Devoción y gastronomía en el mes morado
La imagen más venerada del catolicismo nacional, el Señor de los Milagros, va acompañada por los potajes tradicionales en su recorrido por las calles de Lima.Hace muchos años que no asistía a la procesión del Señor de los Milagros. La última vez que lo hice fue cuando estaba en el colegio, imagínense el tiempo transcurrido. Este año, gracias a una cordial invitación de mi amigo Wito, quien es miembro de la cuadrilla N° 5, pude vivir esta impresionante experiencia. Debo decirles que una cosa es ver las imágenes por televisión y otra presenciar, sentir la energía del enorme mar humano que avanza acompañando la imagen del Cristo Morado, así como apreciar todo el despliegue que se desarrolla alrededor.
Impacta el esfuerzo casi sobrehumano que realizan los hermanos cargadores. Deben llevar la preciada carga –pesa cientos de kilos– a la perfección, pues una falla podría ocasionar un traspié con la consecuente tragedia. Cada tramo, se cargan y descargan del anda enormes ramos de flores, cirios y velas bellamente talladas, ante la devota mirada de los concurrentes.
En mi caminar hacia el encuentro (el lugar previsto era la entrada del hospital nacional San Bartolomé) observé la tradición culinaria que se desplaza con la procesión: anticucheras, vendedores de turrón de doña Pepa de distintas marcas, tamales, el sanguito que cada vez se ve menos, infinidad de golosinas… También carretillas con tallarines rojos, arroz con pollo y todos los platos que se puedan imaginar.
De regreso a casa fue imposible no detenerse en la sanguchería El Chinito, ubicada en la esquina del Jr. Chancay con Zepita. La cola de clientes era enorme y daba la vuelta a la esquina. Conversando con mi querido amigo Félix Yong, me enteré de que ese día el movimiento había empezado desde muy temprano. A las 6 de la mañana ya estaba todo listo para recibir a los peregrinos y hermanos cargadores que se acercan a renovar fuerzas. El ritmo continuaría así hasta la 1 de la madrugada, hora en que el anda regresa al templo de las Nazarenas.
Otra actividad que, con el tiempo, se ha vuelto parte de la tradición, es el desayuno especial que comparte la directiva de las distintas cuadrillas de la hermandad. Todos reunidos alrededor de la mesa disfrutan de un buen café pasado, los contundentes panes con chicharrón y camote frito bien provistos con la crujiente salsa de cebolla.