La CIA, Osama Bin Laden y la polio
Todo comenzó la mañana del 11 de setiembre del 2001. Dos aviones son secuestrados y se estrellan contra los dos rascacielos del World Trade Center en el corazón de Manhattan, Nueva York. Un avión más se estrella contra el Pentágono y otro cae a tierra antes de llegar a su posible objetivo, la Casa Blanca. Es el atentado terrorista más grave que sufrió los Estados Unidos en toda su historia. Cerca de 3.000 personas perdieron la vida. El responsable es Osama Bin Laden, líder de la red yihadista Al-Qaeda. Un mes después, Geroge W. Bush da por inicio la incansable búsqueda y captura de este terrorista.
El 2 de mayo del 2011 —una década después— el presidente Barak Obama anuncia que la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (la CIA) había localizado y asesinado a Osama Bin Laden en un pequeño pueblo llamado Abottabad, al noreste de Pakistán.
Todo era felicidad. El más grande terrorista de los últimos tiempos había sido abatido por una tropa de élite norteamericana. Sin embargo, el 11 de julio de ese mismo año, varios medios de comunicación internacionales como The Guardian y The New York Times revelaron que un médico pakistaní llamado Shakeel Afridi había sido arrestado cerca a la frontera de Pakistán acusado de haber colaborado con el servicio de inteligencia de los Estados Unidos.
El Dr. Afridi, en coordinación con la CIA, habían realizado una falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B en Abottabad. El objetivo (que según fuentes internas, no funcionó) era obtener muestras de ADN de algún familiar de Osama mediante los restos de sangre que quedaban impregnados en las puntas de las jeringas. Los norteamericanos querían asegurarse que el líder de Al-Qaeda se encontraba en aquella lujosa casa de tres pisos antes de ejecutar el operativo. Lo demás es historia conocida.
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La poliomielitis —o simplemente polio— es una enfermedad causada por un virus que afecta al sistema nervioso central provocando graves parálisis en los niños. Hasta inicios de la década de 1950 no existía vacuna. Decenas de miles de niños eran infectados quedando paralíticos o discapacitados para el resto de sus vidas.
Una de las mayores rivalidades en la ciencia se da precisamente debido a la polio. Jonas Salk desarrolló la primera vacuna usando poliovirus muertos y, poco después, Albert Sabin hizo lo propio usando virus mutantes debilitados. Una diferencia importante era que la vacuna de Salk era inyectable mientras que la de Sabin se administraba por vía oral. La Fundación Nacional para la Parálisis Infantil, fundada en 1938 por el presidente Franklin Roosevelt, debía elegir entre una de ellas para iniciar una campaña.
Salk y Sabin creían que sus vacunas eran las más seguras. Se criticaban mutuamente llegando al punto de convertir la discusión ya en algo personal.
La fundación optó por la vacuna de Salk ya que usar virus muertos representaba una mayor seguridad. No obstante, la vacuna de Sabin era mucho más económica y, además, generaba inmunidad en el tracto digestivo de los vacunados.
A mediados de 1955, un grave incidente ocurrió en Estados Unidos. Los Laboratorios Cutter —encargados de la producción de la vacuna de Salk— no prepararon bien un lote: los virus seguían vivos. Cerca de 40.000 niños fueron infectados, más de 160 desarrollaron parálisis (51 debido a la vacuna y 113 por contagio) y al menos hubo una decena de muertos. El gobierno norteamericano minimizó el hecho y poco después se reinició el programa de vacunación.
En 1988 se inicia la campaña mundial para la erradicación de la polio. Desde entonces, el número de casos reportados bajó de 350.000 a tan solo 416 en el año 2013 (un 99% de reducción). Sin embargo, en lo que va del año ya se han reportado 84 casos, de los cuales 67 (el 80%) se dieron en Pakistán.
La falsa campaña de vacunación contra la hepatitis hecha por la CIA en el 2011 ha generado más desconfianza en la población pakistaní hasta llegar al punto de amenazar la erradicación de la polio para el año 2018, tal como la Organización Mundial de la Salud había estimado.
Los líderes talibanes que dominan algunas regiones de Pakistán han prohibido a la población vacunarse contra la polio porque consideran que es un complot de occidente para esterilizar a las niñas o para espiarlos tal como lo hicieron con Bin Laden. Y no solo eso, aldeanos en la frontera entre Afganistán y Pakistán han perseguido a los trabajadores que se encargan de llevar y administrar las vacunas. Los acusan de espías. En diciembre del 2012, nueve voluntarios fueron asesinados en Pakistán. Dos meses después, hombres armados mataron a otros diez en Nigeria. Y, en marzo de este año, un equipo de vacunación fue atacado con una bomba al noreste de Pakistán: once murieron y diez quedaron heridos.
El 16 de mayo pasado, la Casa Blanca anunció que la CIA ya no utilizará los programas de vacunación como un medio para el espionaje. Pero el daño ya estaba hecho. La ONU ha decidido suspender las actividades de vacunación contra la polio en Pakistán.
Lo cierto es que lo que hizo la CIA plantea un problema moral. Los médicos involucrados en la falsa campaña de vacunación rompieron el juramento hipocrático: “En cualquier casa donde entre, no llevaré otro objetivo que no sea el bien de los enfermos“.
Nunca más un presidente o agencia militar o de inteligencia debe utilizar una campaña médica o humanitaria para lograr sus objetivos. Los programas de salud pública deben ser políticamente neutrales.
El reto ahora es más grande. Se debe convencer nuevamente a estas comunidades de que la vacunación no es sólo beneficiosa, sino vital para los niños.
Vía The Lancet, IO9, Scientific American.