Fiel dulzura de madre
Por Nelly Noblecilla
Es una de esas mañanas otoñales, tranquila y templada; una mañana alumbrada por un sol que parece cansado de brillar; una mañana cubierta por un cielo plomizo pero lleno de esperanzas… Así va ella ansiosa, con el corazón henchido pero envuelto en nostalgia. Una de las tantas mañanas que la ven transitar unas veces agitada, sofocada por el ardiente sol de verano, otras bajo la fría lluvia del invierno, friolenta, arropándose … pero siempre fuerte, cada vez más fuerte, con la fortaleza que da el dolor por los duros golpes de la vida.
Lleva una sola imagen fija en su corazón: la imagen del hijo amado. ¿Cuánto tiempo hace que recorrer esta Vía Crucis? ¡Sabe Dios! Ya perdió la cuenta. Hace tanto tiempo que comenzó. Sólo se acostumbró a ese ir y venir como un rito sagrado al que no puede faltar. ¡Con cuánto amor añora cada encuentro! Pero esta vez sería diferente, con el mismo inmenso amor, la misma espera ansiosa, pero… diferente; hoy sería ¡especial!
Apura el paso, desespera por llegar. Qué lento y triste es el camino hasta el presidio, le parece muy, pero muy largo, por eso ella se compaña con plegarias ¡Qué tierno el corazón de la madre!
Y por fin, el encuentro, el diálogo de siempre, las mismas preguntas: “¿Cómo has estado, hijo? ¿Necesitas algo? A lo mejor tienes frío por las noches. ¿Has comido?”. Y miles de preguntas más, amorosas, abnegadas, sin reproches ni censuras, sólo tiernas y calmadas.
Y escucha, con dulzura, al hijo preso: “Madre, mira, hice esta flor, es una rosa; hace tanto tiempo que no veo una; quise hacerla para ti, es bella, hermosa como tú, pero, al igual que yo, ni sueña, ni siente. Entre estas frías paredes ya casi ni vivo, sólo me anima esperar tu visita fiel, religiosamente fiel. ¿Sabes? Tú eres lo único bueno que tengo en la vida. No sé si Dios me escucha pero Él sabe cuánto te amo. ¡Ay madre, cómo pudiéramos retroceder el tiempo… Aquí los días son tan largos y oscuros, son como una eterna noche! ¡¿Por Dios, mamá. en qué momento me alejé de ti, por qué cerré mi pecho a tu amor y dejé de escucharte, por qué me olvidé de ti y me volví ciego a tu presencia y sordo a tus sabios consejos?!”.
Entre sollozos, el pobre hombre sigue lamentándose: “En qué aciago día me envolví en las redes malditas del vicio y me dejé llevar por el error… ¿Dime madre dónde están los que me arrastraron hasta aquí? Algún día los volveré a ver, me los encontraré cara a cara y entonces….
Ella no puede decir nada, las lágrimas no se lo permiten, por eso el hijo sin completar la frase, muy triste, sufre: “No, no llores por favor mamita; yo creo que pronto saldré de este infierno; sí, madre buena, déjame que seque esas tus lágrimas benditas, volveremos a estar juntos, ya verás: ese día, por fin libre, correré hacia ti como cuando era niño porque tú estarás esperándome y jugarán con mi cabello estas tus manitas arrugadas de tanto apretar las cuentas del rosario; entonces lloraremos los dos juntos pero de felicidad, Sí, yo sé que llegará ese día, madre amada, llegará, lo verás, llegará”.
Y se cierran tras de sí los portones nuevamente. Y allí va ella, suspirando, llena de esperanza, de vuelta a la casa que agoniza sin el hijo querido. Allí va sola, cansada, fatigada, queriendo grabar el momento vivido; rezando, besando su rosa, saboreando un dulce recuerdo… de madre.