Hay dos tipos de fútbol, el fútbol jugado y el fútbol hablado. Todos coincidiremos en que el primero es el más importante, sin embargo, por cada 90 minutos jugados hay 90.000 hablados. En algunos casos, 90 millones. Hay partidos que atraviesan décadas y se transforman en leyenda, por nostalgia o por polémica. Se hablará siempre de ellos (el Maracanazo lleva 70 años… y sigue). De modo que el segundo es tan apasionante como el primero. O más. Esta columna es parte del fútbol verbal, sólo que se imprimió la palabra. Las buenas historias de fútbol pueden dar dos goles de ventaja a las otras. Y no pierden.
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Ese interminable cofre de novelas futboleras -deliciosas todas- ya abrió su tapa para que entre River Plate 2 - Independiente Santa Fe 1. En el constante peregrinar en el que masticamos y digerimos partidos sosos, insulsos y desabridos, el fútbol suele entregarnos cada tanto un bocado exquisito como este. Tuvo todos los ingredientes, y perfectamente sazonados, para que saliera un plato fenomenal. Los veinte jugadores de River impedidos de actuar por Covid o lesiones -entre ellos sus cuatro arqueros profesionales-, el volante central Enzo Pérez ocupando el arco desde el inicio, la imposibilidad de hacer cambios por tener sólo once efectivos disponibles, algunos futbolistas cambiados de puesto por necesidad y urgencia. Y los comentarios previos… “River es el Real Madrid sudamericano, siempre lo favorecen…” “Es el nene mimado de la Conmebol, van a postergar el partido…” “Le van a permitir incluir dos arqueros más en la lista…” “Hay que patearle de todos lados a Enzo Pérez”, “Es una buena ocasión para que Santa Fe lo golee…?”, “River se va a meter con diez atrás…”.
Toda la antesala fue alimentando el morbo y la expectativa hasta poner al continente entero frente al televisor. Nos frotábamos las manos para ver qué sucedía. No hubo indultos ni autorizaciones. Y River no lloró. Se presentó. “Si hay que jugar con nueve, jugamos con nueve” pareció ser la consigna de Gallardo, del club, de los jugadores. ¿Qué pasó…? Todo al revés de las previsiones. River salió a beber vientos, fue un aluvión incontenible, un león hambriento y antes del minuto seis ya estaba ganando 2 a 0. Se nos salían los ojos de las órbitas, ¿qué estaba pasando…? ¿cómo era posible…? Los jugadores de Santa Fe parecían preguntárselo también al mirarse entre ellos.
Fue la receta del Real Madrid durante años en la Copa de Europa. En el Bernabéu, los primeros diez minutos, apretar con todo y sacar tres o cuatro disparos potentes al arco, no importa si se iban afuera, el tema era crearle miedo escénico al visitante. Pelota suelta, bomba contra el arco para marcar presencia.
Lo hizo River. Y encima con un gol de época, el segundo. Sin exagerar un milímetro, uno de los más grandes goles que este cronista vio, un prodigio técnico fabuloso, el pique, el control, la media vuelta, el balazo de zurda, la precisión, el ángulo por donde entró, la velocidad de maniobra… Todo con un zaguero encimándolo pegado y un muy buen arquero en los tres palos. Excepcional. Julián Álvarez juntó a Kempes con Batistuta y le rompió el arco a Castellanos. Tal vez muchos piensen que hace cincuenta años se marcaban tantísimos goles así. No.
Después del 2 a 0, lo demás fue aguantar bien en el medio, anticipando todo y protegiendo al improvisado Enzo Pérez, tapando cualquier remate de media o corta distancia, rodeándolo en los centros, que interviniera lo menos posible. Fueron once soldados entregados a una misión, disimulando el cansancio, las precariedades. La cumplieron extraordinariamente. Lo de Enzo Pérez entra en la antología no por una actuación descollante o salvar goles, apenas si intervino, pero se atrevió a calzarse los guantes y ponerse bajo el travesaño. ¿Y si lo goleaban…? ¿Si se le escapaba la pelota y le hacían tres o cuatro goles tontos…? Encima estaba con una distensión muscular que lo obligó a salir del campo en el clásico ante Boca. Arriesgó y se metió aún más en el corazón de los hinchas.
Sobre el césped se vio, sobre todo, la gallardía de Gallardo. Lo suyo es una comprobación más de que cualquier proyecto futbolístico ambicioso, hoy, comienza con un gran entrenador. River hizo una alta contribución a la Libertadores, a su mitología. Y al fútbol sudamericano. “Estas cosas inverosímiles en Europa no se ven”, nos dice Juan Vasle, cantante de la Ópera de Ljubliana, en Eslovenia, y periodista deportivo. “Se lo decía a un compañero del diario Ekipa: este sentimiento, esta pasión que se pone en Sudamérica, en Europa no existe. Acá hay plata, hay buenos partidos, pero este amor por una camiseta no. Y me lo reconoció. Me quedé levantado hasta las cuatro y media de la mañana por el partido, pero sentí un orgullo tremendo”. Juan es argentino y vive desde hace 31 años en la exrepública yugoslava.
¿Qué le sucedió al Santa Fe…? La táctica de Gallardo, de salir masivamente al ataque, y especialmente los dos goles de madrugada, lo desconcertaron. Fue dos veces a la lona, se puso en pie y siguió el combate, pero atontado, aturdido. Entró en un desconcierto mental que lo paralizó. No tuvo un líder que supiera tranquilizar al resto de la tropa ni la inteligencia para contrarrestar la presión adversaria. Y no había público. Con 65.000 apretando pudo ser peor. Le hubiese pasado a muchos. Cuando River le ganó 8 a 0 a Wilstermann dijeron que era un partido arreglado. Cuando le hizo catorce a Binacional (8 en el Monumental y 6 en Perú) ya se habló menos. Cuando apabulló con juego al Palmeiras campeón en San Pablo el año pasado casi hasta ridiculizarlo, dio otra muestra. Es un grupo fuerte de la cabeza y muchos rivales pueden sufrirlo. Que diga Boca cómo lo ha sufrido todos estos años.
Ahora Santa Fe deberá convivir con ello, como River debió hacerlo, hasta hoy, con aquella mancha cruel que fue la final copera de 1966 ante Peñarol. Ganaba 2 a 0 y perdió 4 a 2. Entonces, el país entero emitió un veredicto: “¡Gallineó…!!!”. Volvió de Chile y debía enfrentar a Banfield por el torneo local. Al asomar por el túnel, un ingenioso hincha del Taladro les arrojó una gallina blanca con una banda roja cruzada en el pecho. Pinino Mas le dio una patada y la levantó por el aire. Pasaron cincuenta y cinco años, hasta hoy llegó el estigma, que la era Gallardo está borrando.
Parece una historia sacada de los libros de la Libertadores. Pasó este miércoles 19 de mayo.
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