Para decir #NiUnaMenos hay que ser padres feministas
Probablemente estás leyendo este post porque eres padre o madre y no te consideras (ni quieres) ser feminista.
Tal vez piensas que las feministas somos un grupo de mujeres amargadas que no hemos aceptado que nuestro principal rol es ser madres. Quizá creas que el feminismo es lo contrario al machismo. Pero, ¿sabes realmente lo que significa?
Feminismo
Del fr. féminisme, y este del lat. femĭna ‘mujer’ e -isme ‘-ismo’.
1. m. Ideología que defiende que las mujeres deben tener los mismos derechos que los hombres.
Creo que, como padres, podemos convenir en que nos gustaría, que tanto nuestras hijas como nuestros hijos, tuviesen las mismas oportunidades en la vida. Sin embargo, ese no es el escenario que vivimos. Actualmente, el 76% de las personas analfabetas son mujeres, el 86% de víctimas de violencia familiar también y los ingresos económicos de las mujeres son 35% inferiores a los de los hombres.
Esto no se trata de una coincidencia, sino de un sistema que favorece a los hombres y que, tal vez sin darnos cuenta, muchas veces seguimos reforzando en nuestros hijos. ¿Le has dicho alguna vez a tu hijo que no llore, que sea valiente “como un hombrecito”? ¿Has justificado su violencia por crees que es una características del sexo masculino? ¿Le has dicho que no tenga miedo porque los verdaderos hombres no tienen miedo? Y, si tienes una hija, ¿has motivado también su valentía y falta de temor? O, por el contrario, ¿le has hecho sentir que debe verse siempre linda, pulcra y bien peinada?
Para mí, que soy madre de una niña, la importancia de ser padres feministas está en enseñarles a nuestras hijas que así hayan nacido en un país en el que, solo por ser mujeres, se encuentran en desventaja; ellas pueden ser todo lo que se propongan sin culpa, sin prejuicios, sin miedo.
La importancia de ser una mamá que cree en la igualdad, está en enseñarle a mi hija que no tiene, necesariamente, que “encajar”, que está bien si no le gusta lo mismo que a sus amigas, que no tiene que esforzarse por gustarle a los demás, que es normal que se despeine o que su ropa no esté siempre limpia. Que es maravilloso que se arriesgue y que se caiga, que no tiene que ser una princesa. Es más, que no debería querer ser una princesa.
Las princesas, de los cuentos de antaño, son perfectas. Actúan con cautela, siempre sonríen y se esfuerzan muchísimo por lucir bien. Las princesas, en su mayoría, son débiles y, frecuentemente, necesitan la ayuda de un hombre para lograr sus objetivos.
Existen incluso princesas, como Blanca Nieves o la Bella Durmiente, que son besadas sin haber dado su consentimiento. Que necesitaban ser besadas para despertar. ¿Es ese el tipo de modelo que quiero reforzar? Definitivamente no.
Lo que yo quiero, para mi hija, es que se sepa fuerte, valiente y poderosa. Que tenga plena consciencia de que ha venido a este mundo para ser feliz, para querer(se) y ser querida; para descubrir lo que la hace sentir viva, para hacer las cosas que la hacen crecer como persona, que la hacen sentirse libre. Que no necesita que un hombre la rescate; sino, si así lo decide, un compañero o compañera que la haga crecer y quien ella también impulse a ser mejor persona.
A mí no me tocó ser madre de un niño, pero a los que tienen esa gran responsabilidad, les diría que el feminismo también lucha por sus hijos. Para que sean como quieran ser sin ser penalizados, para que puedan salirse del prototipo de “macho” sin que los juzguen, para que sean empáticos, para que puedan decir lo que sienten.
Este sábado, Almudena y yo marchamos por todas las mujeres que han sido maltratadas, disminuidas o violentadas. Porque sabemos que no merecemos vivir temiendo a la sociedad o al hombre que tenemos al lado. Porque sabemos que nuestra voz es importante, igual de importante que las demás y es momento de hacernos escuchar. Fuerte y claro. Porque estamos unidas y vamos a demostrarlo.
Para quienes quieran asistir a la marcha, les dejo la ruta general que ya ha sido definida (líneas rojas) y el camino que haremos quienes vamos con niños, en flechitas amarillas.
Todas las voces cuentan.