Perú, 23 años después
Acabo de pasar un mes viajando por el Perú con mi pareja extranjera. Aparte de pasar casi una semana en Lima entre la llegada y la partida, hicimos un recorrido turístico clásico por los departamentos de Cusco, Puno, Madre de Dios y Arequipa, pero también visitamos lugares menos concurridos como el departamento de Apurímac, el complejo arqueológico de Choquequirao, y la península de Capachica.
Viajar por tu país -aunque no vivas en él hace mucho tiempo- puede traer una serie de impresiones muy fuertes ya que de alguna manera te sientes como un turista de una vida que ya no es la tuya. De una manera u otra también sientes más lo que ves, ya sea bueno y malo; con mayor razón si compartes el viaje con un extranjero que te va dando sus impresiones.
El Perú que encontré durante este viaje es muy diferente al que dejé en marzo de 1989 a la edad de 14 años. Aunque haya vuelto seis veces desde entonces, los cambios que veo en el país cada vez que regreso nunca dejan de sorprenderme. El clima de pesimismo que reinaba en 1989 ha dado paso a un optimismo que se respira en el ambiente a pesar de los problemas que persisten.
Comencemos por Lima. En 23 años el tráfico se ha cuadruplicado, aunque si bien sigue siendo muy caótico, comienzan a verse varias mejoras. Hice el recorrido entre Miraflores y el centro de Lima tres veces en el Metropolitano. Pude ver el metro de Lima llegando a la estación de La Cultura desde lejos mientras la combi donde viajaba estaba estancada en la Javier Prado. ¡Qué orgullo! Tardó más de veinte años, pero finalmente Lima tiene una línea de metro, aunque se necesiten por lo menos cinco líneas más para poder agilizar el tránsito. No deja de darme un sentimiento de tristeza el ver que calles que antes eran residenciales se han vuelto comerciales y el hecho de que muchas de las casas que poblaban los barrios de mi niñez ahora solo existan en mis recuerdos porque fueron remplazadas por edificios de diez o quince pisos.
Durante los últimos años he leído reportes de cómo la pobreza en el Perú se ha reducido en los últimos veinte años y de cómo más peruanos pertenecen hoy a la clase media. Este hecho es visible para el viajero al observar el nivel de consumo en las zonas urbanas de todo el país en tiendas de ropa, electrónicas o en pollerías. Es increíble el gran número de pollerías que se pueden ver en nuestras ciudades. Quizás un indicador del nivel de desarrollo de un pueblo sea la presencia de una pollería. Una anécdota pollera: en el valle del Colca tomamos una combi desde Chivay hasta el pueblo de Maca con la idea de dormir en el pueblo de Pinchollo. Como no había transporte a esa hora comenzamos a caminar los diez kilómetros hasta Pinchollo. Un señor que se ocupa de recolectar la leche de los productores en su vieja camioneta nos recogió y nos hizo avanzar unos seis kilómetros. Eventualmente pasó un bus y decidimos ir hasta Cabanaconde y no hasta Pinchollo porque teníamos ganas de un buen pollo y nos dijeron que en Pinchollo aun no había una pollería.
Ambos quedamos bastante sorprendidos por el precio de la ropa. Recuerdo los tiempos en que viajaba al Perú con las maletas casi vacías y estas volvían llenas de ropa de buena calidad y a un precio económico. Esta vez encontramos que la ropa en una tienda media era por lo menos dos veces más cara que en una tienda media en Francia para ropa de peor calidad. Sin embargo la gente compra, aunque muchas veces lo hagan a plazos y se endeuden para adquirir una prenda que puede significar la tercera parte de su sueldo.
El enriquecimiento de nuestro país también es visible en el gran número de obras que hay por todas las localidades por las que viajamos. Trabajos en carreteras, calles, escuelas, plazas y edificios públicos. Inversión en infraestructuras. Si bien este crecimiento es un signo de que el Perú está avanzando, nuestro país crece muchas veces de forma desordenada y creo que sería necesario imponer políticas para encausar mejor los resultados.
Una de los temas que más me preocupa es nuestro patrimonio arquitectónico como ya lo había señalado en una entrada anterior. El enriquecimiento de la población conlleva a que la gente agrande sus inmuebles, o reemplace los existentes por nuevos. Esto ha ocasionado que nuestros pueblos y ciudades sean desfigurados por construcciones nuevas que carecen de los más mínimos elementos de estética y arquitectura. Desgraciadamente, este tipo de construcciones son más la norma que la excepción. Implementar soluciones para este problema no es fácil. Sería necesario que los gobiernos regionales y municipales impongan políticas de urbanismo y arquitectura, incluyendo número máximo de pisos, tipo y tamaño de ventanas permitidas, detalles arquitectónicos obligatorios tales como balcones o techos de dos aguas y la obligación de que las fachadas de los inmuebles sean terminados y no quede al descubierto el ladrillo bruto. Es verdad que somos un país donde la construcción tiende a ser hecha informalmente y sin mayores reglas, pero si no se imponen políticas arquitectónicas y urbanísticas ahora que estamos en pleno crecimiento, ¿entonces cuando? Este tipo de reglamentaciones ya existen en el Centro Histórico del Cusco. Para empezar se podrían implementar reglas similares en los centros de nuestros pueblos y ciudades, aunque creo que también sería importante reglamentar el desarrollo de las periferias para garantizarle a nuestros nietos un hábitat mas agradable.
Otro tema que me preocupa mucho es la gestión de la basura. La escena se repite en paradas de combi y ómnibus de todo el país. Cientos de pasajeros compran una botella de agua o gaseosa antes de subirse a su vehículo y al terminarla la tiran por la ventana. Lo mismo pasa con bolsas de plástico, papeles y otras cosas. Por un lado es urgente lanzar una campaña nacional de educación para concientizar a la gente para que no tire desechos, sobretodo no orgánicos. Pero por otro lado, tampoco existe una política con respecto a la gestión de la basura. Se recicla muy poco en el Perú, y la mayor parte de la basura termina en rellenos sanitarios a las afueras de nuestros pueblos y ciudades. De poco sirve educar a la gente para que no tire la basura en el campo o en la calle si la misma municipalidad tira la basura que recogen en un descampado a la vista de todos los pobladores.
Durante este viaje me he quedado espantado al ver cómo aún zonas naturalmente frágiles están siendo invadidas por la epidemia del plástico. Una manera de controlar este tema sería implementando un depósito de S/.1.50 por cada botella de plástico comprada a ser reembolsado únicamente al devolver la botella o al comerciante o a un centro de reciclaje de botellas. También podría explorarse la opción de prohibir la fabricación y utilización de bolsas de plástico en todo el territorio nacional como ya lo hace Ruanda, por ejemplo. Estas dos medidas unidas a la educación ayudarían a preservar la belleza natural de nuestro país tanto para nuestras futuras generaciones como para los turistas que vengan a visitarnos.
Estas son solo algunas de las impresiones que me llevé durante el viaje. Sé que no entran en el marco de lo que suelo escribir, pero me pareció importante compartirlas con ustedes ya que forman parte de la experiencia del viaje. Les prometo que más adelante compartiré con ustedes los diferentes destinos que visitamos durante nuestro recorrido y quién sabe algunas otras impresiones.
Los dejo con una foto tomada en Barranco con algunos de los lectores de Cinco Continentes.
También con un video de Phil Collins que sonaba justo antes de irme del Perú y que resume el sentimiento de nostalgia que uno puede tener al mudarse de un país a otro.