Facebook vs. la verdad de nuestras vidas
Así como reza el dicho de que “no todo lo que brilla es oro”, en Facebook y la mayoría de redes sociales no todo lo que prometen los usuarios y sus perfiles es verdad. Muchas veces un dibujo en lugar de una fotografía que identifique al contacto, un alias en lugar de un nombre o un currículum que se sostiene en la “Universidad de la vida” son señales reales de peligro. Son cosas con las que hemos aprendido a convivir en internet.
Desde hace 14 años y 8 meses, exactamente, Facebook empezó a transformar la vida y la forma de relacionarse de millones de personas alrededor del mundo. Claro que no nos olvidamos de los precursores como Hi5 o My Space, lejos de ellos Facebook supo distinguirse por su versatilidad y por ello sobrevive hasta el día de hoy.
Pero no hemos venido a hablar sobre la evolución de Facebook, sino a analizar cómo es que nosotros empezamos a tener una suerte de “esquizofrenia” entre la realidad de las redes sociales y nuestra vida diaria. Así nuestras reuniones, gustos y otros datos abandonaron la esfera privada y se convirtieron en parte de “lo que todos sabemos”: lo público.
Los niños nacidos en la primera década de los 2000 han sabido integrar las redes sociales a su vida, pero los no nativos pasaron todo un proceso de adaptación. Facebook, por ejemplo, inició su carrera en internet pidiendo datos básicos como “nombre”, “correo electrónico”, “género” y “fecha de nacimiento”. Luego fue fijando más y más datos de sus usuarios, quienes poco a poco los revelaron sin ninguna incomodidad rompiendo la barrera entre lo público y lo privado. Así, podías saber desde la comodidad de tu hogar si a tu vecino le gustaba Kim Kardashian por dar un simple “like” o “me gusta”.
Los “likes”, al igual que las ‘compartidas’, alimentan la base de información de Facebook y los creadores de contenidos. De esta manera la red social puede perfeccionar su algoritmo y mostrarte lo que tu versión de internet busca. Aquello que durante el siglo XX (y los anteriores) parecía estar oculto, hoy es de manejo público. Y esto es un comportamiento que en menos de 10 años se normalizó a nivel mundial.
Las esferas de lo público y lo privado estaban claramente divididas, hasta que la revolución de la información se hizo presente. En la antigua Grecia del siglo V a.C, según Georges Duby y Michelle Perrot en su libro de “Historia de las mujeres”, el mundo público era dominio masculino y el privado pertenecía a las mujeres. Por eso el hogar debía ser administrado por ellas y la política discutida por ellos. Roles que afortunadamente desde aquel entonces han ido cambiando hasta ser compartidos.
Ahora que todos y todas somos parte de la esfera pública, de cara a una sociedad que mayoritariamente usa redes sociales como Facebook, se puede ver que vivimos en una era de “panoptismo voluntario”. Un termino arrancado desde las entrañas de uno de los libros más importantes de Michael Foucault, “Vigilar y castigar”.
El panóptico es una estructura inteligente que sirve para que un sujeto vigile desde una torre a cientos de presos. Es un tipo de arquitectura ideada por el filósofo utilitarista Jeremy Bentahm, consta de una torre central desde dónde el guardián puede ver a todos los prisioneros sin que estos se sepan observados en sus celdas. Esta figura termina siendo sublimada por el autor francés y se convierte en un elemento que ejerce poder sobre el reo de forma permanente sin que este sea ejercido de forma directa todo el tiempo. El prisionero nunca sabe en qué momento se le vigila, pero se sabe visto. De este modo, se maximiza la capacidad de “ser visto” y disminuye la de “ver” de la mayoría, mientras se maximiza la capacidad de “vigilar” o “ver” de ese único vigía que detenta el poder sin ser visto por el mundo desde lo alto. Si aún no te lo imaginas, el panóptico es algo así como la prisión que vemos en “Guardianes de la Galaxia”.
Así, en internet pasamos de tímidos retratos a osados selfies en poco tiempo, nunca fue tan importante fotografiar tu desayuno o hacerle un casting a las papas fritas para compartirlo en Facebook, Instagram o la red social de moda. Todo pasa por el filtro de los smartphones y se vuelve público. Todo es “visto”, sin ningún tamiz que lo convierta en verdad y pasa a ser público.
De esta forma hay quienes indican que asistirán a una actividad a la cual nunca llegan. Así logramos ver eventos creados en Facebook con miles de personas asistiendo virtualmente, pero a la hora de la cita con suerte contamos más de 20 asistentes que lograron organizar su agenda. O también tenemos en esta misma red social airados debates sobre temas como “el aborto”, “la unión civil” o “la eutanasia” —por citar algunos— que nunca terminan y solo acumulan miles de comentarios. En este tipo de discusiones muchas veces los participantes hacen gala de su florido verbo, del uso de algunas bajezas y cuanta arma se le presente en frente, las ofensas vienen y van en la pantalla. Pero a la hora de confrontar a su adversario cara a cara —si es que tienen la suerte de compartir el mismo entorno físico— no se da la misma explosión. Es como si se tratara de sujetos totalmente distintos, como una suerte de Dr. Jekylls y Mr. Hydes conviviendo en sociedad.
Todos estos datos y fenómenos sociales en Facebook cuentan algo más sobre las personas que voluntariamente entregan su información a cambio de estar conectadas y realizar lo que Mark Zuckerberg denomina “hacer comunidad”. El panóptico es la red social, la estructura perfecta en la que nos dejamos vigilar obedientemente y el vigía en la torre es una minoría que actúa como Sauron, el ojo que todo lo ve en “El Señor de los Anillos” de Tolkien. Una realidad ya advertida por Aldous Huxley en “Un mundo feliz” (1932) y George Orwell en “1984″, escrita en 1949.
Sin embargo, estas interacciones se han ido volviendo cada vez más finas. Logrando poco a poco acoplar todo cuanto constituye la identidad de los usuarios de Facebook con su desempeño en la vida fuera de las pantallas. Es un proceso que aún se manifiesta cada día, mientras que tratamos de ser consecuentes con cuanto publicamos en las redes sociales y nuestro comportamiento diario. Una suerte de reality show en el que todos y todas participamos, mientras algunos mienten y otros filtran datos.