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“Margarita, está linda la mar, / y el viento, lleva esencia sutil de azahar; / yo siento en el alma una alondra cantar; / tu acento: Margarita, / te voy a contar un cuento:
Esto era un rey que tenía un palacio de diamantes, / una tienda hecha de día y un rebaño de elefantes, / un kiosko de malaquita, un gran manto de tisú, / y una gentil princesita, tan bonita, / Margarita, tan bonita, como tú (…)”.
El relato de este cuento en verso “A Margarita Debayle” es el de una niña, una princesa, que por llevarse una estrella del cielo y ponérsela como un prendedor es reprendida por su padre, el rey. Ante el inminente castigo paterno, Jesús aparece y le dice al rey que es un regalo de él a la pequeña, y todo vuelve a ser armonía y paz. El cuento fue un regalo del poeta Rubén Darío (1867-1916) a su pequeña musa, a la que siempre recordaría como uno recuerda el movimiento del mar.
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El cuento titulado justamente “A Margarita Debayle” es una maravilla de la literatura hispanoamericana. Es uno de los nueve poemas que el vate nicaragüense escribió en su tierra natal, entre noviembre de 1907 y abril de 1908. El cuento-poema, compuesto en la paradisiaca Bahía de Corinto, en la Isla del Cardón, el 20 de marzo de 1908 (se publicó en España en noviembre de ese año), tenía un destino personal: destacar la imaginación y ternura infantil de Margarita Debayle (León, 1900 - Lima, 1983), entonces una niña de 8 años, hija de un amigo suyo.
No era una Margarita de ficción o soñada por la que el poeta escribió esa historia tierna, breve y lúdica. Esa Margarita era de carne y hueso, y vivió entre los peruanos, por algún tiempo, muchos años después de publicado el poema. Esa mujer anduvo señorialmente entre las habitaciones de la embajada de Nicaragua en Lima. Pasaron 38 años, desde ese mágico 1908, y entonces “Margarita, está linda la mar” se hizo cuerpo y espíritu entre nosotros.
Un decidido reportero de El Comercio se aventuró a buscarla en ese invierno de 1946 y la encontró, como quien encuentra una joya en la selva de cemento. Era la “gentil princesita” del poema-cuento o cuento-poema, que vivía en la residencia de la embajada del país centroamericano.
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Para junio de 1946, durante el gobierno de José Luis Bustamante y Rivero, la señora Margarita Debayle de Pallais, hija del “médico sabio” nicaragüense Louis Henri Debayle (¿el rey del cuento en verso?), apareció por azares de la diplomacia en la capital peruana. Ella provenía por el lado materno de una de las familias de origen aristocrático más adineradas de su país.
Margarita, algo alejada de la política, o al menos no tan involucrada como el resto de su familia, había traído al Perú, bien guardados en un álbum enjoyado, los versos autografiados del gran poeta modernista; eran los versos rubendarianos de esa Margarita, está linda la mar en manuscrito. Un tesoro para esa dama de sociedad de 46 años de edad.
Margarita Debayle era la esposa del ministro plenipotenciario nicaragüense en el Perú, Noel Ernesto Pallais. La hermosa casona estaba en San Isidro, frente al Parque Moreyra, y el aire que se respiraba era de exquisita finura y sensibilidad. Ellos sabían el motivo de la visita, al menos lo intuían.
Entonces el reportero escuchó la voz suave de Margarita, esa voz que había sido capaz de conmover a un poeta, y no pudo esperar demasiado tiempo para preguntar por el álbum con los versos de Rubén Darío. Ella lo trajo solemne, delicada y con la memoria del poeta en el corazón que latía a cien por hora.
El cronista lo describió así: “Es un libro pequeño, con cierre de metal. Las pastas son de cuero oscuro con finas listas de oro en las tapas. Y en la primera página, de grueso papel amarillento, se puede leer el título, que es a la vez una dedicatoria. ‘A Margarita Debayle” y la primera estrofa y parte de la segunda del poema, que despliega sus rimas hasta la séptima, donde aparece la firma de ‘Rubén Darío’ y la fecha: 1908 (…)”.
Ese año de 1908 fue el del regreso del poeta a su tierra tras una larga estancia europea. Con la madurez de sus 40 años escribió esos versos paternales a la hija de su amigo en un lugar paradisiaco de Nicaragua. La señora Margarita recordaba en la entrevista que, por aquellos días, vivió un corto tiempo en una casa hermosa, propiedad del entonces presidente José Santos Zelaya, en la Isla del Cardón, en Nicaragua, lugar al que el poeta fue invitado y donde se sentía como un rey.
En ese ambiente exuberante y acogedor, repleto de atenciones y engreimientos, nacieron los primeros versos rubendarianos para Margarita. Y quizás los terminó tras un banquete que el padre de la musa dio al poeta ya en la ciudad de León, donde tenían su casa.
Margarita Debayle confesó a El Comercio que ese álbum, donde guardaba los poemas, lo tuvo consigo hasta 1920, pero luego lo perdió durante 20 años. Con un poco de memoria, Debayle llegó a contar algo que involucraba al Perú. “Recuerdo las circunstancias de esa pérdida: había llegado a Nicaragua, José Santos Chocano, quien pidió a mi padre el álbum para escribir en él un poema titulado ‘Heráldica’, según creo, no publicado”.
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No lo dijo, pero quedó en el aire que en esa desaparición tuvo que ver algo el poeta peruano, admirador acérrimo del nicaragüense. El periodista pudo ver algunos poemas de Santos Chocano, muy cerca del poema rubendariano, y escuchó también la historia de Margarita sobre el álbum que se había paseado por círculos y peñas literarias, y hasta soportó un allanamiento policial que terminó requisando el valioso volumen. Pero el álbum volvió a sus manos. Era su destino que se quedara con ella.
“¿Cómo lo recuperó, señora?”, interrumpió el cronista. Ella contó que se lo devolvió un poeta amigo, pero todo fue muy extraño y secreto. “Recobré el álbum, después de más de 20 años, en un aniversario de la muerte de Rubén Darío”, dijo la buena señora, como toda una primicia de su momento. Porque volver a tener consigo ese álbum fue como recobrar parte de su vida, de su infancia, de su imaginación voladora y soñadora, esa que le enseñó a sentir el poeta admirado por todo el continente americano.
EL FINAL DE UNA MUJER INSPIRADORA
Margarita Debayle de Pallais vivía entonces rodeada de objetos que le hacían recordar al gran poeta de su tierra. Un ejemplo: la foto de Rubén Darío que este le regaló firmado en 1915 (un año antes de su muerte), con una hermosa dedicatoria: “Por tu padre, que me quiso mucho; por tu madre, que me ofrendó su noble cariño; por tu ciencia y mi poesía, guarda este retrato para que lo dejes a tus hijos”.
En el último año de su vida, Rubén Darío le escribió muchas cartas y se las enviaba desde Nicaragua al colegio “Mount St. Joseph”, en Estados Unidos, donde Margarita estudiaba. Era como si el gran artista presintiera su muerte y lo invadiera una ansiedad por ser recordado. Lo que más temía Rubén Darío era el olvido. Por eso insistió tanto en dejar a las personas especiales para él, una constancia de su atención y dedicación.
Incluso el mismo cuento en verso “A Margarita Debayle” terminaba con esa idea, pues en sus líneas finales evidenciaba ese clamor por el recuerdo permanente de la niña: “Ya que lejos de mí vas a estar, / guarda, niña, un gentil pensamiento / al que un día te quiso contar / un cuento”.
Luego de la instauración en Nicaragua del gobierno sandinista en 1979, Margarita, tía directa del dictador Anastasio Somoza Debayle (era hijo de su hermana), viajó a Miami (EE.UU.), y luego recaló de nuevo, tras más de tres décadas, en Lima, ciudad donde vivió sus últimos años. Margarita Debayle de Pallais falleció en diciembre de 1983 entre nosotros, en esta ciudad entre gris y luminosa, donde El Comercio la había entrevistado a mediados de 1946.
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