Quino, el entrañable
El grande, el magnífico, el valiente, el fuerte, el poderoso, el concupiscente… No, no, no. Ninguno de estos apelativos le acomoda tan bien a Joaquín Salvador Lavado Tejón como el de entrañable. Bueno, también podría haber servido ‘el querendón’, pero prefiero con mucho el de entrañable.
Porque la obra de Quino –que es como mundialmente se conoce a don Joaquín- ocupa una parte muy íntima de todos quienes hemos sonreído con sus dibujos cargados de reflexión, ironía y una pizca de cinismo contemporáneo. En especial Mafalda y su troupe. Algo que todos hemos recordado esta semana con particular regocijo.
“Los lúcidos mensajes de Quino siguen vigentes por haber combinado con sabiduría la simplicidad en el trazo del dibujo con la profundidad de su pensamiento… Sus personajes trascienden cualquier geografía, edad y condición social”, fue lo que destacó el jurado del Premio Príncipe de Asturias al explicar por qué le concedió el miércoles a Quino el galardón en el rubro de Comunicación y Humanidades. El primer historietista en recibirlo.
Y claro, para el mundo de habla castellana Mafalda es un referente ineludible de la cultura popular y mundial, pero si uno mira la lista de los candidatos que competían con su ‘papá’, vislumbrará la enorme dimensión del reconocimiento: los fundadores de Skype, la agencia Magnum de fotografía, el periodista mexicano Jacobo Zabludovsky, el sociólogo alemán Ulrich Beck, el escritor Gay Talese, el productor de TV y creador de “The West Wing” Aaron Sorkin, entre otros.
Una escultura diseñada por Joan Miró, un diploma, una insignia y 50 mil euros (el contante y sonante siempre es bienvenido) constituyen la parte material del galardón que reconoce la excelencia de la obra de Quino a lo largo de 60 años, apenas diez de los cuales los dedicó a Mafalda.
Sí, porque aunque resulte extraño dada la vigencia y permanente actualidad de la pequeña amante de los Beatles que odiaba la sopa, esta tira solo la dibujó entre 1964 y 1973, y desde entonces solo ha vuelto a ella en contadas ocasiones, para momentos especiales, llámense campañas de organismos como Unicef o lanzar una ácida crítica a patanes como Silvio Berlusconi, el ordinario ex primer ministro italiano.
“Desde que dejó de dibujar a Mafalda, Quino se entregó a un humor más ácido y negro, destinado en mayor medida a un público adulto y que ha ido recopilando en su colección de libros de humor”, resaltó también el jurado del Premio Príncipe de Asturias. Trabajos que se publicaron hasta el 2006, porque la vista del maestro le dijo hasta aquí nomás.
“Hay páginas de humor que me gustan más que varias tiras de Mafalda”, ha revelado el propio Quino, quien en su juventud quería ser un Picasso. Quizá eso explique por qué no hubo hijos con nombre propio que sucediesen a Mafalda, Susanita, Manolito, Felipe, Libertad y Guille, pero sí en cambio decenas de personajes anónimos que encarnaron –en ocasiones con enormes cargas oníricas y surrealistas- lo mejor y peor de nosotros.
Pues aun cuando los textos reflexivos y punzantes en Mafalda ya son clásicos, su universal creador nacido en Argentina ha explotado con igual o mayor calidad el arte de crear historias sin letras, meras imágenes que en silencio lo gritan todo. Tal vez así es como Quino recuperó el ansia de un joven Joaquín que a los 18 años tenía como ideal “hacer dibujos mudos”.
Quino cumplirá 82 años en julio y espera que el príncipe Felipe de Borbón le invite a comer una tortilla. “A los premios uno llega cansado”, ha sido su apostilla tras saludar el premio, no sin antes recordar que él nació con una autocensura muy fuerte que imperaba en su país y otras naciones de América Latina, y que los problemas del mundo no han cambiado tanto como hubiéramos querido desde entonces.
Pero volvamos al inicio. Mucho se ha escrito sobre Mafalda, la pequeña de cabello esponjoso y rebelde, y mucho más se dirá en estos tiempos de locura digital de la que ella no escapa, pero si algo puede describir cuán importantes resultan este personaje y su creador es la conmoción que genera la presencia de Quino por donde va.
En El Comercio fuimos testigos de esto, cuando nos visitó en julio del 2009. Fue un comprensible y pequeño desmadre el que se armó, con los directivos del diario mostrando su contento, dibujantes regalándole lo mejor de su arte, redactores, fotógrafos y diagramadores imprimiendo imágenes de Mafalda para que las firmase, y en todo momento sonrisas por doquier. Contento puro y llano. Eso dejó Quino el entrañable a su paso.
P.D. A este amante de los cómics, Quino también le dejó un tesoro y una anécdota. Lo primero, el tomo de “Toda Mafalda” que compré en Buenos Aires en 1998 con una afectuosa dedicatoria. Y lo segundo, un sano consejo:
- Don Joaquín, quería agradecerle por todo el humor que nos ha regalado.
- Gracias, muchas gracias.
- Y quería molestarlo para que me pueda firmar este libro…
- ¿Cómo se llama usted?
- Adolfo… Como Hitler.
Pausa, silencio, una mirada condescendiente y un amigable regaño.
- Le sugiero que se busque otro referente…
Y le hice caso. Ahora uso a Gustavo Adolfo Bécquer. Y suena mejor.