Juan Román Riquelme es el máximo ídolo de Boca Juniors, en gran parte, por una magistral exhibición de fútbol en la final de la Copa Intercontinental 2000 ante el más ganador de Europa, Real Madrid. Pocas noches en la historia de este deporte fueron tan brillantes como la que vivió ‘Topo Gigio’ en Japón.
Cuando todos esperan una victoria apabullante del club conocido por invertir millones en fichajes, el equipo argentino de Carlos Bianchi sacó a relucir su estirpe de campeón. Riquelme puso a ‘bailar’ a la defensa merengue con amagues, hábiles pisadas de balón y talento para controlar el juego, mientras que Martín Palermo anotó un doblete en tres minutos, apenas a los 6 del primer tiempo.
Los ‘galácticos’ alinearon a sus principales figuras del momento: Luis Figo, Rául, Roberto Carlos, Claude Makelele, Fernando Hierro y Steve McManaman. En el arco, un joven Íker Casillas daba sus primeros pasos.
El hambre de victoria que mostró Boca en los primeros minutos dejó perplejo al Madrid y al público del Estadio Nacional de Tokio aquel 28 de noviembre. Los merengues, por su lado, parecían confiados antes de salir al gramado y reaccionaron tardíamente.
Poco sirvió la estrategia de Vicente del Bosque para frenar la velocidad de Marcelo Delgado y la contundencia de Palermo. A los tres minutos, el ‘Chelo’ arrancó por la izquierda y mandó un centro exacto para que el ‘Titán’ defina en primera con la parte interna del pie.
Instantes más tarde, el ‘Torero’ envió un pase largo con una precisión quirúrgica y dejó solo a Palermo, quien definió cruzando ante la salida de Casillas. Roberto Carlos anotó el descuento con uno de sus acostumbrados sablazos, pero solo ese disparo pudo herir al colombiano Óscar Córdoba.
La danza
A partir de ese momento, Riquelme se dedicó a brindar espectáculo con sus lujosos movimientos y mostrándose siempre, pero sin perder la posesión: o moría con el esférico o se lo daba a un compañero. El ‘Torero’ pisaba el balón como lo pisan los mejores jugadores del fútbol sala.
Los rivales que más sufrieron para marcar al ‘10’ fueron los volantes de contención Geremi y Makele. Ambos tuvieron que cometerle falta para pararlo, aunque no lograron quitársela.
Boca fue inteligente y prácticamente no mostró fallas en defensa. El mediocampo, custodiado por el despliegue de Sebastián Battaglia, el oficio de José Basualdo y la presión de Mauricio Serna, también funcionó como un reloj. La rapidez del ‘Chelo’ y la voracidad de Martín fueron claves, pero nada fue superior a las jugadas de ‘Topo Gigio’.
“Riquelme llevó el partido cosido a su pie. Lo engrandeció con gestos deliciosos. Surgía por cualquier rincón para ofrecerse y reclamar la pelota. Y, cuando la agarraba, se dejaba llevar por su variedad de repertorio. Unas veces conducía el balón; otras lo pisaba, lo escondía o lo enviaba a un claro inesperado. También lo dormía o lo llevaba de ronda de regates. Lo tocaba en corto o se lo regalaba a un compañero en profundidad. Pero nunca se lo dejaba al rival, eso seguro. Si Europa tenía alguna duda al respecto, Riquelme las enterró todas. Es un jugador enorme, de los que da gusto mirar”, se lee en la crónica de El País.
El propio Román recuerda con gratitud esa final histórica para el fútbol argentino: “Esa noche jugamos tranquilos. Teníamos un equipo con mucha experiencia y el entrenador (Bianchi) nos transmitió confianza. Ellos se sorprendieron y cuando reaccionaron ya íbamos ganando 2 a 0”.
En la misma línea, Palermo reconoció en una entrevista con la FIFA que los goles que anotó esa vez fueron “los más importantes que consiguió con la camiseta” del Xeneize. “Ese momento está entre los tres más importantes de mi carrera”, añade.
Según el Gráfico, los ‘xeneizes’ habían cautivado a los japoneses días antes por mostrarse predispuestos a tomarse fotos con ellos y firmales autógrafos. En la otra vereda, los de Madrid llegaron con una actitud hermética, de celebridad. Lógicamente, fue fácil para la fanaticada nipona identificarse con los miles de hinchas argentinos que viajaron a Tokio y deleitarse con los inventos de Riquelme en la cancha.