¡No me quiero jubilar!
“¡No, señor, no me quiero jubilar! ¿Qué va a ser de mí, qué voy a hacer todo el día, aburrido, sin nada que hacer? Estoy todavía fuerte, aún puedo hacer mucho por la empresa. No me mande a mi casa, por favor…”.
¿Le suena familiar? Para muchos, jubilarse es casi sinónimo de morirse. Es el final de la vida productiva, de pertenecer a una comunidad. Sucede que quienes hemos trabajado con intensidad muchos años, acostumbrados a la adrenalina de los retos, a las demandas por nuestro conocimiento y decisiones, al placer del logro y de la contribución, difícilmente nos adaptamos a vivir de otra manera.
Sin embargo, debemos reconocer que también soñamos con jubilarnos. Es más, fantaseamos con aquel día en el que ya no tengamos que salir temprano de la cama, cuando podamos hacer lo que queramos sin que nos falte tiempo y no tengamos estrés. Cuando podamos viajar, leer, estudiar o estar con la familia. Resulta contradictorio, pero la jubilación despierta tanto temores profundos como fantasías irreales. Por ello es fundamental ver la jubilación en su dimensión real y sacar de nuestra mente un error clave: pensar que lo único importante para jubilarnos de manera gratificante es tener el dinero suficiente en nuestro fondo de jubilación. Así, muchos, sin preparación alguna, esperan que sus sueños de un retiro idílico pasen en automático solamente porque ya no tienen que ir a trabajar.
En el Perú, todo el énfasis de la jubilación se pone en el lado económico y se deja de lado la parte humana de este gran cambio de vida. Se olvida que el trabajo nos define, nos da identidad y una razón de ser. También seguridad personal (y económica por supuesto) y un sentido de pertenencia a una comunidad. Nos da poder, definido como la capacidad de hacer cosas, aprender y aportar, y de ser parte de un proyecto mayor que uno mismo.
Hoy, como parte de su responsabilidad social, algunas empresas empiezan a apoyar a sus trabajadores a planificar y preparar esta etapa cada vez más larga de la vida humana. Es la última colaboración para quienes aportaron lealmente hasta el final de sus días laborales. Así, de la mano de especialistas, los ayudan a desarrollar planes que los lleven a continuar trabajando, con lucro o sin él, en actividades afines a sus intereses, a desarrollar negocios propios, actividades voluntarias, a tomar cursos para aprender nuevas habilidades y continuar siendo productivos para ellos y sus familiares y dejar un legado aun mayor.
Con este soporte las personas aprenden a lidiar con el enorme estrés de la jubilación, a manejar los cambiantes estados de ánimo, las muchas experiencias nuevas y, sobre todo, a planificar los múltiples cambios de roles personales y familiares que enfrentarán en esta etapa para convertirla en un período positivo, enriquecedor y productivo para sí mismas, sus familias y sus comunidades.
Jubilarse es un proceso complejo. La pregunta clave es: ¿Cómo quiero vivir mis siguientes 20 o 30 años de vida? Por ello, así como estudiamos entre 12 y 20 años para proyectarnos para 35 años de vida laboral, los expertos recomiendan preparar la jubilación, cuando menos, con entre 1 y 2 años de anticipación. Esto ayuda a manejar mejor la ansiedad de la transición hacia la jubilación y mantiene a las personas productivas durante los últimos meses en su empleo y hace toda la diferencia para que los siguientes años de su vida sean un período rico, productivo y satisfactorio. ¿Suena lejos? ¡Llega rápido!