Jerónimo Pimentel

Las viejas discusiones sobre quién es el mejor jugador de la historia del fútbol no acabarán nunca, felizmente; parte de la magia del deporte consiste en ello: en tanto exista debate, en tanto una subjetividad quiera imponerse a otra, mientras una arbitrariedad se yerga sobre un podio moral para atizar el capricho ajeno, el fútbol estará vivo.

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Quienes se toman más en serio estos asuntos buscan criterios “objetivos”: más partidos ganados, goles convertidos, copas levantadas… Pero los resultados que arrojan estos cuadros son muchas veces grotescos. Desde la cuantificación bruta, Zidane fue más que Maradona (algo que no se cree ni el francés) y Dani Alves está aún por encima de Messi en títulos obtenidos. Nadie argumenta, además, por qué una Copa América vale lo mismo que una Eurocopa, ni cuántas Copas de África se necesitan para homologar este trofeo con los antes mencionados.

Por último, quienes relativizan la polémica y postulan que lo más adecuado sería identificar a un jugador por década aciertan al diluir la cuestión, pero obtienen, a cambio, un listado de equivalencias imposibles y microproblemas: ¿quién fue el gran jugador de la década del 40? ¿El del 70 es Cruyff o Beckenbauer y por qué? ¿Ronaldo o Zidane en los 90? ¿Y por qué las décadas son de año redondo y coinciden siempre con el calendario?

Hay un crack, sin embargo, que excede en todos los listados y criterios con que se le juzgue, y por ello se impone al resto con enorme distancia. Se trata, por supuesto, de Pelé.

Desde el punto de vista cualitativo, es considerado por amigos y rivales como el jugador más completo que haya existido, a quien se le deben buena parte de los regates, lujos y fantasías que hoy construyen el lenguaje futbolístico. Fue, además, uno de los grandes responsables de la masificación del deporte más hermoso del mundo.

Desde el punto de vista cuantitativo, sus 3 copas del mundo deberían bastar para zanjar cualquier intento de duda, sin contar con la supremacía global que obtuvo con el Santos. Su récord goleador (1301 goles según la estadística generosa, 762 según la FIFA), lo convierte también en uno de los anotadores más efectivos del mundo con una marca de 0.94 o 0.92 goles por partido, muy por encima de Messi, Ronaldo, Di Stéfano o Maradona… Si la discusión fuera por décadas, habría que inventar una que vaya de 1958 a 1973: a los 17 años fue campeón en Suecia 58 y, a los 33, fue goleador y campeón del torneo paulista, además de ser elegido el mejor jugador de Sudamérica por la prensa especializada.

Pero algo más se puede decir a favor de Pelé. Todo lo que el aficionado al fútbol entiende por Brasil, por ‘jogo bonito’, se debe básicamente a su efecto en el juego. Antes de su aparición, Brasil apenas contaba con tres títulos sudamericanos en 40 años y su figura histórica era Arthur Friedenreich, una leyenda que poco suena al hincha enterado (por falta de documentación, sobre todo). Con Pelé, las estrellas que se sumaron al escudo de la ‘canarinha’ fueron mundiales, pero además construyó una identidad: la síntesis entre estilo y efectividad que distingue a Brasil, la esencia que hasta hoy inspira la idea de que para ganar, la ‘verdeamarelha’ debe jugar de una manera vistosa, la narrativa de que la belleza en el trato del balón es tan o más importante que la disciplina táctica y los valores atléticos, todo lo que alimenta la idea de marca-país brasileña es una consecuencia de lo que Pelé hizo en la cancha. Ni Maradona, ni Messi, han hecho nada comparable por Argentina.

No es poca cosa, haber forjado las señas distintivas de un pentacampeón. El país que más futbolistas produce, el que más futbolistas exporta, el que más títulos tiene, se ha construido sobre los hombros del más grande de todos los tiempos: Edson Arantes do Nascimento ‘O Rei’ Pelé. Que nadie lo discuta.

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