La revancha
Por Iván Ortega López
El barrio de Alto Perú se encuentra en la cima del Cerro Pucamarca. Los padres llegan a altas horas de la noche, cuando se convencen que nadie más comprará sus productos. Los casi doscientos escalones que divide el cerro en dos mitades, es motivo suficiente para crear un mundo sin reglas, fuera de la ley. Los jóvenes, faltos de tutela paterna, son libres para caer en las tentaciones de otros.
Los padres no saben o no les importa que sus hijos pertenezcan a pandillas juveniles, ellos piensan que las peleas harán a sus hijos más fuertes ante una sociedad que los excluye. En un mundo sin fe subsisten los hombres sin piedad, comentaban en sus fiestas patronales.
Había expectativa entre los jóvenes, no por las fiestas navideñas sino por el último enfrentamiento del año. Las dos principales bandas se disputaban el control del Cerro. “Calavera”, el jefe de la banda “Los Azotes”, era un tipo despiadado. Siempre estaba acompañado de dos secuaces. Ninguno de ellos estudiaba o trabajaba. Vivían de las extorsiones, del tráfico de licor y de la venta de drogas. El bando contrincante, llamado “Los Halcones”, estaba comandado por “El Cholo”, deseoso de una nueva revancha.
Los bandos se formaron en seis columnas con cinco o seis filas cada una. “Calavera” mandó sus primeros diez hombres, jóvenes, aún sin cumplir los dieciséis años y que pugnaban por ingresar a la banda. Este era su examen de ingreso. Los jóvenes cayeron como moscas ante los “chacales” de “El Cholo”, pero “Calavera”, al notar cansado a sus rivales, envió su mejor cuadro de ataque, a los temibles “escorpiones”, llamados así porque en sus espaldas llevaban sus armas, como aguijones de la muerte. “El Cholo” estaba perdiendo la batalla.
“Calavera” hizo su aparición al frente de su pandilla, aullando en señal de conquista del territorio. Era el momento que esperaba “El Cholo”, éste hizo una señal, y sus secuaces trajeron a un joven con un puñal amarrado a su mano derecha. Lo mandaron al frente, retando al jefe de Los Azotes
“Calavera” dio un salto felino y se abalanzó contra el joven retador, haciéndolo caer y asestándole varias puñaladas. “Calavera” alzó sus manos ensangrentadas. Arrastró el cuerpo del joven hasta su pandilla, ordenando prender una fogata y en medio amarraron al joven, iniciando una danza de poder.
Las llamas iluminaron el rostro del joven. Era el hermano menor de “Calavera”, el último hijo de sus padres. “Calavera” dio un grito de dolor, quiso retroceder el tiempo. Se apuñalo en su brazo izquierdo y en sus piernas tratando de entregar su sangre a su hermano para que reviviera. Recordó los consejos de su padre y las súplicas de su madre.
Aquella tarde del domingo, “El Cholo” había capturado a Jonathan, hermano de “Calavera”, saliendo de un locutorio. Le obligaron a tomar licor, lo pintaron como soldado para no ser reconocido en la pelea nocturna y le colocaron una camiseta del club que odiaba “Calavera”. Los padres de Jonathan buscaron a Bryan, nombre verdadero de “Calavera”, para que ayude a buscar al hermano perdido, pero éste se encontraba concentrado con sus secuaces.
La revancha estaba consumada. “El Cholo” se retiró riéndose. Su risa burlona retumbaba en los cerros. Aunque perdió la disputa, sabía que había aniquilado moralmente a “Calavera”. Sin su jefe, pronosticó que “Los Azotes” desaparecía en cuestión de tiempo. No se equivocó. Meses mas tarde, “Calavera” era el hazmerreír de cualquier jovencito.
Se le puede hallar semidesnudo por los mercados, pidiendo alguna limosna. Ahora le dicen “Caín”, aunque su frágil y demente memoria no recuerda por qué, por qué, por qué.