La pasión en el trabajo
Sin duda, la gente apasionada con lo que hace no es solo la más satisfecha, sino la que logra los mejores resultados. Esto es así en el deporte, en el arte y, por supuesto, en el trabajo. Sin embargo, es lamentable ver cómo la crisis económica, la desconfianza en el sistema y la limitada oferta laboral llevan a muchos a conformarse con tener un trabajo cualquiera, abandonando pasivamente sus sueños, sus metas y, lo que es peor, su lealtad a sí mismos.
También es cierto que muchas empresas retienen a sus empleados simplemente porque estos no tienen adónde ir. Y así, creen innecesario motivarlos, desarrollarlos, respetarlos o siquiera comprometerlos. En suma: olvidan el impacto de apasionar a su gente. Estas son empresas menos desarrolladas culturalmente que poco se preocupan por tener empleados satisfechos, creyéndolo un lujo innecesario, y limitando no solo el crecimiento de su gente, sino su propio desarrollo y el cumplimiento de sus metas de negocio. Estas organizaciones creen que la satisfacción y la pasión son componentes poco importantes del esfuerzo laboral, sin comprender que, justamente, la pasión por lo que uno hace es lo que genera los grandes aportes, las ideas innovadoras, y consigue esfuerzos y resultados extraordinarios.Muy lejos de las anteriores, las empresas exitosas en el Perú reconocen claramente que la única manera de lograr sus metas es a través de la satisfacción de sus clientes, y que esta satisfacción solo se da si sus empleados están satisfechos (“si el empleado sonríe, sonríe el cliente”).
Las organizaciones exitosas en el tiempo tienen políticas coherentes con sus valores, actúan de manera consistente con lo que predican y son verdaderamente respetuosas de su gente. Construyen un equipo humano que trabaja a gusto. Saben que buscar la satisfacción de los empleados no es una cuestión exclusivamente de dinero, sino que forma parte de una cultura empresarial que reconoce que el respeto es la base del éxito.
De otro lado, para aquellos que trabajamos, el reto es no abandonar jamás la búsqueda de la satisfacción en el trabajo, de la pasión por lo que hacemos. No conformarnos jamás por nada menos que hacer lo que nos mueve, lo que nos gusta realmente. Esa es la verdadera lealtad con uno mismo, la que nos hace sentir realizados, completos profesionalmente y con ganas de ir a la oficina cada día (bueno, casi cada día). Algunos tienen el privilegio de descubrir temprano su vocación, otros no debemos cejar hasta encontrarla. Aceptar menos es traicionar nuestra esencia, y solo nos conducirá a resultados mediocres y a vivir en un permanente estado de insatisfacción que ningún dinero en el mundo paga. La necesidad, las presiones externas o los paradigmas de éxito ajenos que muchos se imponen no son excusa suficiente para traicionar nuestro espíritu.
Años atrás un profesor en la universidad me enseñó que la felicidad profesional es amar lo que uno hace y que, además, te paguen por hacerlo.
Yo creo en apuntar a eso. ¡A nada menos!