Los señores del mar
Uno habita en las profundidades del mar. El otro, en las orillas.
Uno, arpón al cinto, va cazando peces bajo el agua. El otro, cuchillo en mano, va cocinándolos. Sus vidas, repletas de emocionantes aventuras, los han convertido en mito y leyenda de todo aquel que habite las playas del norte.
Armados hasta los dientes, no huya si los ve venir. Al contrario, acérquese y finja ser su amigo. Verá cómo todos los mares y cocinas norteñas se rendirán a sus pies.
Con ustedes, Ángel Mimbela y Pablo Córdova, los señores del mar.
Ángel lleva toda una vida buceando. Formado como escultor, cuenta que un día el mar lo llamó y lo dejó todo para ir junto a él. Dice que no cree en las sirenas y que las orcas, cuando pasan a su lado, solo lo miran con respeto.
Es el mismo respeto que muestran los pescadores cuando lo ven pasar. Incrédulos, se codean entre ellos diciéndose, ahí va ‘El buzo’ Mimbela.
Alguno por ahí se anima a decirle algo. “Usted es Mimbela, ¿no? ¿El que cazó el mero de 300 kilos?”. Él sonríe mirándome con orgullo. Lo han reconocido.
Pablo lleva toda una vida regalando alegrías, algo que resulta natural, viniendo de quien es cocinero y barman a la vez. Pero, en realidad, lo suyo es otra cosa. Su verdadero oficio es ser amigo de celebridades.
Llegado de Piura en 1953, cuenta que fue aquí, en este mágico Cabo Blanco, que conoció a Mercedes, su compañera de toda la vida. Y fue aquí, en esta playa de ola perfecta, donde inició ese camino al lado de Hemigways, Duponts, Dominguines, Chabelis y Sofías. Haber sido barman del mítico Cabo Blanco Fishing Club fue solo una casualidad, un medio para seguir su destino.
A la derecha, Ángel Mimbela. La izquierda, parado, su hermano Gregorio y, agachado, su padre Rosendo. La foto fue tomada en junio de 1972.
¿Trescientos kilos? ¿En serio, Ángel?, le pregunto. Su rostro se ilumina. Me cuenta que un mero para llegar a ese peso debe vivir mas de cien años. Que lo vio en una cueva escondido y que al comienzo no supo si disparar o huir. Sabía que si fallaba era hombre muerto. Que le apunto a la cien y no falló. Y que, si no le creía, tenía la foto para mostrármela. Y vaya que la tenía. Allí estaba el joven Mimbela, al lado de aquel inmenso animal, sin saber que esa batalla con el tiempo lo convertiría en el señor de las profundidades del mar.
Dile a Johnny Shuler que lo reto a un mano a mano de pisco sours, me dice don Pablo. Después de todo, solo él tiene la fórmula que logró tumbar al mismo Hemingway. Recuerda que, en aquellos tiempos, había cuatro hermosos yates que salían en busca del merlín. Que el récord mundial de este ilustre animal, que hoy está en veda total, se logró en estas playas.
¿No me creen? –pregunta-. Pues aquí esta la foto que lo confirma. Y allí estaba el joven Pablito, sin saber que su paso por el fishing club con el tiempo lo convertiría en el señor de las orillas del mar.
Y allí estaban los tres. Disfrutando del cebiche de mero de Mercedes, para muchos el mejor de estas tierras; disfrutando de la hermosa cocina, del hermoso paisaje, pero, sobre todo, de aquellos recuerdos que, por sus miradas, sospecho se resisten a aceptar que no volverán. Y es que, claro, si los señores del mar dicen que volverán, pues volverán.