Quince horas en Dubái
Volviendo de mis vacaciones en Vietnam, en enero me tocó una escala de 15 horas en el aeropuerto de Dubái. Si bien iba preparado para matar el tiempo con suficientes libros metidos en mi Kindle como para pasar un buen rato encerrado en el aeropuerto, decidí aventurarme a conocer aunque sea un poquito la ciudad. Justo unos días antes le había comprado una guía de Dubái a un vendedor ambulante en Saigón.
Mi vuelo llegó al aeropuerto de Dubái poco antes de la 1 a.m. Pensaba encontrar una silla larga donde echarme a dormir inmediatamente saliendo del avión, pero terminé ayudando a una chica argentina que viajaba sola con sus dos bebes a cargarle uno de ellos por los interminables pasillos del aeropuerto. Con algo de suerte encontré una silla larga libre y me eché a dormir por cinco horas. Antes de poder salir a explorar la ciudad tenía un pequeño obstáculo: la cola para la inmigración.
En los países del Golfo, la mayor parte de la mano de obra es extranjera, pero los trabajos del gobierno, como el de los agentes de inmigración, sí los hacen los locales. Considerando que la población autóctona minoritaria está acostumbrada recibir muchas gollerías y las autoridades están tratando de crear una cultura de trabajo en esta población, digamos que no resulta una fuerza laboral particularmente motivada. Me tardó una hora de cola llegar hasta el antipatiquísimo agente de inmigración que ni siquiera me contesto mi “Salam Aleikum” y que alternaba sus tareas administrativas con largas platicas a colegas suyos dando vueltas sin objetivo aparente.
Unas escaleras mecánicas te llevan del terminal a la estación de metro. Por 14 dírhams (poco menos de 4 dólares) compré una tarjeta válida para todos los trayectos de metro durante 24 horas. Antes de abordar el tren tuve la oportunidad de observar una situación bastante irónica: un visitante árabe le pedía información a la chica que vendía los tickets del metro, pero ella no le podía contestar porque no hablaba árabe, y como el señor no hablaba inglés se fue refunfuñando sin haber recibido la información que buscaba.
La infraestructura del sistema del metro es simplemente impresionante. La mayor parte de su recorrido lo hace elevado como el tren eléctrico de Lima. Las estaciones son modernas, limpias y elegantes. Hay vagones de clase “oro” y hay vagones destinados únicamente a las mujeres y a los niños. El aeropuerto se sitúa a unos 15 minutos del centro de la ciudad sobre la misma línea roja. Los trenes son automáticos y cuentan con grandes ventanales que te permiten apreciar el paisaje urbano.
La línea de metro pasa en el medio del Sheik Zayed Road, la principal arteria de la ciudad. Dado que hay poca cabida para los peatones en esta avenida-autopista, el metro te proporciona el mejor punto para admirar la arquitectura del centro.
No sabía muy bien dónde bajarme, así que decidí por la estación de Business Bay, desde donde podía llegar al pie del edificio más alto del mundo, el Burj Khalifa. Al salir me encontré con algunos arenales rodeados de edificios en construcción. Pocas personas caminando por el medio de la elegante desolación urbana.
Caminé entre magníficos edificios de arquitectura imaginativa y original.
Caminando me crucé con un hombre de origen indio. Me comenzó a hablar comenzando con las típicas preguntas:
– What is your good name? –
– What is your good country? –
Estaba esperando que vinieran a recogerlo par air a trabajar. Tenía un negocio vendiendo comida desde una camioneta a trabajadores de la construcción. Me contó que su negocio era técnicamente ilegal pero que así se ganaba la vida. Con las mismas, llego la camioneta, se despidió y se fue.
Unas cuadras más allá, unos obreros (también indios) trabajaban en una obra. Estaban felices de ser fotografiados. No tengo idea cuáles eran sus condiciones de vida. No quise preguntarles, pero no pude evitar pensar en los artículos y reportajes que hablan de las duras condiciones de vida de la mano de obra importada para trabajar en la construcción: prohibición de traer a sus familias, pasaportes confiscados durante el período de estadía, viviendas superpobladas. Esta es la otra cara de la prosperidad de la ciudad. Sin embargo a pesar de las duras condiciones de vida, estos obreros consiguen ahorrar más de lo que pueden esperar en su país y así poder financiar una mejor vida para sus hijos.
En fin, me acerqué al Burj Khalifa. Con 830 metros de altura, es el edificio más alto del mundo. Costó más de 1.500 millones de dólares y comprende un hotel, oficinas y departamentos.
Alrededor del edificio se encuentra un parque y una enorme piscina con fuentes. Un lugar agradable para descansar o para correr.
Caminando un poco más llegué al Mall of Dubai. Tuve que entrar por el estacionamiento porque no encontré otra entrada exterior para peatones. (No son muchas las personas que caminan en la calle aquí).
Una pasarela conecta el mall al metro donde entré para salir en el barrio de Deira y ver otro mundo.
El barrio de Deira es la cara más humana de Dubái. Aquí si se ve a la gente caminando por las calles, y estas están interconectadas entre sí por pasajes peatonales.
Los edificios están algo venidos a menos, las calles están repletas de todo tipo de comercios y están habitadas por la mano de obra importada de Asia o África y mayoritariamente masculina.
En cada esquina me saludaba la gente con salams y una sonrisa. Varios me querían invitar a comer o a tomar té.
Pude haber pasado varias horas recorriendo estas calles y observando a la gente, pero mi largo trasbordo llegaba a su fin y tuve que tomar el metro de vuelta para dirigirme al aeropuerto.
¿Cuáles son los trasbordos más largos u originales que han tenido?