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El emperador del Japón, Hirohito, había asumido a los 25 años de edad el trono de su país, tras la muerte de su padre, el emperador Taisho. De esta forma, el 25 de diciembre de 1926 inauguró una nueva era denominada ‘Showa’ (‘Armonía ilustrada’). Hirohito tenía tres hermanos menores: el príncipe Chichibu (Yasuhito), nacido en 1902; el príncipe Takamatsu (Nobuhito), en 1905; y el menor de todos, el príncipe Mikasa (Takahito), quien nació el 2 de diciembre de 1915.
Takahito Mikasa había recibido el título imperial de “Príncipe Mikasa” en 1935. Y así llegó al Perú, en visita oficial, el miércoles 25 de junio de 1958. Lo acompañó su esposa, la princesa Mikasa (Yuriko Takagi, hija del vizconde Masanaru Takagi), y cinco altos funcionarios del Gobierno, que formaban su pequeña comitiva. Venían de Brasil, donde ‘Su Alteza Imperial’ y su esposa habían roto el protocolo el último día para ir de compras a unas tiendas de Sao Paulo.
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No había duda de que el ilustre visitante, un diplomático nato, era el hermano intelectual, humanista y afable que exhibía el imperio japonés de esos años. Mikasa y su comitiva permanecieron en el Perú durante 11 días, y fue una de las más largas visitas de personajes de la nobleza en nuestro territorio.
Su arribo minutos después de las 7 de la noche, de aquel 25 de junio de 1958, nos hizo recordar que el Perú fue una de las primeras naciones hispanoamericanas en acreditar una misión diplomática en Tokio, la cual fue encabezada por el Contralmirante Aurelio García y García, entre 1873 y 1874.
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El príncipe Mikasa era un notable conferencista universitario, especializado en estudios orientales; como todo miembro de la nobleza japonesa, tenía una formación militar que supo complementarla desde muy temprano con una sólida educación humanista. Poseía un gran interés por la historia, las artes y las culturas antiguas.
El noble japonés había comentado días antes de su llegaba al Perú, que venía aquí por estar muy interesado en la “historia cultural del país”. Por eso no se conformó con el oropel y las citas palaciegas en Lima, sino que pidió con anticipación que primero le programaran el viaje al Cusco, la cuna de la civilización inca, y luego en Lima sea prioridad las visitas a museos y templos, y hasta una excursión al complejo arqueológico de Pachacámac, al sur de la capital.
El elegante aeropuerto de Limatambo recibió al príncipe japonés, quien repitió que venía al Perú “en misión cultural, diplomática y de buena voluntad”. La comitiva de recepción estuvo encabezada por el ministro de Relaciones Exteriores, el doctor Raúl Porras Barrenechea, y el presidente del Consejo de Ministros, Luis Gallo Porras.
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Las autoridades peruanas, a pedido del príncipe Mikasa, habían programado el vuelo a Cusco para el día siguiente, el jueves 26 de junio de 1958, a muy temprana hora. Solo a su regreso se reuniría con las autoridades de todo tipo, incluidos el alcalde de Lima y el presidente de la República.
Los miembros de la colonia japonesa en el país asistieron al aeropuerto masivamente, ocupando el recordado “balcón de Córpac” y los amplios espacios del hall. Muchos de ellos eran miembros de la Asociación Cultural Peruano Japonesa (ACPJ), cuyo presidente era el doctor Aurelio Miró Quesada Sosa.
El príncipe Mikasa tenía entonces tres cargos adicionales: era presidente de la Asociación Japonesa de Recreación, desde 1951; presidente del Instituto Académico del Oriente del Japón, desde 1954; y, finalmente, desde 1955, profesor de la Universidad Femenina de Tokio. Su esposa, la princesa Yuriko era socia y vice-presidenta honoraria de la Cruz Roja del Japón.
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Cuando fueron avistados por la gente que esperaba hacía horas, se escucharon los gritos de homenaje típicos del Japón: ‘¡Banzai!, ¡Banzai!’ (‘Ojalá usted viva mil años’), al mismo tiempo que se veían agitarse las banderitas peruanas y japonesas.
Mientras se completaba el desembarco de los ilustres pasajeros, ocurrió un hecho anecdótico. El príncipe Mikasa acababa de bajar del avión oficial que lo traía de Brasil. Entonces caminaba lentamente en medio de la comitiva oficial y de la gente que trataba de saludarlo en persona, cuando un detective infiltrado se quedó observando fijamente los movimientos de un individuo bastante sospechoso.
El sujeto, luego identificado como Carlos Díaz Cuadros, era un avezado ‘carterista’ que andaba en el mundo del hampa con el sobrenombre de ‘El Rápido’. Este logró, no se sabe cómo, introducirse entre la comitiva y, en medio de ella, trató de acercarse lo suficiente al príncipe Mikasa como para intentar llevarse el botín: la billetera de su ‘Alteza Imperial’.
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Pero este delincuente no contaba o no percibió que era escrupulosamente chequeado por un agente de la policía de investigaciones. En el preciso momento en que iba a dar el golpe con un “rápido movimiento con ambas manos”, y ya a pocos centímetros de su víctima, fue sujetado fuertemente del brazo, que ya estaba extendido con dirección al bolsillo del noble japonés. Eran las manos firmes del detective que de un brusco jalón lo sacó del espacio reservado a la comitiva oficial, detalló El Comercio.
Carlos Díaz o ‘El Rápido’ perdió la partida en un segundo. Rodeado de otros miembros de seguridad del Estado, el acorralado ladrón terminó admitiendo que solo quería robar la billetera del extranjero, y no buscaba hacerle daño. La policía hizo el informe de los hechos y mandó inmediatamente al ladrón ante el Juez Instructor de Turno. Su destino en la ‘Cárcel Departamental de Varones’ quedó así trazado.
Superado el incidente, y tras descansar en su alojamiento del Country Club, en San Isidro, el príncipe y su esposa viajaron al día siguiente al Cusco, muy temprano, para aprovechar el día. Aunque el diario decano lo presentaba como “Su Alteza Imperial Takahito Mikasa, hermano del Emperador del Japón”; lo cierto era que el buen príncipe japonés destacaba por dar la impresión de ser una persona sencilla, sonriente y cordial.
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A las 7 de la mañana, del jueves 26 de junio de 1958, un numeroso grupo de simpatizantes del príncipe fue a despedirlo a Limatambo. Los invitados de honor para ese viaje fueron el doctor Aurelio Miró Quesada Sosa, a nombre de la ACPJ, el embajador japonés en el Perú, Kasuichi Miura y su esposa, el jefe de la expedición científica de la Universidad de Tokio, Eishiro Euchiro, y otros funcionarios del gobierno, con los que partió en un avión local de la compañía Faucett.
Tras un vuelo tranquilo, el avión Faucett 53-248 aterrizó a las 8 y 30 de la mañana en el Cusco. Hubo un cálido recibimiento en el aeropuerto ‘Alejandro Velasco Astete’; esto hizo sentir a los huéspedes como si estuvieran en su casa. Al lado siempre del príncipe, se encontraba el doctor Miró Quesada, ex rector de la Universidad de San Marcos y reconocido historiador, quien le narraba con suma amenidad algunos mitos y leyendas de los orígenes del Estado Inca. Deslumbró al noble visitante la ‘Leyenda de los hermanos Ayar’ y el cerro Tampu Tocco.
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Los cuatro días en el Cusco fueron muy intensos. La pareja imperial recibió un baño de conocimientos y saberes del Perú antiguo. Sus visitas a templos, museos y sus excursiones a las zonas arqueológicas impresionaron al príncipe Mikasa, quien además fue condecorado por la Universidad Nacional San Antonio de Abad. Su ‘Alteza Imperial’ dijo que, en su recorrido por Sudamérica, “era la primera Universidad que visitaba, y que de esta tenía valiosas referencias por su contribución a la cultura de los pueblos”.
El municipio del Cusco lo agasajó. Poco a poco, el hermano del emperador nipón fue animando también el interés de las autoridades y de los jóvenes por conocer más del continente asiático, especialmente de Japón. Cusco vivía un gran momento, pues además de la visita real japonesa, llegaron científicos e investigadores sociales del Instituto de Etnología de Tokio para estudiar la arqueología y sociología antiguas de esa zona del Perú.
Declarado “huésped ilustre” de la ciudad cusqueña, el príncipe Mikasa agradeció el gesto edil y confesó el “gran interés desde su época de estudiante de llegar a esta ciudad, conocida a través de la historia”. Expresó que había simpatía y afecto entre el Perú y su patria Japón, y no dejó de mandar saludos al pueblo cusqueño. Sus palabras en idioma japonés eran de inmediato traducidas por un miembro de su comitiva.
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Hospedados en el famoso ‘Hotel Cusco’, Mikasa tuvo un descanso breve, antes de ejecutar su apretada agenda que incluía conocer la fortaleza de Sacsayhuamán, Pisaq, Ollantaytambo, Q’quenko, Puca-Pucará y Tampumachay. El plato de fondo sería, sin duda, la ciudadela de Machu Picchu, que conoció el domingo 29 de junio. Incluso se dio un tiempo para ver, en un cine club cusqueño, un documental sobre la fiesta del Inti Raymi.
Sin duda, lo que más impresionó al príncipe Mikasa fue el uso de la piedra en la construcción de los edificios militares y religiosos; por ello pidió tener algunas muestras líticas de las canteras de donde procedía el material original.
Cada vez que el noble japonés observaba algo nuevo, le pedía al doctor Miró Quesada que le explicara o le diera una versión de los ritos militares y religiosos de aquellos lugares; y si no estaba cerca el doctor, le pedía a Luis Pardo, el entonces director del Museo Arqueológico del Cusco, que le proveyera de datos e historias. Mikasa era un hombre muy inquieto intelectualmente hablando.
El lunes 30 de junio de 1958, Mikasa, su esposa Yuriko, y toda la comitiva en pleno regresaron a Lima para continuar con el programa oficial. Para los miembros de la realeza nipona, el viaje al Cusco había sido una verdadera aventura plena de conocimientos, sabidurías y aprendizajes.
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A las 11 de la mañana de ese día, volvieron a ver el aeropuerto de Limatambo. Un avión Faucett volvió a cumplir su papel a cabalidad, y en pocos minutos llegaron a sus habitaciones en el Country Club. Fue un breve descanso antes de reiniciar la última parte de su itinerario oficial que incluía reuniones con las más altas autoridades del país.
Muy temprano, el martes 1 de julio de 1958, y sabiendo que sería nuevamente una larga jornada, los invitados imperiales del Japón y su comitiva, asesorados por arqueólogos peruanos, incursionaron en las ruinas de Pachacámac, al sur de Lima. Mikasa tomaba numerosas fotografías, y si tenía dudas se las absolvían los agregados culturales o los arqueólogos presentes.
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Luego de un almuerzo en el Hotel Bolívar, que también les encantó a los ilustres huéspedes, el príncipe visitó las ruinas de Lauri, en Chancay, al norte de Lima, donde el propio arqueólogo nipón Yoshitaro Amano, que venía estudiando ese sector arqueológico, lo asistió con atinadas respuestas para sus inquietantes preguntas.
Amano era conocido por Mikasa, puesto que el investigador había organizado poco tiempo atrás unas exposiciones de arte peruano antiguo “en cuatro ciudades de Japón: Tokio, Osaka, Nagoya y Fukuoka”. Mikasa volvió al hotel casi a las siete de la noche. Fascinado.
Al día siguiente, el miércoles 2 de julio, el príncipe japonés fue declarado por el municipio limeño, en sesión solemne, “Huésped Ilustre”. La condecoración se la entregó el propio alcalde Héctor García Ribeyro, pasado el mediodía. Le fueron entregadas las “Llaves de la Ciudad”, representadas en una hermosa réplica de plata.
Mikasa, algo emocionado, respondió al saludo amistoso del alcalde de Lima, en su propio idioma, como lo venía haciendo en toda su visita. Celebró “la solidez del sentimiento de amistad entre ambos países”; y agregó que era para él “un alto honor el ser declarado huésped ilustre de esta ciudad, una de las más antiguas y bellas de este continente”. A esa ceremonia asistieron un grupo de congresistas, el cuerpo diplomático, algunos ministros de Estado y diversas personalidades de la sociedad limeña.
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El almuerzo de ese día fue nuevamente en el Hotel Bolívar, y estuvo como anfitrión el ministro de Educación Pública, el doctor Jorge Basadre. ‘Sus Altezas Imperiales’ acudieron tan pronto como acabó la ceremonia en el municipio limeño, y disfrutaron conversar con el gran historiador peruano sobre los aportes de ambas culturas al conocimiento humano. Más tarde, ya en el Country Club, el hermano menor de Hirohito también condecoró a varios miembros de la Cancillería peruana, encabezados por el ministro Raúl Porras Barrenechea.
Ese mismo miércoles 2 de julio, desde las 9 de la noche, el príncipe Mikasa y su esposa, así como el embajador del Japón, Kasuichi Miura, acudieron a la invitación del Jefe de Estado, Manuel Prado, en Palacio de Gobierno. Tras los saludos protocolares, Mikasa entregó al presidente Prado el mensaje que el emperador Hirohito otorgaba, por su intermedio, “al Gobierno y pueblo peruano”.
Palabras de elogio y buena fe de por medio entre ambos fueron el preámbulo para que el querido Mikasa anunciara que entregaba al primer mandatario del país, la Orden Suprema del Crisantemo, en el Grado de Gran Cordón, la cual era otorgada por su gobierno. Prado, conmovido, precisó que recibía tal distinción “como un homenaje al pueblo del Perú”. Mikasa entregó, además, un exquisito cofre de su país al Jefe de Estado peruano.
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En reciprocidad protocolar, y también porque lo merecía, el príncipe japonés recibió de manos del presidente de la República, la Gran Cruz de la Orden del Sol. Tras las condecoraciones recíprocas, Prado y Mikasa entablaron una amena conversación a la que se sumóó el ministro de Relaciones Exteriores. el historiador Porras Barrenechea. Como parte del protocolo, la primera dama se reunió con la princesa Yuriko en la residencia de Palacio. El banquete de comida peruana ofrecido por Prado a la pareja imperial japonesa, en el comedor de Palacio de Gobierno fue, dicen, abundante, rico y variado.
En los últimos días de esa histórica visita al Perú, el príncipe japonés y su esposa realizaron las últimas incursiones a museos (estuvieron de todas maneras en el Museo de Antropología y Arqueología de Pueblo Libre), pero también dieron especiales reconocimientos. Uno de estos fue para el historiador y periodista Aurelio Miró Quesada Sosa, quien era entonces sub-director del diario El Comercio.
Miró Quesada Sosa recibió el Gran Cordón de la Orden del Sol Naciente, enviado y conferido por el propio emperador Hirohito. A diferencia de las demás ceremonias, esta fue especial pues se realizó en privado, en un espacio reservado del Country Club.
El príncipe Mikasa y su esposa Yuriko siguieron su camino por otros países y luego volvieron al Japón. Mikasa falleció en octubre de 2016, a los 100 años de edad; mientras su esposa, la princesa de Mikasa aún vive, con unos maravillosos 100 años también.
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