A pesar de haber sido el derrotado, en la semana se ha hablado más de Alianza Lima que de Binacional, el modesto equipo juliaqueño que se consagró campeón el último domingo en Matute.
Los comentarios han sido extremos, desde el meticuloso análisis del juego que desplegaron los dirigidos por Pablo Bengoechea hasta las chanzas más ácidas por haber perdido una nueva final en casa.
Lo cierto es que hay un torneo de mayor importancia que los blanquiazules han ganado con ventaja y del cual apenas se ha escuchado hablar. Ayer, Kattia Bohórquez, quien fuera gerenta de finanzas del club, asumió su gerencia general.
Recibe una institución fortalecida, ordenada económicamente, y de acuerdo con informaciones extraoficiales, con un superávit importante, inusual en un fútbol como el nuestro, donde la precariedad y el perromuerteo son pan de cada día.
Alianza, recordemos, es un club concursado que, a causa de sus millonarias deudas, se encuentra en manos de sus acreedores (la administración actual está en manos del llamado Fondo Blanquiazul).
Distinta es la situación de Universitario de Deportes, que está a punto de cambiar por enésima vez de administración tras una reciente decisión judicial.Con una deuda de alrededor de 100 millones de dólares (aunque la suma está en cuestión), la Sunat y la constructora Gremco sostienen una encarnizada pelea por el manejo de la institución. Gestionar el club con cierta prolijidad resulta imposible.
Las denuncias de uno y otro lado se multiplican, tanto como las suspicacias sobre el empleo de sus limitados recursos. Aunque lejos de la crisis del cuadro crema, Sporting Cristal vive momentos difíciles, distante del poderío sin fisuras que ostentaba cuando era propiedad de la cervecera Backus.
Otros clubes como Deportivo Municipal atraviesan una situación calamitosa, que ha puesto incluso en duda su permanencia en la primera categoría.
El resurgimiento del fútbol peruano requiere como condición principal la fortaleza de sus clubes. Alianza, todo hace indicarlo, está en ese camino.