AGENCIA MATERIA
Unos 100 millones de años antes de que el Tyrannosaurus rex habitara el planeta, ya vagaba por los paisajes jurásicos el Megaconus mammaliaformis, un pequeño animal terrestre de unos 250 gramos de peso, parecido a una ardilla grande, con la piel cubierta de pelo y con espolones venenosos en las patas traseras, que se alimentaba de plantas y, probablemente, nacía de huevos, como un ornitorrinco.
Por primera vez se ha hallado un esqueleto fosilizado completo de este enigmático animal, del que hasta ahora sólo se habían encontrado dientes, desvelando una serie de adaptaciones evolutivas muy especializadas propias de los mamíferos modernos. “Los paleontólogos se han estado preguntando durante cientos de años qué aspecto tenía el animal que iba junto con aquellos dientes, y ahora lo hemos podido saber”, explica el profesor Thomas Martin, de la Universidad de Bonn, Alemania, uno de los autores del estudio sobre este fósil de 165 millones de años encontrado en el nordeste de China.
RETRATO ROBOT DEL PROTO-MAMÍFERO Gracias a este descubrimiento, este grupo internacional de investigadores ha podido esbozar el primer retrato robot de estos animales que vivieron en la temprana era jurásica y que entran dentro de los llamados “proto-mamíferos”. En este apartado se incluyen diversos linajes de animales extintos que comparten rasgos con los mamíferos modernos, con los que tienen antepasados comunes. Estos primitivos animales, cuyo árbol genealógico es, según los investigadores, aún algo vago e inexacto, vivieron entre 40 y 50 millones de años antes de la aparición de los “mamíferos verdaderos”. El rasgo fundamental que excluye a esta especie de la familia Mammalis y que lo coloca en un espacio intermedio de la historia evolutiva son los huesos del oído medio. En lugar de estar insertados en el cráneo, como en los mamíferos, se engarzan con la mandíbula, un rasgo muy primitivo que comparten con algunos reptiles.
“No podemos decir que Megaconus sea nuestro ancestro directo, pero sí que puede parecerse a un tatara-tatara-tío perdido hace 165 millones de años. Los rasgos que ha preservado de sus antepasados nos dan pistas del aspecto que podrían haber tenido nuestros ancestros mamíferos durante la transición triásico-jurásica”, añade Zhei-Xi Luo, otro de los autores del estudio, profesor de biología y anatomía orgánica de la Universidad de Chicago.
PRIMITIVOS, PERO BASTANTE ESPECIALIZADOS Los resultados del estudio de este fósil, que se publican hoy en la revista Nature, han revelado que determinados rasgos propios de los mamíferos modernos ya estaban presentes en este animal. A pesar de ser primitivo “tiene pelo y una dentadura especializada para comer vegetales, con unos molares con cúspides afiladas dispuestos en filas longitudinales que permitían machacar mejor las plantas, seguramente helechos”, explica Luo.
Esta adaptación es algo muy común en los mamíferos herbívoros placentarios que llegaron millones de años después, y se encuentra en otros mamíferos también extintos como los multituberculados, una especie de ardillas primitivas, y los roedores actuales, “pero es muy sorprendente encontrarla en este espécimen tan temprano del jurásico y que no está emparentado directamente con ningún mamífero moderno”, afirma Luo.
Según este investigador, esto demuestra que algunas formas proto-mamíferas, “ya habían ‘puesto en práctica experimentos evolutivos’ de manera separada mucho antes de que aparecieran los ungulados placentarios del Cenozoico”, que sí son antepasados directos de mamíferos modernos. Para Thomas Martin esto es signo de que “las estructuras complejas pueden aparecer múltiples veces en la evolución y de manera independiente entre ellas”.
Esto se da habitualmente en muchas adaptaciones evolutivas en la naturaleza, según Guillermo W. Rougier, un investigador en evolución temprana de los mamíferos de la Universidad de Louisville ajeno al estudio, que recuerda que el paso a ser herbívoro es una adaptación evolutiva que “se sabe que se ha desarrollado en diversos momentos evolutivos que no están directamente relacionados con los hervíboros actuales”.
Tanto la forma de la columna vertebral del Megaconus, como la articulación de sus huesos del tobillo, y la estructura de su oído medio, son rasgos que indican que este animal estaba aún en una etapa muy primivita de la línea evolutiva.
Según Jorge Morales Romero, profesor de investigación en paleobiología del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) ajeno al estudio, este fósil “nos dice que el proceso de diversificación de los mamíferos tempranos fue más complejo de lo que se pensaba”.
HERBÍVORO, PELUDO, TERRESTRE Y VENENOSO Otros indicios apuntan a que el Megaconus se había adaptado a la vida en suelo: “Tiene espolones venenosos en las patas traseras, como los de los ornitorrincos, medidas defensivas que nos indican que el animal se había adaptado a vivir en el suelo”, explica Martin. El Megaconus tiene la tibia y el peroné fusionados, por lo que le sería imposible correr rápido para huir de los depredadores, y sus garras no están lo suficientemente corvadas como para agarrarse a los troncos de los árboles. “Había adaptado su sistema locomotor y su dentadura específicamente a pasar su vida en el suelo y alimentarse de arbustos bajos”, explica el investigador alemán.
También la piel y la membrana que recubre al animal son sorprendentes: “Megaconus confirma que muchas funciones biológicas de los mamíferos modernos relacionadas con la piel y las membranas que cubren el cuerpo o algunos órganos de los animales ya habían evolucionado antes de la aparición de los mamíferos modernos”, explica este investigador que formó parte del equipo que encontró las primeras evidencias de pelo en especies “pre-mamíferas” en 2006.
SUPERVIVIENTES ACCIDENTALES Todas estas características ayudan a ir completando paso a paso el complejo puzzle de la evolución de los mamíferos, al que aún le faltan muchas piezas. Por ejemplo, en términos de reproducción sexual los investigadores aún tan sólo pueden especular sobre este animal: “Seguramente lo harían mediante huevos, de la misma manera que los ornitorrincos, ya que los monotremas, la familia a la que pertenecen estos peculiares animales, son los mamíferos vivos más primitivos que existen y el Megaconus lo es aún más”, deduce Martin.
Aunque aún queden cabos sueltos, este fósil ha permitido visualizar el aspecto que tendrían estos primitivos animales que ya ensayaban las técnicas evolutivas que fueron dando lugar a distintos linajes. En este sentido, según los investigadores, los tres grandes grupos de mamíferos actuales son “supervivientes accidentales entre otras muchas líneas evolutivas mammaliaformes que se extinguieron por el camino”. Lo sorprendente es que hay técnicas de adaptación que se han dado de manera independiente, en especies de distintas líneas evolutivas.
Según Luo, el investigador de la Universidad de Chicago, a partir de los rasgos que se han preservado de anteriores antepasados en el Megaconus, “podemos hacernos una idea del aspecto que podía tener la condición ancestral de todos los mamíferos y permite unir piezas débilmente comprendidas hasta ahora de la transición de los ancestros pre-mamíferos hasta los animales modernos”, explica el científico.