Ansiedad
Por Joseph Max Espíritu Ventocilla
Pregunté a Cesare cuántos latidos me quedaban, esperaba escuchar una contestación vaga, como la que dan las pitonisas, quería saber si aquel extraño hombre, conocedor de todos los secretos del mundo, podía darme la respuesta al enigma de la muerte. Así ya sabría cuanto tengo por hacer. Calcularía y mediría mis pasos, dormiría las horas adecuadas, conversaría lo necesario y leería lo suficiente. Trabajaría solo para comer y dormir holgadamente.
Mi atrevimiento no resultó lo que esperaba.Al escucharlo llego a mí una visión de un féretro blanco, de personas tristes y de unos ojos cerrados al sueño eterno. Pero lo que me causó más impresión fue verla a ella caminando lentamente con paso discreto, con la mirada en la tierra. Ver sus ojos llorosos y aquella su tez pálida, me causaron angustia. Mi amigo, tú la consolabas. Era yo el difunto.
Empecé a estarlo desde antes de preguntar, mis noches de innumerables sueños me lo anticiparon, nadie sabe las horrendas apariciones que vislumbre, mi palpitar se aceleraba tanto que creí morir de ansiedad; sospecho que esos latidos fueron restando a otros. Sospecho que aquellos latidos llamaban a las puertas de la muerte. Es inminente, no es controlable, nadie podría; he escuchado de magos que lo detienen por segundos, ¿no morirán pocas veces al jugar con ella?, no me gusta la idea. Basta, esta obsesión me lastima las ilusiones, no está bien pensar en la muerte, hace de mí un ser frustrado y ansioso, ya no pensaré más en ello.
Ver su rostro me calma, ¿donde estará? ¡Es tan hermosa! Pensar que puede ser mía me esperanza, que más da si muero, hoy vi su sublime rostro, solo por esto me valió todo el día. Mi amigo, sé que tú también la vez como yo, sería extraño que no fuese así, no me importa, que gane el mejor.
Mientras, escribo para distraerme; para negar lo que escuché en la feria; para no dar crédito al esotérico señor de capa negra, ¿será la muerte negra?, ¿la veré antes de expirar el aliento de vida? Nadie hace tal pregunta, todos vamos allí, todos conocemos el fin del camino, ¿qué habrá más allá? Lo hubiese preguntado así estaría más tranquilo, nunca fui bueno para las preguntas, en estas se conoce al hombre. Las buenas preguntas abren paso a explicaciones importantes. Las preguntas en secuencia tienen un propósito, ¿cual era el mío? No recuerdo, no hice preguntas en secuencia, recién ahora las he pensado, ¿quién podría pensar en un momento así? Amigo mío, si te hubiesen revelado la hora de tu fin, ¿acaso no estarías preocupado? He vuelto al extremo. Cómo me gustaría ser más coherente.
No quiero inteligencia, la persona que más conoce es la que más sufre, yo no quiero sufrir.
Mañana empezaré a ser comedido, mi timidez asusta a mis compañeros, incluso me puede alejar de ella. Y es por ella por quien escribo estas líneas. Tendré fortuna, nos casaremos, viviremos al otro lado del continente donde las tierras cálidas darán color a mi rostro. Seré un importante señor, tendré posesiones, reconocimiento, riqueza. Viajaré a otros países, a los confines del mar: disfrutare salvajemente.
Me siento mejor, no creía tener proyectos, ahora, sé que quiero lograrlo, no me importa aquel oscuro señor ni su marioneta, nadie lleva las cuentas de los latidos ajenos, bastante ya tiene cada uno en contar los suyos. Dormiré tranquilo; despertaré y sonreiré al saber que el día ha suplantado a la noche y que las tinieblas no prevalecieron. Nadie puede saber los secretos de la parca, ni sus profetas, ni sus científicos, al menos que… ¿Cesare?