Nacho, Varane, Modric, Casemiro, Kroos, Benzema, Bale, Isco, Lucas Vázquez, no obstante ya sin lozanía. Esa industria sin feriados que es la prensa madridista habla maravillas de los nuevos, y han llegado muchos, pero siguen jugando casi los mismos. Y Zinedine Zidane, un obispo apreciado y bonachón, sabio para mantener unida a la parroquia, no ha logrado nunca darle un funcionamiento colectivo. Ni cuando fue campeón. El Madrid se maneja con piloto automático. No es un equipo de autor; carece de juego, apoyado siempre en sus individualidades, las cuales han perdido frescura y eficacia. La pérdida mayor son los goles de Cristiano Ronaldo, quien se marchó dejando un promedio exacto de 50 redes por temporada. Lo que se vio como un astuto negocio de Florentino Pérez (100 millones a la Juventus) aparece ahora como una pésima operación. Sólo con su ambición, su hambre de gloria, Cristiano aseguraba lo que no pueden ni Benzema ni Bale ni Hazard (100 M€) ni Vinicius (45 M€) ni Rodrygo (45 M€) ni Jovic (60 M€) ni todos juntos. El goleador “absoluto”, desde el comienzo del año, y estamos en marzo, es Isco con 3 tantos.
Eliminado de la Copa del Rey por una Real Sociedad de mucho vuelo (le sirvió cuatro copetines en el Bernabéu), perdidoso en la ida de octavos de Europa ante el Manchester City, el Madrid es casi un náufrago que necesita un bote, una tabla, algo para aferrarse y salvar el año. Debería ser este campeonato liguero, no hay más. Está segundo a dos puntos del Barcelona. Si le gana hoy recuperará el liderato y la línea de flotación; si pierde quedará a cinco puntos de su archienemigo, que serían seis pues, a igualdad, desempata el encuentro entre ambos. El problema del Madrid, en cualquier partido, es que parece tener menos respuestas tácticas que el adversario. El City también le dio un toqueteo. Y ahora debe ir a jugarse la vida en Inglaterra.
El Barza, bien podría decirse, está peor. Es puntero en la Liga y está vivo en Champions (1-1 frente al Napoli en Italia). Sin embargo, no deja de ser un espejismo. Una directiva paupérrima en materia futbolística gastó más de mil millones de euros en jugadores ruinosos o que no pasan de medianías. El plantel se fue envejeciendo, la calidad deteriorando y, más alarmante que eso, se ha quedado sin efectivos. Si mañana debiera jugar la revancha con el Napoli, tendría 10 jugadores del primer equipo para afrontarla: Ter Stegen, Semedo, Piqué, Lenglet, Umtiti, Rakitic, Arthur, De Jong, Messi, Griezmann. Subieron a siete jóvenes del filial para armar los entrenamientos. A Junior Firpo nos cuesta clasificarlo, no lo contamos. Han reducido a cenizas un grupo excepcional. Y eso, luego de anunciar a toda orquesta ser el primer club en superar la barrera de los 1.000 millones en ingresos. Tiene más jugadores disponibles un equipo de barrio los sábados a la mañana. También el Barça semeja un barbudo en harapos que se abraza desesperadamente a algo: es a Messi, que lo salve como sea, como pueda, que nade, patalee y haga un milagro en cada partido hasta el final para poder llegar a la orilla. Pero esto no es tenis, no es Federer enfrentando a Nadal. Son once por lado. Para peor, Messi, el futbolista con más goles marcados al Real Madrid en la historia (26), lleva cuatro clásicos sin anotarle. Esto remite a la falta de jerarquía del conjunto: Leo juega cada vez más retrasado para buscar la pelota, llevarla, generar fútbol y eso tiene un costo: se aleja del área. Ya no están Xavi, Iniesta, Neymar, Dani Alves, tantos… Ni Suárez estará hoy. Messi ahora también tiene que barrer y lavar los platos.
Curiosamente, por esos caprichosos vericuetos de la redonda, si pierde, pierde infinitamente más el Real Madrid. Sería calamitoso: supondría un segundo año en blanco, podría marcar el adiós de Zidane, habría una profunda limpieza en el plantel y quedaría en el banquillo de los acusados el rey Florentino. Aparte, hoy no se arma más un equipo nuevo con 100 millones. Y menos tratándose del Madrid: todos desean facturarle bien. No sería lo peor: la catástrofe supone entregarle otra liga al Barcelona, que sumaría 9 sobre 11. Los hígados blancos no lo resistirían.
El Barcelona, en cambio, ya atravesó todas las crisis posibles, incluso la de la vergüenza. La fiesta de fichajes ultramillonarios y sin sentido que escandaliza a los socios ha quedado tapada por el Barzagate, la trama por la cual el club contrató una empresa para defender la imagen del presidente y a la vez denostar a opositores e incluso a figuras prominentes y leyendas del club. El club pagó un millón de euros para este bochorno, y dividió las facturas en cinco para que, fragmentadas, no debieran requerir la firma del resto de la directiva. Al contrario, la derrota y la pérdida de la Liga hasta podrían suponer una esperanza para los catalanes: que se adelanten las elecciones y salga el presidente Bartomeu para dar paso a un aire fresco.
¿Por qué si están tan alicaídos generan semejante expectativa…? Primero está la tradición centenaria del clásico, luego la grandeza de ambos: siguen siendo dos acorazados que inspiran respeto en los mares del fútbol. Aun estando en el Liverpool, el Bayern o la Juventus, si un futbolista escucha el llamado de uno de estos mastodontes, sale corriendo hacia España. Nadie duda: la vidriera grande está allí. El fútbol inglés es precioso, y nos ofrece cada fin de semana espectáculos vibrantes, entretenidos, a veces volcánicos, incluso Liverpool y Manchester City están hoy por encima futbolísticamente de los dos españoles, pero ningún partido británico alcanza el estatus planetario de un Real Madrid-Barcelona. Aquellos se ciñen exclusivamente a las incidencias en el rectángulo. Un Madrid-Barza da tela desde mucho antes y para un largo después. Sin contar con que, sólo a través de Latinoamérica, atrapa a 650 millones de habitantes. No tiene nada para envidiarle a una final de Champions.
¿Quién puede ganar…? En fútbol, el que defiende mal, pierde. Si Quique Setién arma bien la defensa, esto es Semedo, Piqué, Umtiti, Lenglet (un central puesto de lateral, pero que ofrece garantías) o Jordi Alba, quien volvería tras lesión, el Barza tiene buenas posibilidades. Si mantiene a Junior Firpo en el flanco izquierdo, suben las acciones blancas. Fuera de eso pueden pasar muchas cosas. Incluso que jueguen bien.