Dicen que a veces la memoria es selectiva y quizá por eso muchos nos estamos olvidando del querido vóley peruano. Deber ser un instinto de negación el que nos aleje de este deporte histórico que vive su peor crisis. Como si quisiéramos fingir que nada está pasando, que el mal rato es pasajero. Tomamos distancia porque, de repente, ya no recordamos cuándo fue la última vez que las manos peruanas se elevaron seguras y gloriosas. Porque hemos extraviado el registro de aquella vez cuando todo un país se unió en coro para gritar “punto”.
El último lugar que ocupó la selección femenina de vóley en el Preolímpico de Colombia ha pasado algo desapercibido en días donde la agenda deportiva está copada por el último refuerzo de algún club popular de fútbol. Si confirmar que el sexteto nacional es quinto de Sudamérica no es tocar fondo ¿entonces qué lo es? No hay que esquivar más esta situación y explorar las razones para que llegue el bendito día de la reinvención.
Si evaluamos con cifras, el pesar se agrava. Perú no solo fue último, sino que perdió todos sus partidos por 3-0. En su despedida ante Venezuela no solo sumó errores técnicos, sino que era evidente el desconcierto y el desánimo. Como si quisieran volver cuanto antes a casa. Y aquí la responsabilidad no es de aquellas muchachas que entraron a la cancha para representarnos. El vóley peruano languidece por una cadena interminable de malas decisiones.
Las estadísticas evidencian que uno de los peores vicios del vóley nacional es la ausencia de procesos. Nuestros mejores resultados se lograron desde la década del setenta hasta inicios de los noventa. En ese periodo de casi tres décadas completas, solo ocuparon el cargo dos técnicos: el japonés Akira Kato y el coreano Man Bok Park. Se apostó por la continuidad en la una escuela asiática que, en esos años, lideraba la evolución de este deporte y se sentaron las bases del crecimiento en la generación que fue subcampeona mundial juvenil en 1981.
Hoy, el método dirigencial en el deporte de los mates se ha entregado a un cortoplacismo que abruma: diez entrenadores en diez años, tres entrenadores en el último ciclo olímpico. El brasileño Luizomar de Moura fue reemplazado en el 2018 por el español Francisco Hervás, quien venía de conseguir el título nacional con el Regatas Lima. Esta modificación vino de la mano con un sismo interno en la Federación Peruana de Vóley. El Consejo Superior de Justicia Deportiva y Honores del Deporte del IPD determinó la salida de Diana Gonzales (quien ejercía la presidencia de la FPV) por no cumplir los requisitos para el cargo. En su reemplazo ingresó Carmen del Pilar Gonzales, quien determinó estos cambios en lugar de apostar por la continuidad.
A este desorden se sumó la dejadez para establecer un plan de preparación óptimo, con la logística necesaria. La voleibolista Karla Ortiz comentó después de Lima 2019 que antes del torneo entrenaron en colegios, donde a veces no había agua, y que sus sueldos estaban atrasados. Otro argumento recurrente para esta crisis es que no aparecen “generaciones doradas” como la del 81. Sin embargo, olvidamos que en el 2013 tuvimos el mejor resultado de menores en los últimos veinte años: cuarto puesto en el Mundial Sub 18 de Tailandia. Precisamente, esa generación de Ángela Leyva (hoy con promedio de edad de 23 años) es la base del actual equipo de mayores aunque los resultados de juveniles no se pudieron repetir.
No hay procesos, no se mantuvo una base de jugadoras y hay temas de rendimiento físico y psicología deportiva que exigen más análisis. “Lo que vimos en los Panamericanos fue un equipo muerto y apático”, explicó Natalia Málaga el año pasado en Movistar Deportes. El quinto lugar en Sudamérica no resiste más excusas y solo abre la puerta para nacer de nuevo. Y que esa renovación, con objetivos de largo plazo, sea desde las bases. Renovemos en la dirigencia, renovemos en la parte deportiva, busquemos mejoras urgentes para el torneo local. No hay brújula y pocos se están animando a decirlo.
“No has ganado nada hasta que sudes y hasta que llores. Hasta que te cueste levantarte por el dolor de entrenar”, aconsejó en cámaras hace unos meses Cecilia Tait. La ‘zurda de oro’ se ganó con mates el derecho a encender el pebetero de los Juegos Panamericanos Lima 2019. Han pasado más de treinta años de Seúl 88 y el fuego sigue llevando el nombre de su generación. No hubo relevo. El vóley peruano hoy no tiene el alma caliente. Se ha apagado.