Un viaje por el Río Dulce
El nombre Río Dulce es compartido por dos lugares. El primero es un horrible y bullicioso pueblo Guatemalteco antiguamente conocido como Fronteras, situado al norte de un puente de casi un kilómetro de longitud. El segundo es un hermoso y apacible río (y el Parque Nacional establecido en sus inmediaciones) que recorre 43 kilómetros de selva y desfiladeros antes de desembocar en el Mar Caribe. Consideremos que el primero es un mal necesario para llegar al segundo. Relajarse un par de días en Río Dulce resultaba una buena apuesta después de pasar tres días de viaje intenso cruzando dos fronteras internacionales y escuchando largas y pesadas, aunque a veces cómicas, prédicas de pastores evangélicos itinerantes.
El autobús nos dejó en la parte norte del larguísimo puente. Allí consultamos con varios agentes locales para organizar nuestros próximos días. Existen varios hoteles rústicos a un corto viaje en bote de Río Dulce. La primera noche nos quedamos en el Hotel Kangaroo , un simpático albergue de cabañas de madera administrado por una pareja australiano-mexicana. La cercanía del hotel al pueblo, a unos cuantos minutos en lancha de Rio Dulce pueblo, nos permitió poder tener un poco de tranquilidad la misma noche en que llegamos.
Al día siguiente nos vino a recoger el bote que nos llevaría a nuestro hogar por las próximas dos noches, pero antes el bote se acercó al Castillo San Felipe de Lara, una fortaleza española del siglo XVII situado en donde termina el Lago Izabal y donde comienza el Río Dulce.
El Río Dulce es considerado como el lugar más seguro en la zona del Caribe para anclar botes durante la temporada de huracanes, por lo que muchísimos extranjeros recorren el tramo de 42 km que separa el Lago Izabal del Caribe para guardar sus botes en seguridad. Si bien el pueblo de Río Dulce es bastante feo, en sus alrededores existen varias casas de lujo a donde la elite de Ciudad de Guatemala viene a descansar.
Navegando hacia el Noreste del pueblo el río se ensancha y el bote pasó por el medio de una zona poblada de nenúfares.
Después de 45 minutos llegamos a La Finca Tatín, un albergue ecológico construido en el medio de la selva y al lado de un ramal del río Dulce por el argentino Carlos Simonini. Allí pudimos descansar, hacer caminatas por la selva, hacer kayak y nadar en el río.
Si bien las distancias en tiempo no son tan largas, el costo de la gasolina hace que un viaje a lo largo del río sea bastante caro. Aprovechamos que era día de compras y de que iban a recoger a unos turistas, para viajar al pueblo de Livingston, a unos 20 minutos del hotel. En el camino el río se estrecha y navegamos entre desfiladeros de piedra caliza cubiertos por selva.
El río desemboca en el Mar Caribe donde se ven varios barcos pesqueros.
Livingston es un pueblo bastante particular ya que no puede accederse por vía terrestre, sino únicamente por vía marítima desde la ciudad de Puerto Barrios o por vía fluvial desde Rio Dulce.
Llegando a Livingston uno podría creer haber salido de Guatemala para aterrizar en un pueblo de anglo caribeño. La mayor parte de sus habitantes son Garifunas, descendientes de esclavos africanos e indígenas del caríbe y llegaron a Livingston deportados de las islas inglesas por haber participado en rebeliones anticolonialistas.
La mayor parte de los ciudadanos habla tanto español como un inglés criollo con marcado acento a lo “reggae”.
Una parte de la población es de origen Maya.
El bote del hotel nos devolvió a la Finca Tatín.
Una lancha colectiva más grande nos llevó de vuelta al Río Dulce Pueblo, donde tomamos un largo autobús hacia Flores para visitar los impresionantes vestigios Mayas de Yaxhá y Tikal.
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