¡Los colores son para todos! Y los juguetes también
Va a pasar, uno de estos días, que voy a llegar del trabajo a jugar con Almudena, vamos a tomar la leche y, progresivamente, vamos a ir bajando las revoluciones hasta que sea la hora del cuento, la hora de dormir. Luego, voy a salir del cuarto –si es que no me he quedado profunda e involuntariamente dormida- y voy a tratar de ordenar un poco la casa y revisar si ha llegado alguna notita del nido.
Al menos una vez en el mes, voy a encontrar un sobre que sacaré presurosamente del bolsillo de la lonchera. A veces, en el sobre habrá alguna comunicación de las profesoras, pero en muchas otras oportunidades encontraré una invitación de cumpleaños.
Las invitaciones, en la mayoría de casos, serán fáciles de reconocer: si el dibujito es de “Cars”, “Avengers” o “Mickey Mouse”, sabré rápidamente que se trata de un niño. Por otro lado, si la invitación es de color rosado, de las Barbies o de alguna princesa de Disney, caeré en cuenta de que es el cumpleaños de una niña.
Una vez que sepa el día del cumpleaños, tocará ir a comprar el regalo y, ya en la tienda, veré claramente la distinción entre los anaqueles de colores pasteles o brillantes a la izquierda, y los grises o azules a la derecha. Cuando esté en medio de esos dos pasillos, tal vez algún amable vendedor se acercará a preguntarme qué estoy buscando. Con una sonrisa, le responderé que trato de encontrar un regalo infantil. La siguiente pregunta, se cae de madura: “¿es para un niño o una niña?
Trataré de ser neutral en mis elecciones: plastilinas, plantillas para colorear, juegos de mesa… Todo para no parecer “la mamá loca”, porque claro ¿qué clase de mamá le compraría una muñeca a un niño?, ¿a quién se le ocurriría regalarle un hombre araña a una de las compañeras de Almudena? Habría que ser “un poco rara” para pensar que a un varón le interesan las batidoras o que a una mujercita le gustan los dinosaurios, ¿verdad?
Ese es solo el inicio de una gran cantidad de veces en las que, como padres o cuidadores de niños, tal vez inconscientemente, reforzamos en ellos estereotipos obsoletos. ¿Por qué nos parece raro ver a un niño jugar con una muñeca? ¿No podría estar queriendo imitar la figura de un papá que cuida a su hijo o hija? ¿Por qué sería raro que una niña juegue con carritos? ¿No nos gustaría que, en el futuro, tenga un carro que sepa manejar?
En nuestra casa se puede jugar con carros, muñecas, coches para pasear a las muñecas, carritos para hacer la compra, máscaras de superhéroes, herramientas de construcción, vestidos de princesas. En fin: las cosas que le llamen la atención a mi hija, que contribuyan a su aprendizaje y diversión, que no sean nocivas para su desarrollo y que ella elija en libertad.
Ha pasado, algunas veces, que Almu ha preferido ponerse una máscara de IronMan que un vestido de princesa; que ha elegido el color azul, en lugar del lila o que se le ha dado por pedirme que le lea “La vida de Henry Ford”, antes que “La Cenicienta”. Y, realmente, no me da miedo. Por aquí no estamos obsesionados con el mundo de los Ponies y, por el contario, cuando ella me cuenta que le tocó ese globo rosado porque “solo a los niños les daban los de color verde”, le digo que, para la próxima, si quiere uno verde lo diga fuerte: ¡Que los colores son para todos! Y los juguetes también.
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